Compartir:

Hace 36 años se despidió de la vida el primer rey vallenato, Alejandro Durán Díaz, pero sus recuerdos de amor y folclor siguen flotando y más en la memoria del hijo quien lleva su mismo nombre, ese que nació de un amor rápido, pero con el ingrediente de llegar casi sin palabras, solamente teniendo amarrados gestos bonitos, esos que se pegaron en el corazón como la puya Pedazo de acordeón.

El protagonista es Alejandro Santiago Durán Gómez, quien cuenta con 70 años, y vive en la calle 16 N° 10-06 de Codazzi, Cesar, donde muy amablemente accedió a hablar de la vida y obra de su padre, a quien conoció de cerca, hasta llegar a definirlo como un hombre lleno de sencillez y humildad. “Llegué a conocerlo de cerca porque viví por mucho tiempo en su casa de Planeta Rica, Córdoba. Allá trabajé como maestro de construcción”.

Enseguida contó detalles muy cercanos a su vida. “Los amores de mi papá con mi mamá Elisa Gómez Machado, quien nació en Pijiño, Magdalena, no duraron mucho por ser ella muy celosa. Él tuvo 23 hijos, aunque algunos dicen que fueron más. De ese hecho quedó una de sus célebres frases cuando dijo que los hijos a veces lo volvían cobarde, pero era lo mejor que él podía hacer”.

La historia de Alejo Durán y Elisa Gómez sucedió en la población de Pijiño, entre cantos y adulaciones, naciendo el único hijo que ella tuvo. “Mi mamá, quien murió hace tres años acá en Codazzi, donde vivió por muchos años, me contaba que esos amores tuvieron tropiezos debido a sus corredurías y los cuentos de sus amoríos iban y venían decidiendo quedarse sola”.

CortesíaSu hijo abrió el baúl de los recuerdos para contar la vida del juglar.

Al Alejo Durán, el primer rey vallenato, recibir ese latigazo directo al corazón y saber que todo no sería igual, optó por hacerle una canción que tituló Donde andará. Es así como cantó. “Ya sé acabó la alegría, se la llevó aquella ingrata.

Lea también: El poder del ‘Freestyle’ se toma Barranquilla con la FMS

Ahora bebo de noche y día, porque el guayabo me mata. Alejo no había llorado por ninguna en esta vida, ahora la pasa llorando porque tiene el alma herida”.

Aquella vez de esa relación sentimental quedaron sombras donde los besos y los abrazos se hicieron pedazos.

Un hijo que buscó su nombre

Entrando nuevamente Alejo, hijo, a buscar en el baúl de los recuerdos contó que pasados algunos años logró que su papá lo reconociera. Así sucedió todo. “Ya grandecito mi papá no me había registrado hasta que una vez estando en Valledupar fui y le conté. Aceptó venir a Codazzi, haciéndolo el siguiente día con mis tíos Náfer y Luis Felipe, pero sucedió que era festivo, primero de mayo.

Entonces se le pidió el favor a la secretaria de la notaría, quien era amiga, para que abriera la oficina e hiciera el papeleo del registro civil de nacimiento. Así pasó sin festejos, pero con mucho agradecimiento”.

Enseguida trajo a su memoria una nueva añoranza. “De la cantidad de hijos que tuvo mi papá, cuatro llevamos su nombre, y en mi caso me decidí aprender a tocar acordeón y seguir sus pasos.

Tan solo una vez participé en el Festival Vallenato pasando a la segunda ronda”.

El proceso para que Alejo Durán Gómez llegara a ejecutar el acordeón no fue nada fácil, pero tuvo a un maestro que enseñaba con la experiencia. “En la casa no se tenía plata, por eso aprendí con un acordeón viejo que me prestaron. Una vez me fui para donde mi papá y tomando uno de sus acordeones intenté tocar una puya, pero me quedaba en el ritmo. Él al verme me recalcó que el acordeón tenía 31 teclas y 12 bajos que buscara las notas. Entonces comprendí que era un gran maestro, pero mal profesor”.

Lea también: “Quiero que me vean como una mujer valiente”: Valentina Olano, Señorita Atlántico 2025

De un momento a otro el orgullo lo acompañó en la charla, al declarar que tuvo un padre lleno de la máxima grandeza musical porque fue un juglar muy querido. “El legado de Alejo Durán Díaz, mi papá, pesa mucho y nos dejó a su familia una responsabilidad que hemos sabido llevar”.

CortesíaElisa Gómez Machado, quedó en la vida e historia musical de Alejo Durán.

Todo comenzó el 30 de abril de 1968 cuando Alejandro Durán Díaz se coronó como el primer rey vallenato en el Festival de la Leyenda Vallenata, teniendo como compañeros al cajero Pastor ‘el Niño’ Arrieta y al guacharaquero Juan Manuel Tapias, presentando las siguientes canciones. Paseo, La cachucha bacana (Alejandro Durán); merengue, Elvirita (Alejandro Durán); son, Alicia adorada (Juancho Polo Valencia); y la puya, Pedazo de acordeón (Alejandro Durán).

Los jurados fueron Miguel Facio Lince, Jaime Gutiérrez de Piñeres, Rafael Escalona Martínez, Gustavo Gutiérrez Cabello y Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez.

El premio recibido por su gesta musical que lo catapultó en la música vallenata fue un trofeo que le entregó el gobernador del Cesar, Alfonso López Michelsen, y el cheque N° 297520 del Banco de Colombia por valor de cinco mil pesos. En su honor se instaló en Valledupar en el año 1991 el monumento al ‘Pedazo de acordeón’, obra abstraccionista del escultor bogotano Gabriel Beltrán.

Alejo Durán, quien contaba con 70 años, murió en Montería, Córdoba, el miércoles 15 de noviembre de 1989, a causa de un infarto agudo de miocardio, dejando regadas las notas de su acordeón, muchos cantos y frases que se volvieron comunes escucharlas. “Yo tenía que estar enamorado para seguir componiendo, o despechado, tal vez, porque a la hora de la verdad los temas de componer son dos: el amor o la decepción”. ¡‘Apa’, ‘Oa’, ‘Sabroso’!