El Heraldo
Giovanny Escudero y Luis Rodríguez
Barranquilla

El Viejo Prado, un barrio del imaginario barranquillero

Casas patrimoniales cuentan una historia que sus habitantes defienden. Su origen data desde los años veinte, cuando dos hombres bautizaron predios que se convertirían en finca y que terminaron en barrio.

Cuando Ana Elisa Fuenmayor de González pide a un conductor de taxi que la arribe a su señorial casona amarilla, ubicada en el centro histórico de Barranquilla, en la carrera 69 con calle 64, por lo general le preguntan, en tono afirmativo “¿Eso es barrio Viejo Prado?”, a lo que ella responde que sí.

Lo que no tiene presente en esos momentos Fuenmayor, es que su hogar patrimonial, como muchos en las manzanas del sector, no hacen parte del ‘Viejo Prado’, pues en realidad es un barrio producto del imaginario barranquillero.

Aquella dirección corresponde a la última cuadra del barrio El Prado, que colinda con Bellavista. Sin embargo, para algunos habitantes de antaño, el trayecto comprendido entre la Avenida Colombia, en la carrera 53 con calle 54 hasta la calle 76 integra al Viejo Prado. En otras versiones, los límites inventados se extienden hasta la calle 74.

“Desde que recuerdo le decimos así y lo reconocemos así”, dice Fuenmayor, quien se mudó a la casa de casi noventa años cuando estaba recién casada. A la familia de su esposo le costó $35.000 en ese entonces.

Verla desde afuera resulta un viaje en el tiempo. Por lo menos a los años veinte, cuando parte de la clase emergente barranquillera fijó la mirada en un terreno bautizado El Prado para construir una urbanización de modelo europeo y americano.

“De hecho, esta casa se llama Rita y la de al lado se llamaba Rosa porque el papá de Manuel De la Rosa tenía un par de tías que se llamaban Rita y Rosa, de quienes mi suegra era muy amiga”, cuenta Fuenmayor, una viuda de 80 años.

A lo que hace referencia la mujer, que cada año decora su casona de Carnaval en honor a su esposo difunto, es a una historia que pocos podrían olvidar.

Esta cuenta que, a principios de los años noventa, dos hombres, Benjamín T. Senior y José Fuenmayor –quien después descubriría Ana Elisa que fue tío de su padre–, adquirieron predios rurales para convertirlos en una finca.

Cuatro años después estas tierras pasaron a manos de Manuel J. De la Rosa, quien tinturó de un color campestre un sector que, tiempo más tarde sería escenario de un barrio con amplias casas y jardines, idea que germinó en sociedad con el inversionista  norteamericano Karl Calvin Parrish, ya a mediados del año 1918.

El resultado de aquello: al menos 200 familias pudientes con residencias de estilo neoclásico en Barranquilla.

“Este sector tiene casi un siglo y eso es razón suficiente para llamarle Viejo Prado”, explica el arquitecto e investigador Carlos Bell Lemus.

Fuenmayor, por su parte, se muestra convencida que el imaginario de un Prado antiguo tuvo lugar con la construcción del Alto Prado, un espacio doméstico más moderno. Y aunque su hipótesis sea una de varias, lo cierto es que considera tanto el valor de la arquitectura de este sector, que “no me atrevería a vender esta casa”.

Su colorida fachada captó incluso la atención de algunos directores de televisión, quienes la utilizaron para populares novelas sobre la vida en la Costa Caribe.

El antes y el después de la residencia del doctor Alberto Osorio, hoy instalaciones del Hotel Majestic.

Recuerdos vivos

“Para nosotros esto siempre será Viejo Prado porque así nos enseñaron nuestros padres a llamarlo”, es la consigna de Susana Llanes, que vive en una de las enormes casas de la carrera 58 con calle 64. 

Este hogar fue escenario de las más recordadas aventuras de Llanes y sus ocho hermanos, quienes crecieron jugando en un enorme patio y bajo la sombra de palos de guayaba, mango y anón.

Hoy, luego de casi seis décadas, los Llanes no tienen intención de modificar nada, ni muchos menos en su fachada. Los muebles de bejuco antiguo y una colección de muñecas de porcelana los delatan.

Lo anterior obedece al cumplimiento de la medida de protección a los predios catalogados como patrimonio por su valor arquitectónico. Así se declaró en 1995 por el Consejo de Monumentos Nacionales.

La dimensión de esa importancia es explicada por Bell en el libro Barrio El Prado, un viaje hacia el pasado, de Diana Meyer Vengoechea y Enrique Yidi Daccarett, donde queda impreso el impacto de El Prado en el crecimiento y desarrollo de la ciudad.

“Visto en perspectiva histórica, el resultado urbanístico del barrio El Prado es percibido como una clara manifestación de la espacialidad moderna y una experiencia pionera en Colombia, por introducir en un formato racional y previsivo el espontáneo crecimiento de los asentamientos colombianos”, dice Bell.

De él hacen parte joyas de la arquitectura como la mansión que hoy funciona como Jardines del Recuerdo, de estilo neoclásico republicano;  el Hotel Majestic, con toque versallesco; la Casa Emilliani, de inspiración jónica; la casa Mouradian, construida en 1938 y la casa De la Rosa, que perteneció a Manuel De la Rosa y fue una de las primeras casas del barrio. En ella también vivió el escritor Álvaro Cepeda Samudio y hoy funciona en ese lugar las oficinas de la Corporación Autónoma Regional (CRA).

“Incluso nosotros fuimos los pioneros en la ciudad en montar un anticuario, que mantenemos en el patio”, revela con una sonrisa Silvia Llanes,  de 60 años.

Silvia, Susana y Carmen de Llanes posan en la sala de su casa, ubicada en la carrera 58 con calle 64.

El Actual

Si bien a comienzos del siglo XX, el barrio lideró los proyectos urbanísticos, los años pasaron y las grandes casas fueron reducidas por su propio descuido y deterioro. Con esto, El Viejo Prado“queda convertido en una pequeña mancha al norte de la ciudad”, manifiestan los historiadores Ricardo Vergara y Antonino Vidal en su texto El barrio el Prado: hito histórico y urbano de Barranquilla. “Cada vez que se derrumba una casona del barrio El Prado, se destruye también su entorno”, reflexionan ambos.

En lo anterior coincide Alfonso Chiriví, un geólogo de 70 años, propietario de una casa rosa pálida de esquina, situada en la carrera 59 con calle 66.

Chiriví, quien vive solitario en uno de los cuartos de la enorme casa, decidió arrendar gran parte de ella solo para “no tener que venderla”.

“Si tuviese dinero, me dedicaría a comprar todas las casas de este barrio”, expresa con fascinación.

No es para menos. Para este hombre su hogar es la “casa de mis sueños” por su tipismo del Caribe y patrimonio. El piso lo conforman pequeños cuadros blancos y negros, similares a un ajedrez y mantiene y techo alto encerrado entre paredes azul pastel.

“Todas estas casas son una hermosura y los más bello es que muchas de ellas conservan nombres de mujeres. Tumbarlas o convertirlas en locales comerciales es como podar un árbol centenario”, manifiesta. 

Frente a su casona tiene uno que pronto cumplirá cien años, como muchos de los hogares del estilo del ‘Viejo Prado’, un invento barranquillero que pese a los años,  daños y maltratos, se ha conservado. 

Casa Rosa de esquina en la carrera 59 con calle 66.
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