No hace falta ver el calendario para saber del inicio del tan esperado mes decembrino. El último del año que, con sus fuertes brisas y el basto cielo azul, nos abre sus puertas de par en par.
Aquella antesala ya motiva a los vecinos de las cuadras a sacar sus arreglos navideños, embelleciendo sus hogares entre chácharas motivadas por el ambiente festivo que a leguas se nota.
Y es que el barrio Bellavista, de Malambo, no se queda atrás. Entre sus calles ya se escucha a lo lejos un picó que emite las tiernas notas del popular vallenato Navidad, del famoso Binomio de Oro: La fiesta linda del año (…) con tus brisas decembrinas (…) Porque hay navidades tristes y navidades alegres. Una canción que suena a todo pregón desde el tornamesa.
Pese a este ambiente festivo, hay un hogar que parece haberse congelado en el tiempo. Se trata el de la familia Villalba Marín, a quienes la tragedia los noqueó sin piedad alguna en una fecha tan emotiva y esperada: la Navidad. Todo pasó el 25 de diciembre de 2024.
Aquella fecha le quedó completamente grabada a Erick Villalba para toda su vida, el día en que un conductor en aparente estado de embriaguez arrolló hasta la muerte a su madre, la líder social Tomasa Dolores Marín de Villalba, de 68 años de edad, y a su nieta, Erianis Villalba Marín, de tan solo 5 años.

“Ese 25 se acabó mi vida”
Después de aquel terrible día, la vida pareció haberse marchitado para Villalba, quien en diálogo con EL HERALDO, manifestó entre lágrimas y con la voz desencajada que solo se despierta cada día porque le toca.
“Soy comerciante, trabajo independientemente, me gano la vida honradamente trabajando en los eventos, y bueno… pasando la tragedia más grande de mi vida. Este año ha sido el peor de mi vida, lastimosamente me separé de la mamá de la niña, perdí a mi mamá y a mi hija, y es algo muy difícil”, expresó el hombre.
Para la familia es difícil pensar cómo a un año de este crimen, catalogado por la justicia de este país como culposo, no han sabido más nada del sujeto que atropelló a ambas víctimas.
“Para mí la vida se me acabó el 25 de diciembre (…) Mi mamá era la única mujer que yo amaba; para mí eso fue lo más duro. Este año ha sido el peor año de mi vida. Es muy doloroso porque los que vienen y hacen una cosa mala no pagan. El hombre que cometió lo que cometió anda por ahí como si nada”, manifestó Villalba.

