El Heraldo
De izquierda a derecha, Álvaro Uribe Vélez, Juan Manuel Santos y Edgardo Maya Villazón.
Política

Ley del Montes: ¡Se armó el tierrero...!

La Ley de Tierras, que el Gobierno piensa sacar adelante por decreto presidencial, pone en peligro el Derecho a la Propiedad Privada y nos acerca a la catástrofe venezolana.

La llamada Ley de Tierras que el Gobierno piensa sacar mediante decreto y no por vía del Legislativo -gracias a las facultades extraordinarias que les fueron aprobadas al presidente Juan Manuel Santos- es el golpe de gracia que le hacía falta al campo colombiano para entrar de lleno en los terrenos de la catástrofe que vive Venezuela, desde que Hugo Chávez llegó al poder. 

Por más que el Gobierno insista en sus bondades, lo cierto es que dicha iniciativa acaba con la propiedad privada en Colombia y cambia -sin duda alguna- el modelo económico del país, algo que Santos pregonó hasta la saciedad que no ocurriría en la negociación con las Farc en La Habana. Y aunque lo repita mil veces, hay que decirle al Presidente que sí compromete y de manera grave el modelo económico y ello podría traducirse en la pauperización de nuestra ya muy pobre economía. De manera que el Gobierno faltó al compromiso que adquirió con los colombianos de no negociar el modelo económico con las Farc en La Habana.

La Ley de Tierras del Gobierno nos pone al nivel de la Venezuela de Chávez. La nueva legislación agraria -que con bombos y platillos promueven los voceros gubernamentales, como el ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri, y el director de la Agencia Nacional de Tierras (ANT), Miguel Samper- compromete el derecho a la propiedad privada, que es el soporte fundamental de nuestro modelo económico. Y si el derecho a la propiedad privada se compromete, el modelo económico deja de existir.

El Gobierno decidió valerse de un “salto con garrocha” para evadir el trámite de la Ley de Tierras en el Congreso, pues considera -así lo han dicho algunos de sus voceros en los pasillos del Capitolio y de la Casa de Nariño- que los congresistas tienen “muchos intereses en esa materia” y que lo mejor es no discutir con ellos esa iniciativa, la más importante de los acuerdos de La Habana, pues toca las fibras del origen del conflicto con las Farc: la propiedad y uso de la tierra en Colombia, tanto es así que está contemplado en el primer punto de la agenda de los acuerdos. 

Ante la arremetida que ha sufrido la iniciativa gubernamental -que ha tenido como destacados voceros al Consejo Gremial Nacional, la Federación Nacional de Ganaderos (Fedegan) y hasta el exsuperintendente de Notariado y Registro, Jorge Enrique Vélez- el Gobierno diseñó el discurso altruista según el cual -ante la incertidumbre jurídica actual sobre la propiedad de la tierra en Colombia- se requiere diseñar una política agraria para recuperar la inversión en el campo, que nos permita convertirnos -¡por fin!- en la despensa agrícola del mundo.

Ese argumento sofístico desde todo punto de vista, ignora que el problema del campo colombiano está vinculado directamente con la presencia de grupos guerrilleros como las Farc, que exterminaron familias enteras, dedicadas a la agricultura y a la ganadería; espantaron la inversión y volvieron peladeros lo que antes eran fincas productivas. Esa es la verdad verdadera que el Gobierno ahora ignora al achacarle todos los males a la Ley 160 de 1994, a la que responsabiliza de la parálisis de supuestos megaproyectos agroindustriales que nunca se materializaron, no por inconsistencias jurídicas, sino por la sencilla razón de que nadie invierte un peso para dejárselo a ‘Timochenko’ y compañía.

Sin desconocer que el conflicto armado colombiano está relacionado con la propiedad de la tierra y el uso de la misma, ello no significa que para lograr nuevas condiciones de equidad con quienes tienen la triste y lamentable condición de desposeídos, sea necesario arrasar con el derecho a la propiedad privada, que está contemplado en el Artículo 58 de la Constitución Nacional. 

