Todo estaba saliendo perfecto. El doctor Edgardo Barreto y su grupo de amigos, entre quienes encontraban Astrid Sállebe, Generoso Pinedo y Cristina Hernández, pasaban desapercibidos en la tribuna de occidental del estadio Manuel Murillo Toro hasta que el acento y una expresión coloquial del Caribe colombiano lo delató: “¡Hey, pide un par de frías!”.
¿Frías? ¿Frías en Ibagué? Algo no sonaba bien. Inmediatamente varios hinchas del Deportes Tolima fruncieron el ceño y pusieron la mira amenazante en Barreto y sus tres acompañantes. Nada fue igual a partir de ahí. Había tensión y hostilidad en el ambiente.

El cuadro pijao había anunciado insistentemente que no se permitiría el ingreso de aficionados de Junior en el segundo juego de la final de la Liga II, pero muchos hinchas rojiblancos, impulsados por su pasión por el equipo y la ilusión de la undécima estrella, ignoraron la prohibición e intentaron mimetizarse en medio de ‘la Tribu’ de los ‘Pijaos’.
Pero no le salió bien a muchos la cuestión. Barreto, por ejemplo, tras el descache de las frías, empezó a sentirse muy incómodo con la forma agresiva en que le hablaban y lo observaban. Y ya no era creíble que Astrid Sállebe llevara una bandera del Tolima y que la ondeara para simular ‘espíritu tolimense’.
Para colmo de males, Barreto y Sellebe, no pudieron contener del todo la emoción en el gol de Enamorado, y ahí sí, definitivamente adiós tranquilidad. Los que lograron reprimirse ese grito de gol fueron los más ilesos en ese entorno belicoso.
Un grupo de fanáticos locales, unos más energúmenos que otros, empezón a exigir la salida de los cuatro y empezaron a lanzarles agua, cervezas y madrazos.
Dimes y diretes a los gritos, conato de bronca, revolución, estrés, intranquilidad. Ya la bandera no simulaba nada, era una opción de defensa.
“En todos los años que tengo viajando con Junior, incluso en estadios realmente míticos y con grandes hinchadas, nunca me había sentido tan maltratado como aquí en Ibagué”, declaró Barreto decepcionado con la violencia que se viene normalizando contra los hinchas visitantes en el fútbol colombiano.
“Me parece inaudito que uno no pueda estar en un estadio por ser de una región del país. Nosotros no teníamos camisetas de ningún equipo y estábamos tranquilos en la tribuna, somos profesionales, personas respetuosas”, expresó Generoso Pinedo, cuya esposa, Cristina Hernández, es tolimense y también llevó del bulto de irracionalidad de algunos coterráneos.
Las lágrimas de Léider Frías, el utilero de Junior
Lo padecido por el doctor Barreto, que finalmente decidió abandonar voluntariamente la tribuna de occidental por un rato, para luego regresar, acomodarse en otro lugar y ver ganar a su equipo del alma, es solo un ejemplo de la excesiva, rampante e impune hostilidad que rodeó a este partido.
Era tanta la fijación en contra de los seguidores de Junior que se armó una especie de cacería de brujas en la que verdaderos aficionados del Tolima salieron insultados y agredidos.
“Yo vi como le pegaron a un fanático del Tolima porque creyeron que era costeño”, contó uno de los tantos aficionados rojiblancos que asistieron al estadio y que prefirió omitir su nombre.
Los hermanos Jabba, Walid y Yáser Jabba, a diferencia de Barreto y sus amigos, que fueron con camisetas neutras sin escudo, se vistieron con camisetas y gorras del conjunto anfitrión para evitar problemas.
“En la fila hubo un hincha que no las dedicó a nosotros y nos decía: huele a costeño maluco, huele a burra. Cada vez se acercaba más y nos estábamos estresando, pero después nos soltó y se centro en una pareja a la que terminaron agrediendo por el acento costeño, a pesar de que tenían camiseta de Tolima”, relató Yáser.
EN CASI TODAS LAS TRIBUNAS
Hubo infiltrados de Junior en casi todas las tribunas, excepto en la sur, donde se ubica la barra brava Revolución Vinotinto. En oriental empezaron la exclusión descubriendo y retirando a seis rojiblancos camuflados.
En la gradería norte, que tenía más espacios vacíos que llenos, se ubicó un numeroso grupo de aficionados rojiblancos que antes de comenzar el juego quedaron en evidencia y fueron sacados del estadio en un camión de la Policía.
“A mí y unos amigos nos llevaron para una estación de Policía y nos dejaron libres. Como eran las 6:30, nos devolvimos al estadio, compramos occidental (a revendedores) y pudimos entrar. Ahí no nos pasó nada”, aseguró un fanático que solo pudo lucir su camiseta de Junior en el aeropuerto Nacional Perales, ya en busca del avión de regreso a Barranquilla.
En occidental también evacuaron a varios hinchas infiltrados, sin importar los 300 mil pesos que habían pagado por la boleta.
Otros padecieron insultos o pasaron inadvertidos, haciéndose acreedores de un premio Óscar por sus insuperables actuaciones en el papel de ‘los hinchas más pijaos del mundo’.
Hubo un par que se sentaron en frente de la prensa barranquillera, que se pusieron bufandas del Tolima y se llevaron la mano al pecho durante la entonación del Bunde Tolimense.
A veces se sobreactuaron un poco tratando de entrar en los cánticos de aliento, y también se les salió un par de veces la expresión: “Pásame una fría!”. Igual que le sucedió a Barreto, pero contaron con la suerte de que nadie anti-Junior lo escuchó.
Al final muchos de los infiltrados disfrutaron el partido completo y terminaron en el gramado saltando, cantando y gozando el título junto a los jugadores de Junior.
Ya a esa altura el ritmo en la ‘Capital Musical de Colombia’ lo imponían los junioristas y se podía desatar sin riesgo toda esa alegría contenida en medio de una inconcebible y violenta persecución que se debe frenar en todos los estadios del país, porque es algo que viene haciendo carrera en varias plazas, lamentablemente.



















