
Pudimos leerle a don José Sulaimán —orondo e insumergible presidente del Consejo Mundial del Boxeo que fundaran los mexicanos para formar una entidad mundialista que le hiciera frente a la NBA y a la propia Comisión del Estado de Nueva York, tan poderosa en los años 30 y 40 que otorgaba títulos mundiales y no a buchiplumas con guantes como ahora, sino otorgado a figuras extraordinarias del pugilismo, como Kid Chocolate y otros por el estilo— que el boxeo profesional está en crisis.
Pues claro que lo está, señor Sulaimán. Y lo está por culpa de muchos, pero hurgando en las raíces de este singular deporte, hay que decir que la mayor responsabilidad está en la manipulación en los últimos años del Comité Olímpico Internacional, cuyos dirigentes no conocen ni el ABC del boxeo, pero encargados a otros que tampoco saben y estos últimos si que de verdad se han “tirado la plata de la leche”. Empezaron por desprenderse de la menor influencia profesional y eso está bien, pero no para cometer burradas, que así la cosa está mal.
Comenzaron por modificar el sistema de puntuación, que en el boxeo profesional es una cuestión fácil y efectiva, pero ellos enmascararon el suyo y lo revolvieron. Pero pasemos por alto para llegar al meollo de la cuestión y la influencia negativa que ha tenido en la producción de excelentes púgiles amateurs, que luego saltaron al profesionalismo y también brillaron. Ahora no brilla ni la madre que los parió, porque el púgil del momento —con las excepciones debidas, por supuesto— lo enseñan de otra manera.
Para que no cometa ni la más mínima falta, este boxeador amateur de ahora no pasa golpes con movimientos de cabeza; no ondea el cuerpo tampoco. Simplemente, la gran mayoría salta hacia atrás; retrocede que es un contento, y esto en boxeo profesional, a donde quiere llegar, no vale un mamón biche. Ya le había puesto anteriormente el protector de cabeza, que fue la burla de la gente curtida en el boxeo. Pero aceptamos para evitar que los golpes dañen las células cerebrales, pero habría bastado con aumentar el tamaño y el relleno de los guantes. Pero las dos cosas. Resultado: en el boxeo amateur hay un K.O. por la muerte de un obispo, como decían antes. Ponerle guantes de 8 onzas a moscas y gallos es restarle emotividad a un combate. Y la gran mayoría de los combates son un tributo al mayor de los bostezos del público.
De acá es de donde parte la crisis boxística del momento, no busquemos el ahogado río arriba. Los del COI han querido ‘humanizar’ el boxeo y lo que han conseguido —Oh, alma de Jack Dempsey, Joe Louis, Rocky Marciano y un etcétera como de aquí a Cafanaun—, no ha sido humanizarlo!, sino pendejarlo hasta la ridiculez. Y que vengan los dicterios contra este columnista, a quien le importa un gran carajo...
Palestra deportiva, por Chelo De Castro C.