Aunque hay tristeza y luto en los corazones de sus familiares y en el alma de sus compañeros de carretera, de barra y de pasión rojiblanca, John Jairo Blanquicett, o El Monito Sol 2.000, como era conocido en las vías y en las tribunas de los estadios colombianos, murió en su ley.
Es decir, ondeando orgulloso los trapos que identificaban su barra y persiguiendo a todas partes al Junior de Barranquilla, el equipo de su corazón.
El pasado sábado, a las 5:30 de la mañana, a este hincha de 26 años, ya curtido en los complicados oficios de ‘mulero empedernido’, la muerte lo sorprendió en la carretera mientras él perseguía su pasión.
Cuentan familiares y conocidos que lo irreparable ocurrió cuando un grupo nutrido de barristas apostados a un lado de la vía de acceso al corregimiento de Castilla (jurisdicción del municipio de Natagaima, en Tolima) intentaron abordar una tractomula en movimiento con la intención de llegar hasta Neiva (Huila). El objetivo era presenciar en vivo el encuentro entre el Junior de Barranquilla y el Atlético Huila.
Al parecer, el Monito, a quien le gustaba que le llamaran ‘el guerrero del camino’, corrió tras el tractocamión e intentó subir al mismo sin éxito. Según indican algunas versiones, ‘el Mono’ recibió el impacto de un elemento que sobresalía de la mula. Inmediatamente, relatan, su cuerpo cayó sobre el asfalto.
Las llantas traseras del pesado vehículo aplastaron su abdomen y trituraron sus piernas. La muerte fue instantánea.
'Sufrió un trauma craneoencefálico por el primer golpe que lo tumbó. Además, la llanta le pasó por encima del abdomen. También, le fracturó el fémur', indicó Leidi Vivero, tía del finado hincha, quien se encargó de reclamar el cadáver del Monito.
El recuerdo de una vieja travesía. El 21 de diciembre del año 2011, junto con Blanquicett, me embarqué en una dura travesía por las carreteras de Colombia, iniciada en la Terminal de Transporte de Barranquilla. Fue abundante en toda clase de retrasos, conatos de riñas con barras rivales y múltiples sobresaltos. Pese a todas aquellas complicaciones, pudimos ser testigos de la hazaña de cómo su equipo del alma obtuvo la séptima estrella en el estadio Palogrande de Manizales.
Blanquicett fue uno de los personajes centrales de la sufrida crónica redactada en aquella ocasión.
Dos años después, ese muchacho franco, algo ingenuo y desorientado, quien afirmaba que moriría por los colores de la casaca rojiblanca, ofrendó su vida por lo único que según él le daba sentido a la misma: el Junior, la camiseta, la carretera, el camino, las complicidades, la tribuna y la derrota o el triunfo de sus ídolos. Algo que quizás para muchos resultaría absurdo o un simple sinsentido, pero que para él era un estilo de vida.
EN EL CAMINO. Pasó siete años de su adultez entre carreteras, pueblos y corregimientos, en pos de su amor. 'Yo siempre le decía que buscara una vida distinta, pero eso era lo que le hacía feliz. Su vida no era otra cosa que el Junior. Tengo un dolor tan grande que no sé si lo voy a resistir', afirmó Freddy Blanquicett, padre del difunto, en su hogar del barrio Soledad 2000, con el corazón hecho jirones y con lágrimas resbalando por sus mejillas.
Según el adolorido progenitor, su hijo había manifestado el deseo de abandonar las carreteras de Colombia por un tiempo porque se estaba preparando para emprender una de sus más ambiciosas travesías.
'Me dijo que éste era el último viaje aquí, que estaba planeando un viaje a Brasil, adonde quería alentar a la Selección Colombia en el Mundial'. En aquel viaje hasta Manizales realizado dos años a tras, que duró más de 24 horas, se pudo constatar la dificultad y el peligro que encierra viajar como polizón terrestre por las carreteras colombianas.
Largas y extenuantes jornadas de viaje se suman a la mala comida y peor sueño aún, junto con los abundantes imprevistos surgidos en la carretera. Y lo más complicado: sortear un encuentro con una barra rival, algo que fácilmente degenera en enfrentamientos y, no pocas veces, culmina con la muerte de alguno de los implicados.
Todo eso lo tenía bien claro Blanquicett, pero su misma familia dice que él se había habituado y le había agarrado el gusto a esa especie de irrigación acelerada de adrenalina que traían consigo aquellos viajes y cada nueva aventura.
'Cada vez que le intentábamos decir que ya era hora de empezar a cambiar, él nos decía siempre que el Junior había que llevarlo en el corazón' contó su tío Jefry Blanquicett.
El hasta luego de sus compañeros de carretera. El mono no se ha ido/ para nosotros sigue vivo/ ooohh/ el mono no se ha ido para nosotros sigue vivo… coreaban en la entrada de la Funeraria Los Olivos, sus compañeros de barra que se acercaron ayer a regalarle un hasta luego. 'Mono del alma, Mono del alma', continuaban mientras acompañaban los coros con palmas, homenajeando a uno de sus compañeros más aguerridos.
'Esto es duro, él es otro ‘guerrero’ que se va. Nunca dejaba a nadie tirado en la vía. Uno siempre contaba con él pa’ lo que sea. Este es un hasta luego solamente porque él no se ha ido', aseguró Eduardo ‘Colchón’, líder del parche de la 33 del Frente Rojiblanco.
Según los barristas, en lo corrido del 2012 hasta la fecha, seis de sus compañeros han perdido la vida en las carreteras del país ‘muleando’. 'Elías, Edgar, el Mono Simón Bolívar, Mario, Zelias del Concorde y ahora el Mono Sol 2.000. Ya estamos cansados de poner los muertos, de que por falta de plata los ‘vales’ se nos mueran en las carreteras', aseguró Fabio Benavides, del parche de Los Cana.
'Viera fue escogido como el mejor jugador de la cancha y se lo dedicó a mi hijo', contó su padre. Ayer, luego de muchas complicaciones para el traslado de su cuerpo hasta su ciudad natal, sus retos llegaron desde la ciudad de Bogotá hasta las instalaciones de la Funeraria Los Olivos a las 7:25 de la noche. Sus compañeros de barra lo recibieron con los colores de su equipo, entre cánticos, trapos y banderas.
A las diez de la mañana de hoy será sepultado en el Cementerio Universal.
Blanquicett vivió una vida volcado a la carretera, una especie de Road movie que terminó justo en la misma vía, con el equipo fijado en su mente y el alma tatuada con los colores de la casaca de su Junior del alma.


Rumbo al estadio Palo Grande de Manizales en el año 2011 tras el sueño de ver coronar la séptima estrella del Junior.