Caminar por las aceras del centro de Barranquilla, hasta hace menos de una década, era un desafío monumental de paciencia y habilidad. Para transitar por el estrecho paso entre la acera y la calle se tenía que avanzar rápido entre vendedores ambulantes, carros, buses, motos y toda una suerte de personajes que se precipitaban raudos e indistinguibles en busca de alguna cosa para comprar.
De ese centro ruidoso y en ebullición queda muy poco. De los centenares de almacenes repletos solo quedan los estantes vacíos, las puertas cerradas, los ventanales abandonados y los locales con sus puertas trabadas con candados que cada día son más.
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El que fuera el epicentro comercial de la ciudad agoniza en soledad; los barranquilleros han dejado de visitarlo. Tanto es así que, según las cuentas de la Unión Nacional de Comerciantes –Undeco–, hay más de 280 locales desocupados en el cuadrante de la carrera 38 a la carrera 46 y de la calle 30 a la calle 45; son casi tres centenares de locales que permanecen cerrados.
El comerciante Alejandro Duarte, quien fuera presidente del gremio y propietario de un negocio en el sector, ha visto por décadas los cambios que se han presentado en el centro. Afirma con dolor y preocupación que al sector lo vemos algo desolado. “La gente con mucho miedo, no vienen y entonces ¿qué pasa? Se traslada la actividad comercial a otros sectores y va perdiendo vigencia el centro histórico, que es lo que nos interesa a nosotros”.
Duarte atendió a EL HERALDO en su oficina y nunca se logró sentar en el respaldo de su silla. Las preocupaciones lo tienen profundamente incómodo, en especial cuando comienza a hablar de la actualidad del lugar: “Primero tenemos el problema de los vendedores ambulantes, que ha sido un fenómeno durante mucho tiempo. Han contribuido al dinamismo de la economía. Parece mentira, pero quitamos a los ambulantes, bajan las ventas. Existían, frente a la antigua Alcaldía de Barranquilla, de la calle 38, cuatro notarías. Y esas notarías se las llevaron. Y en estos momentos, en la calle 38, en la calle 37, en la calle 36, de la 46 a la 44, hay más de 280 locales vacíos. El dinamismo comercial bajó notoriamente”.
Sin audiencias, sin clientela
Basta caminar por lo que se conoce como el Centro Cívico, en donde funcionaba el Centro de Servicios Judiciales, en la carrera 44 con calle 38. Los andenes que antes conducían a locales donde los abogados se abalanzaban a transcribir textos y oficios para presentar en sus audiencias ahora son un corredor de esteras abajo. El acero de las persianas cerradas son unos cuadros deprimentes contra lo que fue en su día.
El abogado Luis Avendaño relató, sentado en el único negocio de transcripciones que queda abierto, cómo la virtualidad en las audiencias de los juzgados cambió toda la normalidad del lugar.
“Al no haber presencialidad y no estar todos los funcionarios en el despacho, ya que trabajan a distancia a través de la virtualidad, pues los procesos se han ido llevando muy lentamente. Eso ha afectado tanto la parte comercial como los alrededores, porque anteriormente se acudía a estos locales para el tema de las copias, las impresiones, las transcripciones, y pues se han visto bastante afectados con la virtualidad”, relató.
A él le pegó muy duro, no solo por su condición profesional, sino porque tenía un local de copias y computadores que tuvo que cerrar. “Yo tenía un local aquí en la esquina que se dedicaba a lo mismo, a transcripciones e impresiones, pero tuvimos que cerrar porque lamentablemente el arriendo y los costos que generaban no alcanzaban. Antes de la pandemia, sacando los gastos y todo, pues había un promedio diario de 250 a 300 mil pesos. Ya después neto no quedaba nada; había que sacar del bolsillo para pagar arriendo y trabajadores”.
