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El viaje de regreso a Santa Marta ya había comenzado. Después de una semana en Arjona, Bolívar, para visitar a su madre, Marcela Hernández y su familia emprendieron camino de vuelta, pero antes de llegar al Magdalena, había una parada obligada en los Montes de María. Su carro, como el de muchos viajeros en carretera, se detuvo a eso de las 3:30 p. m. en un concurrido sector de El Carmen de Bolívar.

Era el Parador Blacho Galletas, que como si se tratase de un lugar turístico, en su entrada tiene unas gigantescas letras de varios colores que dice “Chepacorinas”. Y es que desde allí, se hornean las más famosas de toda la región.

“Es que uno muerde una chepacorina y se acuerda de la abuela, del colegio. Para mí es sagrado venir aquí cuando visito a mi mamá porque en ningún otro lugar las hacen igual y cada vez que las compro me traen gratos recuerdos”.

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A medio país, apenas se pronuncia el nombre de este municipio, le suena en la cabeza aquella inmortal melodía del maestro Lucho Bermúdez, Carmen de Bolívar, compuesta una tarde de nostalgia allá por 1948. Pero a la otra mitad lo que se le activa es el paladar y el aroma de una galleta que mayoritariamente en el Caribe ya no necesita presentación. Sí, es la chepacorina.

Cortesía, Keyla Ospino Vargas

Esta delicia con más de 80 años de historia es un secreto de la señora Josefa Corina Ríos Torres, que en una tarde cualquiera, le echó queso a unas galletas de soda. El resultado fue tan sabroso, tan distinto, que no tuvo vuelta atrás. Y como en la tierra de Lucho Bermúdez a las Josefas se les dice “Chepas”, el pueblo le puso Chepacorina.

Sabroso legado

Bladimir Duarte Díaz hace parte de la cuarta generación de este legado culinario casi que imposible de imitar para él. “Aprendí desde niño con mis abuelos, Francisco Díaz y Zaida Núñez, herederos de la fundadora. Me era imposible resistirme a un olor tan delicioso y sobre todo a su sabor. No tiene comparación”.

El negocio nació en las calles del municipio, pero en 2012 dio un gran salto al salir a la carretera para buscar un mercado más grande. Desde entonces, camioneros, viajeros y curiosos han hecho del lugar una parada obligada. “Aquí atendemos gente de todo el país, y ya tenemos planes de llevar la Chepacorina a otros lugares del mundo, porque además el mundo debe conocer esta maravilla”.

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Como nuevo heredero, el famoso parador lleva el nombre de ‘Blacho galletas’. Al llegar, parece una panadería donde venden todo tipo de refrescos y mesas para compartir. Al lado, una vitrina con múltiples bolsas que adentro guardan el tesoro culinario.

Dice en grande “La receta original”. Y es que para Blacho, no hay ninguna que se le parezca.

Cortesía, Keyla Ospino Vargas

“Usted puede probar galletas desde aquí hasta el otro lado de El Carmen, pero ninguna va a saber igual. Y nos han intentado imitar hasta el empaque, por eso siempre advertimos a nuestros clientes que estén muy pendientes. Y aunque se parezca la bolsa, el contenido jamás será igual”.

El proceso es artesanal de principio a fin. La mezcla se moja con agua y leche, se amasa hasta lograr una textura perfecta, se estira y se corta con un molde redondo, pieza por pieza. El único cambio en la tradición es el horno: los de barro quedaron atrás para evitar la contaminación por leña y poder responder a la creciente demanda. Hoy, en temporada alta, salen hasta 4.500 galletas diarias. En tiempos más quietos, unas 3.000.

Blancho registró la marca “Chepacorina” en 2015 y la renovó en 2019, pero asegura que nunca ha buscado apropiarse del nombre como algo exclusivo. “Esto es del El Carmen, es parte de nuestra cultura. Lo único que no permito es que usen mi marca para empacar, pero esta es la cultura que más personas deben conocer y saborear”.

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En el municipio funcionan alrededor de 11 fábricas a gran escala y microempresas familiares que, juntas, sostienen más de mil empleos directos y unos tres mil indirectos. Muchas de ellas continúan trabajando con la técnica artesanal heredada de abuelos y bisabuelos, que son los hornos de ladrillo calentados con leña.

Sin embargo, la modernidad también llegó. En varias panaderías, las hornillas a gas natural y los equipos industriales han desplazado en parte al calor de la leña. Para algunos consumidores, este cambio ha traído un debate: ¿Sigue sabiendo igual una Chepacorina hecha en horno moderno?

“La forma de producir no afecta el sabor ni la consistencia. Los ingredientes son los mismos, la receta es la misma. La diferencia está en que ahora podemos abastecer no solo al mercado local, sino también a clientes en otras regiones”.

A él le encantan las que están recién salidas del horno y las acompaña con un sorbo de leche. “Es la mamá de las galletas. Pega con todo y a cualquier hora. Entiendo a la gente que no se conforma con una sola”.

Un manjar versátil

Y sí, pega con todo. Johana De la Hoz frecuenta el lugar unas tres veces a la semana y una de sus combinaciones favoritas es el suero costeño, ese producto que en el 2024 fue considerado una de las mejores salsas de mesa del mundo.

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“Mucha gente, cuando les digo que me la como con suero la piensa. Pero es que para nosotros los costeños el suero también pega con todo y esa combinación dulce y salada es muy deliciosa”.

Cortesía, Keyla Ospino Vargas

Humberto Castillo prefiere la leche caliente y comerla apenas termina de almorzar. “Ese es mi mejor postre. Cuando viajo a otras partes del país, las encuentro, pero el sabor es lo que uno más extraña, y qué bueno que acá las envíen a otras partes para que las personas no necesariamente viajen hasta acá para degustar este manjar”.

Lo cierto es que estas galletas llevan el alma del Caribe. Son dulces, cálidas y siempre listas para acompañar cualquier momento del día.