Es decir, lo acordado en La Habana con las Farc, sí afecta principios fundamentales de nuestra Carta Magna y por esa misma razón la Ley de Tierras que el Gobierno pretende sacar por decreto presidencial requiere de su trámite y aprobación por parte del Congreso. ¿De qué manera afecta la nueva Ley el Derecho a la Propiedad Privada? Porque, como sucede en la Venezuela de Chávez, ni la compensación  económica ni la indemnización en casos de expropiación, tienen límites claros.

Todo lo contrario: lo socializado hasta ahora con los sectores productivos del país -entre ellos los ganaderos- es un inmenso mar de incertidumbre en el que cualquier cosa -en contra de quienes son propietarios legítimos de la tierra o poseedores de buena fe- puede pasar. Desde la expropiación sin justificación hasta el encarcelamiento de los propietarios. Y aunque el Gobierno lo niegue, se trata de una “ley confiscatoria”. Los únicos que quedarían contentos con la aplicación de la figura serían las Farc, que tanto insistieron en ella en La Habana, pero que -¡oh paradoja!- son las grandes latifundistas del país, solo que nadie -ni siquiera el contralor general, Edgardo Maya Villazón, tan acucioso con el asunto- se atreve a meterle muela a sus inmensas propiedades. Ojalá el fiscal general, Néstor Humberto Martínez Neira, logre desarmar la telaraña que por años las Farc construyeron, aliadas con notarios de su bolsillo, para quedarse con las tierras de ganaderos que cayeron en su poder.

En Venezuela, Chávez con la tristemente célebre Ley Habilitante que le dio plenos poderes, expropió millones de hectáreas productivas a lo largo y ancho del país, con el pretexto populista de que había que “ponerlas a producir” y lo que logró fue romperle el espinazo al sector agrícola y ganadero, hasta el punto de que hoy millones de venezolanos se están muriendo de hambre, pues nadie produce nada. Los expropiados quedaron en la ruina y los nuevos propietarios no saben qué hacer con las tierras que Chávez les regaló. ¿Cuáles son los verdaderos alcances de la Ley de Tierras de Santos?

El activismo judicial, el peor de los males

La única razón que podría tener una Ley de Tierras es que sirva para corregir los errores de La Ley 1448 de 2011, que no ha servido sino para traer zozobra a los pocos inversionistas serios que se atrevieron a meterle plata al campo. La Ley de Víctimas -en materia de tierras- terminó en manos de una oficina del Gobierno ideologizada (URT) y de una Jurisdicción donde los jueces se creen un escalón más bajo de Dios, pero no tan abajo. Dicha Ley ha llevado a que compañías serias como Argos, por ejemplo, que les compraron tierras a reconocidos hacendados de Sucre, que negociaron de forma voluntaria sus predios desde sus casas en Sincelejo, ahora aparezcan por cuenta de la URT como “indefensos campesinos” que vendieron coaccionados. Y no vale que los vendedores reconozcan que nunca fueron presionados o que se les pagó el precio comercial de la época, pues la URT y los jueces los convencen de que estaban en una situación de “violencia generalizada”, aunque el propio Estado certifique que para la época ya estaba consolidada la seguridad en la zona. Basta que la URT considere “rico” o “empresario” al comprador para que se opere de inmediato un despojo sobre las tierras adquiridas de buena fe.  En procesos de restitución de tierras lo que se presume es la “mala fe” del comprador, cuando este tiene la condición de rico o empresario. Ahí sí le achacan todos los delitos, que podrían llevarlos a la cárcel o ser objetos de extinción de dominio. No hay peores enemigos de La Paz que los jueces justicieros. Ni Constitución ni Ley ni Principios Generales del Derecho. Puro y duro activismo judicial o administrativo. 

