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Arte picoteril: explosión colorida que viste el sonido

William Gutiérrez y Pablo Hernández son dos artistas reconocidos en Barranquilla por pintar picós.

La recopilación de memorias de aquellos que vivieron las épocas doradas de las verbenas dan muestra de una cultura musical que giraba alrededor del sonido bestial de unos bafles de gran tamaño, decorados con dibujos imponentes, sicodélicos y coloridos, llamados picós. 

Este ícono de la idiosincrasia barranquillera, a lo largo de su historia ha pasado por diversos procesos de transformación y consigo mutaciones que lo cambiaron para siempre. Puntualmente, en el momento en que el artefacto original pasó a ser fraccionado, convirtiéndose en un equipo de amplificación de última tecnología, empezó a perder su autenticidad en cuanto al diseño. 

Años atrás, propietarios de los picós le dieron rienda suelta a la nueva era tecnológica e hicieron de sus artefactos unos monstruos en sonido que retornaron a sus raíces en cuanto a la forma de los equipos, llamados turbos, que incorporaron luces excéntricas, nuevas técnicas y dibujos propios con una amplia gama de colores. 

El picó trascendió. Asimismo, las manos talentosas de artistas que debieron adaptarse a las diferentes épocas, pero que al mismo tiempo le dieron un valor especial a esta manifestación cultural.

William en el taller donde realiza sus trabajos, en el barrio Santo Domingo.

Un maestro del arte y diseño picotero

Una banca y una mecedora pintadas a mano con colores carnavaleros y floreados atrae la mirada a una casa blanca enrejada en el barrio Santo Domingo. Un señor con bermuda dominguera y camiseta tipo polo nos recibe calurosamente. “Pasen hasta el final”, dice, mientras la gran pared de la sala lleva como protagonista el retrato de una mujer, pintado por él mismo. “Es mi hija”, explica su autor, William Gutiérrez Peñaloza. 

Al final de la vivienda, después de un corredor, está su taller, donde ocurre la magia. Está lleno de pinturas, pinceles, vinilos y trabajos sin terminar. El maestro de Artes Plásticas es reconocido por pintar picós en Barranquilla, una cultura en la que ha estado inmerso desde los 13 años, cuando pintó su primer bafle. 

“Mi papá, abuelo y tíos siempre se interesaron por el sonido de los picós y en ese entonces yo tenía una radiola, le saqué el parlante, armé un ‘baflecito’ y empecé a copiar los dibujos de los picós más famosos en esa época. Cuando tenía 13 años me dedicaba a pintar los avisos de tiendas, misceláneas y billares, y un vecino me encargó el dibujo de un picó pequeño, fue mi primer encargo oficial en la pintura de los picós”, contó el artista. 

William rememora que para esa época en Barranquilla había muchos picós y por consiguiente varios “pintores reconocidos como Alexander Lugo, Jerson Acosta y Belisario de la Mata”. 

“Todos queríamos pintar como Belisario, yo observaba mucho sus trabajos y su técnica porque realmente nunca tuve la oportunidad de verlo pintar un picó y me hubiera gustado. Él era un referente del arte picotero”. 

Por la necesidad de saber dibujar, proporcionar, manejar el color y la anatomía del cuerpo humano, estudió Artes Plásticas. Mientras, continuaba pintando picós y perfeccionando su técnica. 

“Algunas personas no estuvieron de acuerdo en que mientras estudiaba en Bellas Artes pintara picó, porque había cierto tabú en esa actividad ligada a la cultura popular, es decir, no era que se viera tan bien,  pero gracias a la cultura del picó es que he tenido trabajos en el exterior, he logrado llegar a otros países con el arte”, expresó William. 

El maestro estuvo en la transición del artefacto en cuanto a forma y diseño. Presenció las diferentes épocas. De sus 61 años, lleva 47 haciendo este arte. 

“Al principio, los picós eran pintados con colores sobrios y al primero que vi haciendo algo diferente en una gama más colorida fue a Belimastth con ‘El Gran Picasso’, que tenía tonos neón. El rojo, naranja, amarillo y verde, eso se volvió costumbre, aportándole alegría. Ahora se le pone un cordón de luces que hace que se vea más vistoso”. 

Lian Domínguez, gestor cultural, relata que el picó ‘El concorde’, propiedad de un taiwanés, fue el primero que incorporó tecnología moderna en la década de los 70. “Hoy tenemos los equipos llamados turbos, que son la imagen de ayer con la tecnología de hoy”, explicó.

Regresando a William, cuenta que el primer picó que pintó fue uno de su barrio: ‘El Gran Fredy’. Después le salieron otros trabajos que lo llevaron a las grandes ligas del arte sonoro con ‘El Solista’, ‘El Gran Pijuán’, ‘El Rojo’, picós reconocidos en esa época. 

La preparación de sus pinturas es clave en el proceso de William y Pablo.

El pintor, a través de su técnica mixta de vinilo, acrílico, laca, esmalte, ha llegado a diversos rincones del mundo y más ahora con la globalización y tecnología.

“Yo recuerdo que en una entrevista una joven me dijo –¿cómo es posible que usted haya estudiado Artes Plásticas en Bellas Artes y se haya dedicado a pintar picós?– Eso me sonó como una grosería, algo despectivo. Hoy me doy cuenta que lo importante es el valor que uno le dé a lo que uno hace. Me siento orgulloso con este tipo de arte, me ha ido bien y lo seguiré haciendo hasta cuando el cuerpo aguante”.

Las manos talentosas de Rebolo

Son 15 años en el arte picoteril. Los patios de sus casas se convirtieron en el sitio perfecto para montar los talleres de pintura. Tanto William como Pablo Hernández hacen sus obras al fondo del pasillo. Este último en el barrio Rebolo. 

“Inicialmente trabajaba haciendo letras para negocios, vallas publicitarias y el voz a voz surgió, algunas personas que trabajan con picós empezaron a verme y fueron recomendándome. Hoy en día vivo de esto. El primer picó que yo pinté fue ‘El Yanqui’, del barrio La Luz. Ahí empecé en este oficio”. Comenta el artista que se le mide a pintar todo tipo de picós, pero sobre todo los caseros, “porque las personas prefieren más los turbos que los equipos de sonido”.

El hombre que creció escuchando Timbalero sostiene a sus cinco hijos con el arte y diseño  picoteril, donde el aerógrafo es su mejor aliado. 

“Se envasa en pinturas de agua, vinilo y luego viene el proceso de los colores. Mi técnica es aerografía, hago las plantillas previamente. Normalmente yo me demoro entre cuatro y cinco horas, pero lo máximo que me he demorado es dos o tres días”.

Además, explicó que los temas más solicitados son los personajes reconocidos y fuertes, también los retratos.

Pablo y William, de diferentes edades, pero ambos con una sola pasión, el arte y diseño picoteril, plasman en sus trabajos parte de la historia cultural y sonora de Barranquilla. Las sonoridades bestiales, africanas, champeteras y salseras, que salen de los picós que ellos visten en una explosión de colores, ponen a gozar a los danzantes en los barrios populares de la ciudad. 

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