El trágico 25 de diciembre
Tomasa Dolores, conocida por su sazón en cada uno de los platos que hacía con amor y su gran conocimiento para sacar a flote emprendimientos, tenía una hermosa tradición como madre: hacer pasteles cada 24 de diciembre.
“Mi mamá era una mujer muy trabajadora, hacía esos pasteles deliciosos cada 24, le llevaba a mi hermano, nos hacía a nosotros, hasta regalaba a los vecinos, porque ella era una madre muy buena, complaciente y humana”, afirmó.
Como era costumbre, ese 24 de diciembre Marín de Villalba había partido desde Malambo hasta Santo Tomás acompañada de su nieta Erianis, o como ella le decía “mi bastoncito”, para entregarle unos pasteles a su hijo Jimmy Villalba, y luego regresar a la mañana siguiente a Bellavista.
“Yo hablé con ella antes de que pasara la tragedia. Me dijo: –Hijo, el primero de enero voy a montar un negocio, voy a poner una venta de comida rápida–. Y nunca pudo cumplir su sueño.
De acuerdo con el testimonio de las personas que en su momento presenciaron el accidente, las dos víctimas habían descendido de un bus, y se disponían a cruzar la calzada cuando fueron embestidas por un vehículo marca Chevrolet, color negro, de placas KMU-157, conducido por un hombre identificado como David Ariza.
Presuntamente, el sujeto intentó darse a la fuga en el mismo vehículo. Sin embargo, unos mototaxistas que se encontraban por el sector lograron alcanzarlo y lo retuvieron, hasta que uniformados de la Policía del municipio de Malambo llegaron al lugar a detenerlo.
No obstante, el hombre fue liberado por las autoridades pasados unos minutos, luego de que los agentes del tránsito municipal no estuvieran entonces capacitados para manipular equipos de alcoholimetría.
“Yo estaba trabajando en Cali cuando ocurrió todo. Mi hermano me llamó y me dio la noticia (…) Desde ese día mi vida no ha sido igual. La gente que estaba trabajando conmigo se reunió e hicieron una ‘vaca’ para comprarme el tiquete de regreso, porque yo no tenía cómo irme para allá”, expresó Erick.
Sin justicia ni reparación
Posterior al accidente, la familia –más allá de exigir dinero– solo espera justicia, una disculpa, un rostro que se haga visible en nombre de la familia e incluso el mismo ser que las atropelló, para responder sobre sus hechos, pero aquello es una petición que se ha quedado estancada.
“Yo siento que ellos no tienen corazón. No han tratado de comunicarse, no han intentado nada, lo lógico era que él viniera a hablar conmigo o por lo menos preguntar por mi hija cuando estaba en la clínica, pero nunca lo hizo. (…) Si él no estuvo borracho como la familia afirma, ¿por qué escapar? El que nada debe nada teme, dice el dicho, porque pudo haber sido un accidente culposo, él no habrá querido atropellarlas y listo, pero que por lo menos ponga la cara por lo que hizo. Nunca más se apareció desde eso”, sentenció Villalba.
Lo que sabe del conductor
De David Ariza no se supo más nada hasta meses después, exactamente unos seis meses y medio, cuando fue atacado a puñal por un paciente en el Hospital Regional Nuestra Señora de Las Mercedes, en el municipio de Corozal, Sucre.
Según el reporte de las autoridades, el joven profesional de la salud se disponía a atender a un paciente que había llegado en la mañana de ese lunes 14 de julio en busca de atención, cuando fue atacado a puñal por este.
En su momento, una funcionaria que labora en el área de urgencias de este centro asistencial, el segundo en importancia de la red pública que está fusionada en Sucre, le narró a EL HERALDO que el “médico interno, que es de Barranquilla, estaba en la urgencia con nosotros y entró un muchacho como paciente y se sentó afuera. Se le estaba haciendo la admisión y cuando el doctor David salió a buscar el fonendoscopio se le lanzó encima y le dio una puñalada en el pulmón y le lanzó otra en el abdomen, pero no lo alcanzó porque una compañera se le tiró, lo abrazó y no alcanzó a darle al doctor. Cuando nosotros corrimos ya el doctor estaba en el piso bañado en sangre”.
De inmediato lo auxiliaron llevándolo al área de Rayos X y de allí a la sala de cirugía, donde se recuperó.
“La justicia de Dios es más grande que la del hombre, pero él nunca afrontó su error y aquí en Malambo no se ha hecho nada. (…) A nuestra familia incluso la señalaron de haber mandado a ese hombre a que lo apuñalara, nosotros ni sabíamos dónde estaba todo este tiempo”, aclaró el hombre.
La casa que se cae
La casa ya no es igual. Los vecinos que hoy hacían fila para comprarle pasteles a doña Tomasa hoy recuerdan con nostalgia su invaluable presencia.
“Mi mamá era muy querida; la gente siempre que la veía le decía: –¿Cómo está, doña Tomasa?–. Pero hoy eso solo son recuerdos, la Navidad, los cumpleaños, ya nada es igual. (…) Mi mamá cumplía años en noviembre, nosotros siempre le llevábamos mariachis, hacíamos sancocho, ya todo eso se perdió”, contó entre lágrimas Erick.
Germán Villalba Ballestas, de 79 años, quien siempre se sentaba en su terraza mientras veía a los niños del barrio jugar por las calles, hoy se refugia en la profunda tristeza de su habitación, sin algún ánimo o motivación que lo obligue a salir de su coraza.

“Mi papá siempre se la pasaba sentado con ella afuera de la casa, ahora casi ni sale. Lo veo muy mal. Mi hija también falleció. (…) Ella tenía un futuro por delante, tampoco hubo humanidad por parte del hombre que cometió eso. Entonces, ¿con qué ganas mi padre querrá salir a la calle si su compañera de vida y su pequeño retoño ya no lo acompañan? Ese hombre no solo acabó con la vida de mi madre y mi hija, acabó con todas nuestras vidas, nos quitó la felicidad”, narró Villalba.
“Queremos justicia”
Villalba insiste en que lo mínimo que esperaba era un gesto humano: “Así como fueron para recoger plata y dársela a los agentes de tránsito, ¿por qué nunca tuvieron la moral de acercarse y decir ‘la embarramos’?”.
En su relato asegura que no hubo una llamada, una explicación, ni siquiera una pregunta por la niña mientras luchaba por sobrevivir en la clínica. Para él, ese silencio es tan doloroso como la propia pérdida.
Por eso hoy, al recordar lo que les diría si tuviera a esa familia al frente, su mensaje es un llamado directo y desgarrador: que ninguna persona debería pensar que con dinero puede tapar la muerte de una niña y de una mujer trabajadora.
Que el responsable debió presentarse, asumir su error y decir la verdad de lo que pasó aquel día. “La conciencia no la van a librar nunca, porque allá hay un Dios que para abajo ve”, afirmó.
Erick pidió justicia no como un gesto de venganza, sino como un acto de dignidad para su madre y su hija. Reiteró que en Malambo “la justicia no sirve para nada” y que este caso no puede convertirse en otro episodio de impunidad.
Su conclusión es un clamor claro: que el responsable enfrente la ley, que las autoridades actúen y que, por una vez, la vida de los más vulnerables no sea ignorada. Porque para él, la muerte de su mamá y su niña no puede quedar en una estadística más y como si nada hubiera pasado.



















