Este sábado 21 de junio, la Arquidiócesis de Barranquilla vivirá la solemnidad del Corpus Christi, un acontecimiento que reunirá, a más de tres mil personas de todas las parroquias de Barranquilla y los municipios del Atlántico, en la Catedral Metropolitana María Reina.
Esta celebración arquidiocesana, que se une a la que realiza la Iglesia en todo el mundo para adorar a Jesús Eucaristía, iniciará con la santa misa a las 4:00 de la tarde y, seguidamente, a las 5:00 de la tarde, dará paso a la procesión con el Santísimo Sacramento, que saldrá por la puerta principal de la Catedral Metropolitana, recorrerá la calle 53, y bajará por la carrera 50 hasta llegar a la calle 46 (antes de la Murillo), donde se hará el acto de cierre de este peregrinar, con la guía de monseñor Pablo Salas, arzobispo de Barranquilla, y monseñor Edgar Mejía, obispo auxiliar.
“Las calles de Barranquilla se llenarán de niños, jóvenes, familias, sacerdotes, comunidades religiosas, monaguillos, ministros extraordinarios de la comunión, grupos de adoración eucarística, agentes de pastoral y fieles en general de todo el departamento del Atlántico, que podrán contemplar el poder resplandeciente de Dios al que todos están invitados a adorar”, aseguró monseñor Pablo Salas, arzobispo de Barranquilla.
Las personas están invitadas a asistir vestidas de blanco y llevar una vela, faroles o banderas blancas, y a que, animados por la experiencia del sábado, también vivan al día siguiente la celebración parroquial del Corpus Christi en sus comunidades.
Visiones que dieron lugar a la solemnidad del Corpus Christi
Como presentó el papa Benedicto XVI en su Audiencia General del 17 de noviembre de 2010, Juliana nació entre 1191 y 1192 cerca de Lieja (Bélgica). En aquel tiempo, en la Diócesis de Lieja, antes que Juliana, teólogos insignes habían ilustrado el valor supremo del sacramento de la Eucaristía y había grupos femeninos dedicados generosamente al culto eucarístico, a la comunión fervorosa, a la oración y a las obras de caridad, guiadas por sacerdotes.
A los 16 años, Juliana tuvo una primera visión, que después se repitió varias veces en sus adoraciones eucarísticas. La visión presentaba la luna en su pleno esplendor, con una franja oscura que la atravesaba diametralmente. El Señor le hizo comprender el significado de lo que se le había aparecido.
La luna simbolizaba la vida de la Iglesia sobre la tierra; la línea opaca representaba, en cambio, la ausencia de una fiesta litúrgica, para la institución de la cual se pedía a Juliana que se comprometiera de modo eficaz: una fiesta en la que los creyentes pudieran adorar la Eucaristía para aumentar su fe, avanzar en la práctica de las virtudes y reparar las ofensas al Santísimo Sacramento.
Durante cerca de veinte años Juliana guardó en secreto esta revelación. Después la confió a otras dos adoradoras de la Eucaristía e involucraron al sacerdote Juan de Lausana, canónigo en la iglesia de San Martín en Lieja, rogándole que interpelara a teólogos y eclesiásticos sobre lo que tanto les interesaba.
Las respuestas fueron positivas y alentadoras. El obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, después de titubeos iniciales, acogió la propuesta de Juliana y de sus compañeras, e instituyó, por primera vez, la solemnidad del Corpus Christi en su diócesis.
Más tarde, otros obispos establecieron la misma fiesta en los territorios encomendados a su solicitud pastoral. La buena causa de la fiesta del Corpus Christi conquistó también a Santiago Pantaleón de Troyes, que había conocido a la santa durante su ministerio de archidiácono en Lieja. Al convertirse en Papa con el nombre de Urbano IV, en 1264 instituyó la solemnidad del Corpus Christi como fiesta de precepto para la Iglesia universal.
Un milagro eucarístico
El papa Urbano IV quiso dar ejemplo, celebrando la solemnidad del Corpus Christi en Orvieto, ciudad en la que vivía entonces. Por orden suya, en la catedral de la ciudad se conservaba —y todavía se conserva— el célebre corporal con las huellas del milagro eucarístico acontecido el año anterior, en 1263, en Bolsena (Italia).
Un sacerdote, Pedro de Praga, mientras consagraba el pan y el vino, fue asaltado por serias dudas sobre la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Milagrosamente algunas gotas de sangre comenzaron a brotar de la Hostia consagrada, confirmando de ese modo lo que nuestra fe profesa.