El Heraldo
La toma al Palacio de Justicia, el 6 de noviembre de 1985, dejó 98 muertos entre ellos Nurys Gutiérrez. Archivo
Judicial

La última Navidad de Nurys Esther, una de las víctimas del Palacio de Justicia

Treinta y tres años han pasado desde que la familia Gutiérrez de Piñeres vio por última vez a la mayor de los 10 hermanos, quien fue una de las víctimas del holocausto del Palacio de Justicia.

A sus 31 años de vida, Nurys Esther viajó desde Bogotá a la ciudad de Barranquilla para pasar la que sería la última Navidad de su vida. 

Corría la segunda semana del mes de diciembre de 1984 cuando Nurys, su esposo Neil Soto y su hija Giovanna, de 8 años, llegaron procedentes de la capital a pasar la Navidad en familia.

Solían visitar primero la casa de los suegros de ella. Allá pasaban varios días y antes de Nochebuena cumplía con la tradicional cita: la reunión familiar de Los Gutiérrez de Piñeres. Sus nueve hermanos y sus padres Gladys y Manuel, en el apartamento donde residían, ubicado en el conjunto residencial Los Cocos, en el barrio San José, en el suroccidente de Barranquilla.

La música decembrina que salía por los bafles del equipo de sonido era opacada por la algarabía de los inquietos sobrinos que corrían por el estrecho lugar, ansiosos por la llegada del Niño Dios.

Doña Gladys seguía revisando el sabor del pernil cerdo, al tiempo que contaba los pasteles y calculaba las porciones de arroz de coco. El banquete ya estaba servido.  Sin saberlo y con fraternidad desbordada, la familia Gutiérrez de Piñeres, ese día escribió en la eternidad la última Navidad junto a Nurys Esther.

Ella se vistió para la ocasión con un hermoso vestido a rayas, de mangas tres cuartos color verde y zapatos de tacón bajo. “Estaba feliz”, recuerda su hermano Pedro Manuel.

Entre risas y copas, la familia decidió capturar en papel fotográfico aquella imagen de un apartamento lleno de amor. 

Hijos, nueras, hijas, yernos, sobrinos, nietos, abuelos, todos quedaron congelados en el tiempo a través de aquella imagen.

“Mi hermana era muy buena gente, alegre y colaboradora. Éramos muy unidos. Hacía todo por mí, me ayudó a conseguir trabajo y siempre me aconsejaba. Cuando me casé estaba feliz por mí y se alegró mucho por el nacimiento de mi hija mayor”, contó Pedro Manuel, de 64 años.

Con el título: ‘La última Navidad de mi hija Nurys’, escrito por su madre en la parte posterior, la instantánea se convirtió en el tesoro más preciado de una familia marcada por la tragedia.

 

Entre lágrimas Pedro Manuel Gutiérrez de Piñeres recuerda a su hermana y el día de su desaparición. Hansel Vásquez
Mujer ejemplar

Los Gutiérrez de Piñeres crecieron en el barrio El Carmen, en la calle 50 con carrera 21.

Nariz fileña, pómulos resaltados, cabello liso, mirada profunda y un porte imponente hacían de Nurys una mujer muy atractiva. 

“Yo como hermano siempre era muy celoso con ella. Cuando cumplió los 15 años, en casa mis padres le hicieron su fiesta con corte y todo. Por la cuadra había un muchacho que me decían que estaba enamorado de ella pero yo no lo permitía. Yo le decía: —Tú eres muy feo para mi hermana—”.

El atrevido muchacho, pese al rechazo de Pedro Manuel apareció  en el festejo con la intención de hablar con Nurys.

“Yo no sé quién lo invitó a la fiesta, pero allá apareció y tenía la intención de bailar con mi hermana, entonces yo andaba pilas para impedirlo, pero lo logró. En ese baile hablaron y cuando vine a ver, se enamoraron. Ya ahí no pude hacer nada. Siempre peleábamos, pero era una vaina de pelaos. Igual, contra viento y marea, terminaron casándose en el año 1974”.

