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José Torres

Las lágrimas que mojan los pómulos de Rosa María Campo de Urieles al recordar el 7 de octubre de 1997 son la prueba irrefutable de que su memoria perpetuó esa fecha. La medianoche en que los cimientos de su casa y su vida fueron estremecidos para siempre.

A esa hora en las calles de Ciénaga solo había tierra y piedras. Era la época prohibida para andarlas por la noche. Solo eran patrulladas por grupos de hombres con fusiles, vestidos con botas pantaneras y camuflados que en sus mangas tenían tres iniciales: AUC.

Tiempos en que los policías solo eran vistos en el día y la ‘ley’ tenía alias en ese y otros pueblos de la Zona Bananera, como las veredas Río Frío, La Gran Vía y Santa Rosalía: Cinco Siete o Virgilio, el paramilitar a órdenes de los Castaño y Salvatore Mancuso. Después, de Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, y Hernán Giraldo Serna, El Patrón.

Su nombre era un misterio. 'Me conocían por mis alias en las Autodefensa, pero en persona no muchos', asegura 14 años después Édgar Ariel Córdoba Trujillo, hoy recluido en el área de Sanidad de la Cárcel de Ternera (Cartagena).

La ‘Wincher’

Rosa, hoy de cabellos grises y su piel marcada con las arrugas ganadas en 67 años, dormía en la vivienda número 1A-62 de la calle 7, en el Barrio Abajo. Allí también descansaban su hijo Adán Alberto Urieles Campo, su esposa e hijo de 2 años. El Negro era pescador y el presidente de la Cooperativa de Pescadores.

'De repente yo sentí que esa casa se sacudió. Pensé que se iba a caer', cuenta la mujer. 'Yo me desperté y enseguida entraron ellos. Tenían la cara tapada con una media y solo se les veía los huecos de los ojos'.

Eran Los Cara Tapá, el escuadrón liderado por alias Baltazar, el encargado del dominio paramilitar en Ciénaga. El responsable de que hoy se escuchen las historias de la camioneta roja Wincher (Toyota modelo Winch), cuya cuerda amarraban a las puertas y daban reversa para tumbarlas.

En el caso de los Urieles, primero intentaron echar al piso la frontal, pero la estructura soportó. Rosa recuerda cómo de repente todo quedó en silencio, mientras algunas cosas en la casa tambaleaban.

A los pocos minutos, se oyó un estruendo en la parte trasera de la casa, cuyo patio son las playas del Mar Caribe. La reja ya no estaba. De repente entraron los encapuchados preguntando a gritos por Adán.

'Lo utilizábamos cuando no nos abrían las puertas y destapábamos toda esa vaina, nos metíamos y nos llevábamos a las personas. En Ciénaga se presentó ese caso. Metíamos el Jeep, las tumbábamos y nos metíamos', relata Córdoba.

En esos días, ver al Wincher era señal de que habría muertos. 'Sí. No hay que tapar el cielo con las manos. Y lo acepto, fue verdad, en ese tiempo (también) andaban los Rojas y mi persona', confiesa el exparamilitar.

Adentro, en el único cuarto, Adán dormía en calzoncillos junto a su mujer y su hijo. Sin dar explicaciones, los desconocidos irrumpieron en la habitación. 'Cuando alcé la cabeza me metieron una patá en el oído izquierdo. Todavía me bota materia', cuenta Rosa.

En medio de insultos y a empujones, lo sacaron por la entrada frontal, la que resistió el embate. La cara del Negro fue a dar contra un árbol de almendra que sigue frente a la casa, la cual conserva las grietas que le causó la Wincher.

Con su rostro ensangrentado, Adán fue arrastrado hasta la camioneta. 'Eran seis con el conductor, que era un mono con gafas. El carro era rojo. Él iba gritando y le iban dando. Yo alboroté a la gente y los perseguimos', recuerda Rosa.

El vehículo se dirigió hacia la Plaza y pasó por la Estación de Policía, hasta donde llegó la multitud. 'Un agente na más dijo que vio pasar un carro. Yo le grité que no se hiciera el loco, que él sabía lo que pasó'.

El Negro fue hallado a las 5 a.m. cerca a la finca Las Margaritas, entre Ciénaga y Fundación. Tenía las manos atadas y un tiro en el pómulo derecho. También el cadáver de un vecino llamado Pambelé.

'Yo quiero saber por qué me mataron a mi hijo', se pregunta insistentemente Rosa. Adán yace en el cementerio San Rafael o el de los pobres, que se inunda cada vez que llueve.

Casos impunes

Las respuestas al cruento final de Urieles, así como la desaparición de Edinson Manuel Caro Correa y otros tres moradores de El Salón, el 30 de enero de 2000, las tiene Córdoba Trujillo.

Caro también fue víctima de la Wincher. 'Nosotros lo buscamos y escarbamos con las manos cualquier tierra removida, pero solo encontré su cédula y las muletas de El Mocho, a quien también se llevaron. Eso fue en la entrada a El Portón', detalla Marlene Caro, hermana de Edinson.

El Salón fue abandonado porque las personas cuyos nombres aparecían en un panfleto eran desaparecidas. En dos semanas, los ‘paras’ mataron a siete y se llevaron a cinco más.

'Esa operación la hizo Cuatro Cuatro (William Rivas), Jairo Samper Cantillo, alias Víctor El Pipón, y Carlos Marciales Pacheco, Cebolla, que hoy están presos en El Bosque (Barranquilla)', contó Córdoba.

Rivas hizo presencia en la Zona Bananera, una vez terminó la guerra entre Rodrigo Tovar y Hernán Giraldo, cuyo frente Resistencia Tayrona se adhirió al Bloque Norte de Jorge 40.

La guerrilla mató a Rivas el 11 de noviembre de 2001. Así surgió el frente que tuvo su nombre y comandó José Gregorio Mangones, Carlos Tijeras, quien reemplazó el frente Víctor Villarreal de Córdoba, que integró el bando de 40.

'Yo me dediqué más ya por mi seguridad a estar en mi campamento (en la Sierra Nevada), a dirigir', expresó.

¿Y las autoridades dónde estuvieron durante ese tiempo?. 'Esa misma pregunta me la hago yo. Decían, allá están los paramilitares y nosotros acá. Cada quien tiene su imperio. Nosotros nos convertimos en uno que dominábamos y mandábamos', responde Córdoba.