Aunque para muchas familias colombianas la Navidad no está completa sin una buena porción de natilla y un buñuelo recién hecho, pocos saben que estos dos íconos decembrinos no nacieron en el país.
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Su historia se remonta a Europa y Medio Oriente, y su llegada a Colombia es el resultado de siglos de intercambio cultural y adaptación gastronómica.
¿De dónde viene la natilla?
La natilla, uno de los postres más consumidos en diciembre, tiene su origen en Europa, específicamente en los conventos religiosos. Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación de España, las primeras versiones de este postre eran elaboradas por monjas, quienes preparaban mezclas a base de leche, huevos y azúcar. Con el tiempo, las llamadas “natillas de convento” se convirtieron en una receta tradicional que aún hoy se sirve en restaurantes y hogares europeos.

Su vínculo con la Navidad es porque la natilla era preparada como un gesto solidario durante la Nochebuena, fecha en la que se conmemora el nacimiento de Jesús. Las comunidades religiosas solían regalar este alimento a personas con menos recursos, lo que ayudó a consolidar su asociación con las celebraciones decembrinas.
¿De dónde viene el buñuelo?
Por su parte, el buñuelo, inseparable compañero de la natilla en la mesa colombiana, tiene un origen aún más lejano. Este alimento frito nació en Arabia, donde ya era mencionado en antiguos poemas antes de llegar a Europa. Desde allí, la receta viajó hasta América, donde fue transformada por las manos locales.

En Colombia, el buñuelo adquirió su identidad propia gracias a la intervención de las monjas en los conventos, quienes añadieron queso a la masa, creando una versión única que no existía en Europa. Así lo explicó el cocinero y antropólogo Julián Estrada, quien destaca que esta modificación fue clave para convertirlo en uno de los símbolos gastronómicos del país.
Y es que ni en las Novenas, ni en las cenas se pueden resistir a unos deliciosos buñuelos esponjocitos o una dulce natilla.





















