La figura de Santa Mónica de Hipona, patrona de las esposas, modelo de mujer y de madre, ha sido resaltada por los pontífices como ejemplo de perseverancia para las familias cristianas.
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Y es que según la historia, su vida estuvo marcada por la oración constante y la firme esperanza en la gracia de Dios, especialmente en la conversión de su hijo, San Agustín, uno de los grandes padres de la Iglesia.
Durante una homilía en 2013, el Papa Francisco recordó las lágrimas derramadas por esta madre y las comparó con las súplicas de tantas mujeres de hoy que imploran por el retorno de sus hijos a la fe.
“¡Cuántas lágrimas derramó esa santa mujer por la conversión del hijo! ¡Y cuántas mamás también hoy derraman lágrimas para que los propios hijos regresen a Cristo! ¡No perdáis la esperanza en la gracia de Dios!”, fueron las palabras del pontífice que quedaron en las mentes de los feligreses.
¿Quién fue Santa Mónica de Hipona?
Santa Mónica nació en Tagaste, en el norte de África, actual Túnez, y contrajo matrimonio a temprana edad con Patricio, un hombre de carácter fuerte y temperamento difícil.
Pero cuentan que lejos de responder con violencia, la santa optó por la calma y la prudencia, convencida de que los “estallidos de ira no se resuelven con más confrontación”.
Asimismo, destacan que ella con oración y sacrificio logró que Patricio, poco antes de morir, recibiera el bautismo.
Sin embargo, el mayor desafío de Mónica fue acompañar el camino espiritual de su hijo Agustín. Desesperada por su estilo de vida y sus dudas de fe, buscó consejo en un obispo.
Finalmente, tras un largo proceso de búsqueda intelectual y espiritual, Agustín fue bautizado en el año 387 en Milán, gracias también a la influencia de San Ambrosio.
Pudo lograr la conversión de los dos hombres más importantes en su vida. Murió a los 56 años en el puerto de Ostia Antica, en Italia.
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Los papas Benedicto XVI y Francisco señalaron que Santa Mónica representa el modelo de madre que, con oración y fe, acompaña a los hijos en medio de crisis y dudas.