El Heraldo
Lorenza carga en el hombro la toalla con la que el Papa limpió su herida. Lorena Henríquez
Bolívar

Lorenza, el ángel de San Francisco

Ella era el centro de las miradas y las entrevistas gracias a una labor que ha venido desarrollando por más de 20 años y que fue destacada por el Sumo Pontífice durante su paso por este sector de la ciudad.

Lorenza María Pérez fue la mujer visitada por el papa en su humilde residencia del barrio San Francisco el pasado domingo, a las 10:45 de la mañana. Por este motivo, el comienzo de la semana fue extenuante para esta cartagenera de 77 años. 

Ella era el centro de las miradas y las entrevistas gracias a una labor que ha venido desarrollando por más de 20 años y que fue destacada por el Sumo Pontífice durante su paso por este sector de la ciudad. 

La obra altruista de esta humilde mujer, quien le brinda almuerzos a 85 niños de escasos recursos económicos de manera gratuita, fue exaltada ante el mundo cuando el Vicario de Cristo pisó su residencia. “El amor se hace cotidiano en sitios como este”, fueron las palabras del santo padre para exaltar la labor de Lorenza.

En cuanto ella lo vio en la puerta de su casa, las piernas le temblaban y no lo podía creer. Una vez entró lo abrazó y no dudó en darle un beso a un Papa que llegaba con su rostro golpeado y sus vestiduras manchadas de sangre tras un impasse en su recorrido en el papamóvil.

Ella le pidió al Espíritu Santo que la fortaleciera para poder soportar un momento tan lleno de gloria como ese. “Su excelencia gracias por llegar a este hogar tan humilde. Lo único que le pido es oración, bendición y amor para continuar porque sin salud y sin amor no se hace nada”, precisó la mujer mientras invitaba a su santidad a seguir al patio de la casa donde lo esperaban los niños que hacen parte de este programa comunitario que cuenta con el apoyo de la Arquidiócesis.

Los pequeños se le abalanzaron al Papa en cuanto lo vieron y varios de ellos se aferraron a sus piernas. El sumo pontífice los bendijo y observó la cocina, las ollas y cada uno de los elementos que utiliza esta mujer para darle alimento a los pequeños que no tienen muchas veces en sus residencias.

Las cortinas y las ventanas de la casa de Lorenza fueron cerradas. Durante diez minutos permanecieron así para que el Papa se cambiara el atuendo ensangrentado y la herida en su cara fuera curada con el agua oxigenada que trajeron de una farmacia cercana.

José Antonio Vergel, médico de la Universidad del Sinú, atendía momentáneamente la droguería y al ver que le estaban pidiendo el medicamento no dudó en ofrecerlo. Costaba $2.500 y era la última agua oxigenada que le quedaba. Una vez fue curado el santo padre reanudó su recorrido por este humilde sector.

Aún en sus manos, Lorenza mantiene la toalla con la que le limpiaron el rostro al papa y asegura que no dudará en hacerle una vitrina para exaltar el hecho ocurrido en su residencia. 

Programa social

La labor social de Lorenza comenzó hace más de 20 años en el salón múltiple de la casa cural de la iglesia del barrio. Recordó que los inicios de su programa se remontan a una gran olla comunitaria que se realizaba para tenderle la mano a los pequeños. Allí llegaban diariamente los niños para tomar los alimentos acompañados de una merienda reforzada. 

Sin rencor alguno precisó que una de las tantas administraciones distritales afectó el normal desarrollo del programa social y esto los obligó a salir de donde se encontraban. Sin embargo, fue allí donde también comenzó la primera formación de un grupo de niños que, según ella, llegaban al comedor a decir un “rosario de malas palabras” que sonrojaban al padre de la iglesia y a un grupo de niñas del colegio Mayor que eran las que ayudaban a su formación.

La reflexión de esta mujer, a la que le nació del corazón este programa social, es que a futuro se evite que los niños se encuentren en las esquinas siguiendo la escena de un crimen cuando oyen un disparo o, en el peor de los casos, sean consumidores de droga.

Lorenza precisa que de su programa comunitario han salido unos diez niños de los sectores más bravos de San Francisco que hoy, gracias a los múltiples esfuerzo y pese a las adversidades, se han convertido en abogados, médicos y profesores.

Normalidad

Un día después de la visita del santo padre, San Francisco volvió a sus actividades normales. María del Socorro Villarreal, una mujer de 55 años, quien vende almuerzos en la calle principal de San Francisco, precisó que está muy contenta y orgullosa de haber visto al sumo pontífice. Los habitantes de este popular barrio sienten hoy que los ojos del mundo se posaron en este humilde sector.

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