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Aquel 1° de abril del 2021, mientras la zozobra del acuartelamiento, la cuarentena y la cercanía de la muerte obligó a la humanidad a encerrarse, en Santiago de Tolú, insólitamente un suceso hizo erizar a más de un lugareño en medio de un lúgubre, silencioso y aletargado Jueves Santo.

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La tradición religiosa que, por más de 400 años, se había venido paseando por la ruta del sacrificio y calle de la amargura había sido suspendida por efectos de la pandemia dejando por segundo año en desconcierto a la multitud de feligreses toludeños que cada año vibran con esta puesta en escena de su máxima expresión religiosa.

Se habían prohibido las aglomeraciones y las normas de autocuidado eran extremas en sitios públicos, dos años de ausencia de la tradicional Semana Santa y en especial del apasionante Jueves Santo con Jesús y su cruz a cuestas tenían en vilo a miles de toludeños que ya venían utilizando estrategias negándose a pasar por alto esta celebración religiosa.

En medio de esa soledad inquietante y ante la expectativa real-maravillosa, que se tiene en esta villa de más de 500 años, en donde la temporada de Cuaresma es asociada a la visita de espectros, almas del más allá y sucesos paranormales, los toludeños empezaron a sentir en la opacidad y lontananza de la calle algo increíble y surreal.

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La marcha del duelo empezaba a sonorizar las calles, llenando de asombro a los habitantes, que a puerta cerrada rumeaban la nostalgia de la atípica Semana Mayor, ¿sería posible que alguien se atrevió a desafiar al peligro advertido de la pandemia? Era una melodía extraña, más extraña que de costumbre, y con cierto temor y sana curiosidad propia de estas latitudes quisieron saber y darles crédito ante sus ojos, para ver qué era lo que sucedía.

En medio de la luctuosa y triste noche, cobijado por el frío de la madrugada y bajo la luz triste y opaca del alumbrado público, un escuálido hombre vestido de blanco, con andar pausado a la usanza de los nazarenos toludeños, portando un pequeño báculo cimbreante, que acompasaba la melodía sacra y acompañado de un famélico perro, había empezado su triste trasegar recorriendo el camino del calvario, simulando el vaivén de la legendaria mole de madera en pleno y frenético apogeo santo.

A simple vista su rostro era inidentificable, su mirada fija lo hacía parecer un ser de otro mundo, alucinante y hasta perdido en la bruma de la madrugada, era un cuerpo cansado, que pareciese al emular el famoso 'dos por uno' del avance al calvario.

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Breilin Morales, de escasos 17 años, era el misterioso hombre, un joven de escasos músculos que soportaban una cara angulosa y rasgos mestizos, una especie de judío errante condenado a vagar por la calle, pero en esta ocasión no por negarle agua al sediento y lastimero Jesús lacerado, sino producto de su amor al nazareno que cada año adoran y veneran como parte de la tradición religiosa toludeña.

Su pausado caminar que imitaba el traspiés de la procesión hicieron lento su recorrido, acompañado de la marcha sacra 'el duelo', una especie de himno cultural, una huella sonora que eriza, emociona y pone a llorar a los toludeños,

Solitario como un alma en pena que arrastra el peso de dolor, recorrió paso a paso la ruta del martirio, llegando a la calle de la amargura. Y haciendo con reverencia las estaciones correspondientes, guardando de manera exacta los reposos y retrasos obligatorios.

Con el paso de las horas se le notaba el cansancio, parecía desplomarse al bamboleo del frenesí y la pasión religiosa, pero esta vez no acompañado sino solo, 'solo con las almas del purgatorio', pensó quien escribe estas líneas cuando asombrado vio pasar al muchacho casi levitando y embriagado de fe, cerca de su vieja ventana.

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No había quien lo contuviera. Alguien lejano exclamó en tono de burla alguna expresión de aliento, lo creyeron loco, demente y hasta alucinante.

La noche fenecía y la nostálgica alborada iluminaba el puerto, el joven nazareno casi desplomado del cansancio emulaba los estertores del ritual, dio vueltas a la vieja plaza fundacional y llegó a la iglesia, recuperando de sus recuerdos ese apoteósico momento que se repite y pone a vibrar al que ve 'meter el paso' se desploma y llora como un niño al que le arrebatan lo más preciado de sus afectos.

Allí el pueblo entendió los misterios de la fe y lo que puede generar en la juventud de este puerto.

{"titulo":"El paso del Jueves Santo en Tolú, todo un ritual","enlace":"https://www.elheraldo.co/sucre/el-paso-del-jueves-santo-en-tolu-todo-un-ritual-991059"}

Un ejemplo digno de imitar

La Semana Santica de El Cangrejo, el barrio más populoso de Tolú, es un evento valioso que debe incorporarse a los demás actos de la Semana Mayor toludeña, y personajes como este joven, que entendió el sentido y el compromiso de la fe, deben ser aprovechados para darle continuidad y rigor a esta manifestación religiosa.

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