Graduada de bachiller con una especialidad en Mecanotaquígrafa, Nurys logró ganarse un espacio en la Rama Judicial de Barranquilla como secretaria de despacho. Gracias a su sagacidad, fue ascendiendo muy rápido, tanto que fue premiada con un traslado especial.

Salto a la capital

Para 1978, la mayor de los Gutiérrez de Piñeres iniciaba una vida en Bogotá como la auxiliar del despacho del magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia, Dante Fiorillo.

“Cuando ella se fue para Bogotá, nos separamos, pero yo siempre iba a visitarla”, contó Pedro Manuel.

Durante su instancia en la fría capital, Nurys siguió revalidando su destreza con la máquina de escribir y su vocación de servicio.

“Ella siempre estaba pendiente a todos. Constantemente llamaba a mis papás, a mí, cuando se fue no se olvidó de nosotros, por el contrario. Aprovechaba las vacaciones para venir”.

La Rama Judicial es otro de los largos apellidos que tiene la familia Gutiérrez de Piñeres De la Rosa. Todos han hecho carrera en leyes, en gran parte, gracias a la puerta que abrió Nurys.

La vida le sonreía, o al menos eso parecía. La prosperidad de una exitosa carrera le permitía darse el lujo de viajar a otros países, tenía un matrimonio feliz con aquel muchacho al que la familia se oponía en un principio, pero que finalmente demostró cuanto la amaba. Con él tuvo una hija educada, bella y amorosa.

Nurys Gutiérrez de Piñeres, barranquillera.
La mala hora

Antes del mediodía del 6 de noviembre de 1985, la toma del Palacio de Justicia ya había iniciado por parte de un comando de cerca de 35 guerrilleros del M-19 que hacían parte de la operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre.

Los primeros disparos de los insurgentes despejaron la entrada a la edificación y cobraron las primeras vidas de varios custodios.

Los estruendos de los fusiles llegaron hasta el cuarto piso donde Nurys Esther laboraba en la oficina del magistrado Dante Fiorillo, quien para la época estaba en la cama de una clínica por problemas cardíacos.

Antes que cayeran las bombas de los carrotanques del Ejército Nacional y se desatara el voraz incendio, Nurys, funcionarios del Palacio, magistrados de la Corte Suprema y del Consejo de Estado, y decenas de civiles, integraban el grupo de rehenes.

Muy cerca de la zona, Manuel, el séptimo de los hermanos Gutiérrez de Piñeres, fue el único que logró hablar con ella ese día.

“Yo fui la última persona que habló con ella cuando eso ocurrió. Cuando escuché la noticia yo enseguida la llamé y me contestó una joven, asumo que quizá una guerrillera, le pregunté por mi hermana y me la pasó. Recuerdo exactamente lo que me dijo: —Dile a mi mamá que esté tranquila, yo estoy bien, estoy sobre los vidrios debajo del escritorio con otros compañeros—.

Luego me cortaron la comunicación y ya más nunca pude hablar con ella”, contó Manuel quien se salvó de ser una víctima más del holocausto, pues a diario visitaba a su hermana en el Palacio de Justicia, pero ese día no fue porque había indagatoria en el juzgado donde trabajaba.

Interrogantes como: ¿Qué le pasó a Nurys después de hablar por teléfono con su hermano?, ¿Salió con vida del Palacio? ¿Murió adentro?, ¿Cómo murió?, ¿A dónde fue llevado su cuerpo tras la incursión guerrillera?, atormentaban a la familia, quienes sin pensarlo, arribaron a Bogotá para iniciar una búsqueda incesante por clínicas, hospitales y batallones. Todas las diligencias, infortunadamente, sin éxito.

Tiempo después, las autoridades entregaron a la familia un cofre en el que, supuestamente, yacían los restos óseos de Nurys Esther, “la columna vertebral” de los Gutiérrez de Piñeres.

