
Carmen, la ‘arquitecta’ de casas hechas con boñiga
Una de las pocas mujeres que agarra palustre, cemento y boñiga de vaca para fabricar este tipo de viviendas, asegura que aunque la aparición de eternit y cemento en la construcción amenaza con la tradición, ella las sigue recomendando porque son materiales resistentes en el tiempo y amigables con el ambiente
Carmen Hoyos tendría diez años cuando recorría los potreros de las fincas, en el kilómetro ocho en la vía Planeta Rica-Montería, junto su papá y sus ocho hermanos para recoger boñiga de vaca.
“Siempre veía a mis papás y mis hermanos mayores preparar los materiales para construir o repellar las casas que hacían en bahareque y boñiga”, asegura con cierta nostalgia esta mujer de 1,60 de estatura y 51 años.
Aprendí viendo y preguntando –asegura–, mientras se pasa las manos por su cabello ondulado para recogerlo con una moña.
Años de gloria
Fue así como durante veinte años vivió armada de palustre para mezclar cemento, arena, agua y por supuesto la infaltable boñiga de vaca para levantar las viviendas de su vereda en Córdoba.
“Yo crié a mis seis hijos a punta de este trabajo, que podía alternar con los oficios de la casa, porque si uno tiene una persona que le ayude a recoger la boñiga, ya eso es ganancia. La boñiga hace que el cemento se pegue en la madera”, explica.
Y aunque el trabajo ha mermado de diez años para acá por el ‘boom’ de la “modernidad”, se siente orgullosa de que aún la busquen para construir una que otra.
“Antes no daba abasto, ahora la cosa ha bajado, aunque me piden para reparar las paredes que siguen bien firmes”, sostiene.
Carmen asegura que por su trabajo como “arquitecta” de este tipo de viviendas hasta hace dos años cobraba entre 20 y 35 mil pesos por día, sin incluir el costo de los materiales que corrían por cuenta del cliente que solicitara el trabajo.
Repellar la fachada de una casa de bahareque tarda dos días, pero si incluye la parte interna con sus respectivas divisiones, entonces tenía que buscar un ayudante al que le reconocía 15.000 pesos por día.

“Vea, yo garantizo que esas casas son antisísmicas y, sobre todo, muy frescas por el tipo de material”, asegura.
A Carmen también la buscaban “en masa” para reparar humedades, agrietamientos o simples mantenimientos que requerían de la mezcla elaborada a base del estiércol de vaca, toro, caballo y el burro.
“Así levanté a mis pelaos, sobre todo cuando me separé de mi primer esposo, fue una tarea que me permitió mantenerme activa, pero después me tocó alternar con otras cosas porque ya no era suficiente la plata”, anota.
Por eso cuando no la buscan para construir o reparar, se gana la vida en casas de familia.
Oficio heredado
Recuerda que como su familia no tenía ganado debían dedicar varias horas del día a recorrer los diversos potreros de la zona periférica de Montería para recolectar el material con el que realizaban las diversas mejoras a su casa e incluso a la de los clientes que se fueron multiplicando.
“Eso fue algo que yo vi mientras crecí, porque las paredes de mi casa eran de napa de coco, que salía de pelar con un machete la palma hasta llegar al centro que es duro, con eso levantábamos los troncos en forma de pared”, explica.

Mezcla de materiales
Para Carmen, mezclar la boñiga no le producía repulsión.
“Lo hacíamos directamente con las manos, aunque algunos se ponían bolsas, pero lo que no saben es que ese contacto directo para la mezcla de los materiales es importante. Después cogíamos boñiga de la vaca y la metíamos en vasijas donde la mezclábamos con arena, tierra menuda y agua”, dice.
La experiencia le enseñó que repellar con boñiga una pared de 2x2 metros requiere de dos latas de arena, una bolsa de cemento y al menos un saco y medio o dos de boñiga para que rinda.
Sostiene que el olor particular de la boñiga se diluye al ser mezclado con el cemento y posteriormente con la pintura sobre las paredes.
Sin embargo, desde una década para acá, la demanda ha bajado. “Hay algunas personas que aún tienen unos quioscos, pero lo realizan como una manera de lujo, como para recordar una época pasada”, afirma.
Resistentes y frescas
El arquitecto Victor Julio Silva De la Ossa, egresado de la Universidad Autónoma del Caribe de Barranquilla, máster en Gestión Sostenible, entre otros estudios que ha alternado con la docencia con énfasis en investigación, dice que con base en la historia arquitectónica del Caribe, la transición entre el bahareque y las ‘casas de material’ inició con las construcciones en madera o ‘casas de tabla’ con cubiertas en teja ondulada de zinc, influencia de las construcciones antillanas.
Posteriormente con la industrialización de la construcción y el acceso al cemento, la población miraba en las construcciones con ‘material’ un mejor status, y así se inició la transición.
El investigador asegura que “la mezcla original para el revestimiento de las casa de bahareque es solo tierra o arena combinada con estiércol de ganado en proporciones iguales, a la que se adiciona queroseno o ACPM para evitar la proliferación de insectos y hongos.
En tiempos recientes se le adiciona cemento o cal para aumentar la resistencia a la lluvia y la humedad; lo que llama bahareque cementado o bahareque estabilizado. La boñiga aporta fibra a la mezcla y evita la retracción por fraguado y su consecuente agrietamiento.

Otro aporte importante es que al ser una fibra natural tiene baja conductividad térmica y evita el paso del calor al interior de los espacios”.
Las investigaciones demuestran el comportamiento bioclimático de la vivienda típica del valle del Sinú porque se comprobó que se logran diferencias de temperatura de hasta 7°C, con relación a los materiales contemporáneos a base de cemento.
“Las fibras vegetales son materiales altamente aislantes del calor, al ser esponjosos y contener aire en su interior. De ahí que las casas en bahareque y cubiertas en palma son más frescas. Aíslan mejor con menor espesor (5 cm) que los muros en bloque de arena cemento a bloques de arcilla cocida ‘ladrillo’, que tiene un espesor más grueso (10 cm)”, dijo.
En otras partes del mundo se mezcla el barro con fibras picadas de pasto, lo que evita la retracción del barro y sus consecuentes rajaduras, pero la inteligencia de nuestros indígenas aprovechaba el sistema digestivo de los rumiantes que trituraba el pasto y los expulsaba en sus heces como microfibras que se adicionan a la tierra para conformar la mezcla que se utiliza en el bahareque.
“Los registros históricos señalan que en Bolívar, Magdalena y La Guajira los campesinos repellaban con bolas de barro, o barro como revestimiento (embarrute), posteriormente y con más frecuencia y concretamente en las zonas de sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba se empezó a mezclar con boñiga o ‘moñinga’, como se conoce en el Sinú”, puntualizó el arquitecto.
Para Carmen, si bien la aparición en el mercado de zinc, tejas y cemento en la construcción de las nuevas viviendas redujo drásticamente sus ingresos económicos, sigue defendiendo la boñiga de vaca para levantar ranchos típicos, los pocos que quedan en su vereda.
“Son casas más resistentes y frescas. Y las seguiré recomendando”, insiste.
