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Eran las 10 de la mañana, la temperatura marcaba unos 16 grados, el sol era condescendiente con alguien que viene del Caribe a la siempre fría Bogotá. La cita es en Tejo La Embajada, un grupo de periodistas, algunos colombianos, otros de países como Chile, Argentina, Perú, nos dimos cita para adentrarnos en este juego milenario del altiplano Cundiboyacense.

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Allí íbamos a aprender a jugar al deporte nacional de Colombia con el mayor creador de contenido de tejo, conocido en redes como El man del Tejo y desafiarlo por un premio, mientras disfrutamos de los aperitivos locales, escuchar el sonido de la mecha y regocijarnos entre todos.

La primera lección fue de humildad. Visto desde fuera, lanzar un disco de metal hacia una caja de arcilla parece sencillo, pura fuerza bruta. Pero en la cancha la realidad es otra. El tejo pesa, la arcilla, o greda, como puristas corrigen, es densa y la distancia engaña al ojo. Nuestro anfitrión nos explicó que esto no va solo de puntería, sino de postura y hasta de actitud.

Entre sorbo y sorbo de “pola” fría, necesaria para hidratar la garganta en medio del polvo y la emoción, los colegas internacionales intentaban descifrar la técnica. Ver a un argentino calcular la parábola del disco o a un peruano celebrar su primera “mano” fue parte del encanto.

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Pero nada se compara con el estruendo de la mecha. Ese pequeño triángulo de pólvora es el juez supremo. Cuando explota, el sonido seco retumba en el galpón y se siente una descarga de adrenalina inmediata. No importa si eres local o visitante, el olor a pólvora quemada te saca una sonrisa instintiva.

Nos ensuciamos las manos y los zapatos. Hubo lanzamientos desastrosos que terminaron en la pared y otros que, por pura suerte de principiante, detonaron la gloria. Al final, más allá del ganador del desafío o del premio simbólico, entendimos por qué este deporte indígena sobrevivió siglos: es un catalizador social. En la cancha de tejo todos somos iguales, todos nos manchamos de barro y todos celebramos el ruido.

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Del altiplano a la selva

Con el cuerpo todavía caliente por la competencia y el hambre asomando, cambiamos radicalmente de escenario. Dejamos atrás la rusticidad de la cancha para buscar algo más místico.

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Luego, horas más tardes, hacia el almuerzo, nos trasladamos a Chichería Demente para unirnos a un ritual que celebra el espíritu tradicional de la costa del Pacífico, con maridajes, el famoso Viche.

Si el tejo fue la explosión hacia afuera, el viche fue un viaje hacia adentro. Nos recibieron en un ambiente que mezcla lo moderno con lo autóctono, perfecto para bajar las revoluciones. Aquí la protagonista no era la pólvora, sino la caña. Pero no cualquier caña. Hablamos de una bebida ancestral que hasta hace poco era un secreto guardado celosamente por las comunidades afrocolombianas y que hoy vive un merecido auge.

La experiencia no se limitó a beber por beber. Fue una cátedra sobre resistencia y cultura. Nos explicaron que el viche, antes de ser un licor recreativo, es medicina. Cura el cuerpo, el “mal de ojo” y hasta las penas del alma. Probamos distintas variedades. Pasamos del viche puro, que baja quemando suavemente la garganta y calentando el pecho (ideal para el frío bogotano que ya apretaba de nuevo), a los “curados”.

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El maridaje fue el complemento exacto. Platos con ingredientes del Pacífico que dialogaban con la bebida: mariscos, plátano, coco. Cada bocado y cada trago contaban la historia de los ríos y manglares de donde viene esta tradición. Fue fascinante ver cómo una bebida artesanal lograba conectar a la mesa tanto como lo hizo el tejo horas antes.

Estas dos experiencias hacen parte de las rutas Originals de Airbnb que se pueden reservar en la aplicación. Bogotá no es solo una capital, es el epicentro cultural y el alma palpitante de Colombia. Ubicada de manera majestuosa entre los picos de los Andes, esta ciudad ofrece una experiencia de viaje única donde la historia y la modernidad conviven en perfecta armonía.

La capital colombiana brinda experiencias únicas que satisfacen a los viajeros, desde inmersiones profundas en su cultura con sus icónicos museos y la esencia de sus barrios históricos, hasta una escena de alta cocina y restaurantes vanguardistas que la han convertido en un referente gastronómico de la región.

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Detrás de cada reserva puede haber emprendedores, cocineros, transportadores, comerciantes, y artistas que encuentran en el turismo una fuente de ingresos. De hecho, se calcula que las actividades de los huéspedes y anfitriones en la plataforma Airbnb durante el año pasado contribuyeron directa e indirectamente a la generación de ingresos de más de 3.1 mil millones de pesos.

Por su parte, la dinámica entre anfitriones y viajeros también se puede ver reflejada en la economía local. Durante 2024, la actividad de huéspedes y anfitriones representó un impacto económico estimado en 10.6 billones de pesos, de los cuales 1.6 billones corresponden a ingresos de anfitriones, mientras que más de 9 billones se destinaron a comercios locales

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