30 años de dudas y 3 de incertidumbre

“El que recogió en Bogotá el cadáver de Nurys fui yo. Yo les pregunté que como sabían que era mi hermana si lo que nos entregaron fue un tronco, no había cráneo. Nos dijeron que a ella la habían encontrado de acuerdo a la posición en los pisos. Ella trabajaba en el cuarto piso y allí la encontraron, pero en las investigaciones del caso, tiempo después nos dimos cuenta que cuando entraron los bomberos con mangueras a apagar el fuego en las distintas áreas, todo lo que estaba arriba tuvo que caer al primer piso, entonces cómo puede ser que haya estado en el cuarto piso. Otra cosa, en entrevistas que dieron las mismas autoridades en distintas emisoras para la época, dijeron que mi hermana estaba en el baño del tercer piso, entonces cómo fue que apareció en su oficina. A nosotros nos mintieron. Yo sé que esa no era mi hermana”, aseguró Manuel.

A pesar que la osamenta no entregaba la información precisa sobre la persona que la sostuvo en vida, Manuel obvió el relevante detalle por cumplirle una promesa a su padre.

—Si no encuentras a tu hermana, tú agarra lo que te entreguen y démosle cristiana sepultura que otros a tu hermana también se la darán—. “Yo iba con ese pensamiento y me la traje”, rememoró Manuel.

Treinta años después de llevar flores en cada visita al cementerio Jardines del Recuerdo de Barranquilla, donde fue sepultada, de llorar elevando una oración por el descanso de su alma y tratando de sobrellevar la pérdida, a los Gutiérrez de Piñeres volvieron las dudas que antes de su sepultura tenían. Los restos sepultados dos metros bajo tierra que honraron por más de tres décadas no eran los de Nurys Esther.

Por equivocaciones que habían ocurrido con otros cuerpos entregados de víctimas del holocausto en el Palacio de Justicia, el Estado colombiano ordenó exhumar todos los restos para examinar si en realidad su ADN coincidía con la familia a la que le fueron dados.

“Los exhumaron absolutamente todos. De esos unos sí han coincidido y otros no, como es el caso de mi hermana y el doctor Andrade. Sé que él nunca hubiera dejado sola a mi hermana, porque nosotros éramos muy amigos, y él tampoco aparece”, expresó el séptimo de los hermanos.

El testimonio se refiere al magistrado Julio César Andrade, cuyos restos fueron entregados al tiempo que los de Nurys, y que 30 años después se descubrió que no eran los de él, sino los de Héctor Jaime Beltrán, el empleado de la cafetería del Palacio.

Los años posteriores a la nefasta toma y retoma del Palacio de Justicia no han  borrado la incertidumbre y el desconcierto en Pedro, hermano de Nurys, y quien sigue empeñado en que se diga toda la verdad sobre la desaparición de su hermana.

“Esto llevó a la tumba a mi papá. Catorce años después del hecho, murió a raíz de una diabetes emocional. Mi madre murió el año pasado con la esperanza de encontrar a su hija. De hecho, ella señalaba que podía estar viva, porque decía que la había visto salir con vida del Palacio. Hasta el último minuto esperó encontrarla”, contó entre lágrimas Pedro,  ahora el mayor de los hermanos.

Última Navidad de los Gutiérrez de Piñeres junto a Nurys, en el barrio San José de Barranquilla.
Piden justicia

Actualmente la demanda por reparación directa por muerte cursa en el Juzgado 54 Administrativo de Bogotá. “Primero lo presentamos en el Tribunal Contencioso de Cundinamarca, porque supuestamente ahí estaba el cuerpo, pero ahora cambia la figura, de haber reparación directa, pero ahora por desaparición forzosa. Debemos hacer una aclaración en ese punto.”

De los 12 miembros que componían la familia Gutiérrez de Piñeres De la Rosa ahora quedan ocho. Todos, sin excepción, unen sus voces en un solo clamor: “Justicia”.

“Nosotros lo que queremos es que se haga justicia, porque nosotros estamos incrédulos, no sabemos nada. Desde que la exhumaron nos comunicaron que los restos que nos entregaron no eran los de ella. Los restos quedaron tan calcinados que nos dijeron que era imposible sacarle el ADN, por eso no saben tampoco a quien pertenecen”, señaló Pedro Manuel.

Las reuniones familiares siguen siendo una tradición, ahora con cuatro miembros menos, pero con el mismo amor fraternal de aquella Navidad de 1984. 

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