El contralor Maya contra Álvaro Uribe

El primer punto de los acuerdos de La Habana entre el Gobierno y las Farc lleva al pomposo título de “Hacia un nuevo campo colombiano: Reforma Rural Integral”, cuyo fin no es otro que el de “promover el uso adecuado de la tierra de acuerdo con su vocación y estimular la formalización, restitución y distribución equitativa de la tierra”. Ello incluye aquellos terrenos llamados “baldíos”. Pues bien, el contralor general, Edgardo Maya Villazón, no se fue por las ramas y le disparó sin compasión a la figura que simboliza a los hacendados y ganaderos del país: Álvaro Uribe Vélez, a quien señaló de poseer tierras sin los requisitos legales, especialmente en Córdoba, donde tiene su finca El Ubérrimo. El Contralor sabe muy bien que si alguien le garantiza tribuna y vitrina mediática en su propósito de mostrarse como el redentor de los desposeídos del país ese es Álvaro Uribe, señalado de ser el gran terrateniente nacional. La Ley de Tierras de Santos encontró en Maya al mejor abanderado. Ahora Maya tendrá que probar que Uribe se quedó con tierras de forma ilegal y Uribe deberá probar que sus tierras fueron adquiridas bajo el amparo de la Ley, como ha sostenido. En igual situación están el empresario Luis Carlos Sarmiento Angulo y el ministro Aurelio Iragorri. La Ley de Tierras tendrá, pues, show garantizado, lo que no garantiza -sin embargo- que los que no tienen tierras hoy, mañana vayan a tener.

El enemigo es la pobreza, no la riqueza

Todos los presidentes han tratado de “solucionar el problema de la tierra en Colombia”. Y todos han fracasado. Los liberales López Pumarejo y Lleras Restrepo se gastaron su capital político y nada lograron. El primero con la Ley 200 de 1936 y el segundo con la Ley 1a de 1968, intentaron reformas agrarias que no solucionaron el problema. Algunas tuvieron el efecto contrario: lo agravaron. La historia está llena de intentos fallidos, como el Pacto de Chicoral, que fracasaron en su intento. Hay también intentos que valen la pena destacar, aunque no hayan tenido en su momento plenos respaldos. Es el caso de los llamados Proyectos Asociativos de Carlos Murgas, para el cultivo y explotación de la Palma aceitera, o el de la sustitución de cultivos ilícitos en el Sur de Bolívar con el patrocinio de Usaid para sembrar “bosques de chocolate”, que les sirva para endulzar la vida amarga de quienes cultivaban hojas de coca. Dichos proyectos sirven para demostrar que -en algunos casos- el amor con que se hacen las cosas es suficiente y alcanza para lograr las metas fijadas. No es sólo cuestión de plata. Ni Siervos sin tierras, como la novela de Eduardo Caballero, ni amos sin tierras. Tierra para todos y riqueza para todos. El enemigo a derrotar es la pobreza, no la riqueza, como pretendió Chávez en Venezuela. Lo malo de la riqueza -como dice el paseo Vallenato- es que está mal repartida. Pero antes de repartirla, primero hay que crearla. Y el campo sirve para ello. Así de simple.

 

Y las Farc, ¿para cuando?

Una sola finca incautada a las Farc entre Huila y Caquetá tiene 900 mil hectáreas. Así lo reveló una investigación de la Fiscalía General. Pero hasta el momento no es más lo que se sabe de las tierras en poder del grupo guerrillero que firmó la paz con Santos. En La Habana se quedaron esperando que los jefes guerrilleros “confesaran” sus propiedades y la confesión nunca llegó. Ni llegará. Punto. Las tierras de las Farc fueron arrebatadas a punta de fusil a campesinos y ganaderos del país, muchos de los cuales murieron en su poder en calidad de secuestrados. Quien tiene la obligación de desenredar la madeja de las fincas de las Farc es el Gobierno, que negoció con ellas a cambio de que -al final de los diálogos- dijeran cuántas y cuáles son sus propiedades. Si los negociadores del Gobierno ya tienen el dato sería muy bueno que nos contaran. ¿Qué sentido tiene una Ley de Tierras sin las tierras de las Farc, que son de las grandes latifundistas del país? El propio Contralor General, que ha mostrado mucho valor y compromiso en recuperarlas para devolvérselas a los desposeídos, debería también meterle lupa al asunto. Y la Procuraduría también, al igual que la Fiscalía, pues ninguna transacción o traspaso se pudo hacer sin la participación directa de funcionarios, como algunos Notarios, entre otros. Se trata de una tarea que debe ser asumida de forma conjunta para que arroje resultados contundentes. El otro problema que tiene la Ley de Tierras del Gobierno es que como hace parte de los acuerdos de La Habana, requiere del “visto bueno” de las Farc. ¿Aprobarán las Farc una Ley de Tierras que les exija que entreguen las suyas? Ahí radica la nuez del asunto: es apenas obvio que la Ley de Tierras de Santos se refiere a las tierras de los demás, no a las de las Farc.

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