El Heraldo
Orlando Esquivia Hernández con un ramo de flores blancas frente a las tumbas. Ernesto Benavides Sierra
Sucre

Sobreviviente de las corralejas de 1980 rememora la tragedia en medio de las tumbas

En Sincelejo cuando se cumplieron 39 años de la caída de los palcos  que dejó 500 fallecidos, las tumbas de las víctimas de esa tragedia estaban sin velas y sin dolientes.

Son las 11:20 de la mañana de un veinte de enero que se conmemora entre la alegría de las festividades y el recuerdo de una tragedia. Por los silenciosos callejones del Cementerio Central de Sincelejo camina bajo el sol matutino Orlando Esquivia Hernández con un ramo de flores blancas en las manos que a los pocos minutos pone en la tumba de una nieta.

No hay canto de elegías y son pocas las personas que caminan por la necrópolis santa. Al ver la lúgubre soledad el hombre exclamó que a los muertos del veinte de enero ya los olvidaron porque un día como este, cuando se cumplieron 39 años de la caída de los palcos que dejó 500 fallecidos, las tumbas de las víctimas de esa tragedia estaban sin velas y sin dolientes. Aunque en cada corazón de los familiares el recuerdo se llora bajito.

Bajo la sombra de una cruz celebró que está con vida porque es uno de los sobrevivientes de esa tarde de horror. Tenía 21 años en ese entonces. A las corralejas fue con 14 familiares y por fortuna se ubicaron en la parte de los palcos que no se desplomaron.

“En la calle La Pajuela había muertos y heridos por todos lados. Los cuerpos no cabían en el Hospital Regional y tocó llevarlos para otros lados. A mí me tocó buscar a un vecino, por eso levantaba los muertos para verles la cara, pero lo encontramos dos días después en el hospital de Corozal, sin vida”, rememoró.

Al lado de una tumba desierta también recordó que su vecina Gabriela Hoyos cayó de los palcos con vida, pero al rato la encontraron muerta porque, al parecer, un trozo de madera la golpeó en la cabeza.

Su risa rompe el silencio sepulcral cuando, a manera de anécdota, se acuerda que su mamá se desmayaba cada vez que veía que los familiares que habían ido a la corraleja aparecían vivos, que le hicieron un quite a la muerte en medio de un jolgorio de muerte.

Ese 20 de enero de 1980 cuando los redoblantes cesaron su toque Orlando estaba de vacaciones de su trabajo en un banco en Barranquilla (Atlántico). Pasó de la euforia a la tensión porque a pesar de que no se le murió ningún familiar, lloró con todo una ciudad a la que para esa fecha se le acabaron los ataúdes.

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