Perdiendo lo recuperado
Nada más dar vuelta a la manzana, donde quedaban las oficinas de la Fiscalía General de la Nación (hoy en día en el edificio Manzur en el Paseo Bolívar), es una fila larguísima de esteras abajo. Tanto es así que Gabriel Enrique Sánchez Movilla, quien se dedica a vender sellos, ante la soledad, se las ingenió para vender letreros de ‘se arrienda’ en su puesto, para poder sobrevivir, debiéndole plata hasta a la Alcaldía, que le apostó al vendedor para uno de sus más novedosos programas.
“Estos locales aquí los han cerrado porque el movimiento de personas ha bajado, y eso ha afectado a todos. Yo en un día me hacía $80 mil, $60 mil, $50 mil, que siempre uno sobrevive con eso. Ahora, ya van a ser las 12:00 del mediodía y no he bajado bandera todavía. No he hecho la primera venta. Hasta me hicieron un préstamo en la Alcaldía, el Credichévere, $1.500.000, y nada más alcancé a pagar una cuota y estoy caído y en noviembre cumplo el año del préstamo”.
A unos metros de ahí, lo que hasta hace poco era el Teatro Rex, recuperado por el Distrito y reconvertido en un restaurante en la esquina de la carrera 45 con calle 37, permanece cerrado y transformado en una bodega. Al frente, vendiendo bananos en una carretilla y sentado en un bordillo está José Miguel Cantillo, con 25 años en esa labor está aterrado porque la soledad asusta.
“Esto ha bajado bastante. Antes sí había más movimiento, pero aquí ya se ha perdido bastante. Esta esquina, al lado del Rex, había mejorado en todo y en el teatro colocaron un restaurante ahí, pero también cerraron. Ahora está eso sí de bodega. Y más se fregó con la cuestión de la pandemia y cada día cierran locales, y cierran locales, porque no hay movimiento por aquí. Esto parece que asusta”, reflexionó.
Las redes, otro rival
Tirso Pinto consiguió a muy buen precio un local comercial en el denominado Edificio Caldas en la calle 37 con carrera 43. Pronto se dio cuenta de la razón; básicamente, su negocio de publicidad e impresiones es el único local abierto en el primer piso.
“Sí, acabamos de empezar, tenemos apenas tres días de abrir. Llegamos con ilusión y con las ganas de salir adelante y ser como parte productiva de la ciudad, claro que sí. Pero sí, es notoria la desolación del centro comercial, pero como te digo, con la esperanza de que sean cada vez más locales llenos”, deseó.
Si se baja unas cuadras más, hasta el Paseo Bolívar, los centros comerciales del sector puede que tengan las vitrinas llenas de mercancía. Pero lo que les preocupa es que nadie está llegando a los locales a comprarla.
EL HERALDO tomó por sorpresa a Paola López, sentada frente a su mostrador lleno de joyas, sola en sus pensamientos. No tenía ni un cliente cerca: “Desde julio se han venido bajando las ventas. De hecho, para el mes de septiembre, que normalmente es temporada de Amor y Amistad, que es donde se crecen más las ventas, la verdad no se sintió para nada. Ese fue el mes más terrible, aparte de agosto. Estoy aferrada a Dios para no quebrarme”.
Unos pasos más adelante, a Leidy Jiménez solo la acompaña en su local arrendado un ventilador, mientras que espera al menos un comprador de la mercancía que tiene exhibida: “Las ventas han estado demasiado duras, muy suaves. Cada día se ve menos la gente comprando, y ya las temporadas ni se sienten. Yo digo que es por las redes sociales. Las páginas ya te venden al por mayor hasta tres, cuatro artículos, y yo digo que en los barrios ya hay también mucho comercio; ya la gente no viene al centro por eso”.
El enemigo de la extorsión
Tras caminar en las calles vacías, nos volvimos a sentar con Alejandro Duarte en su oficina llena de reconocimientos por su carrera como líder de los comerciantes. Le preocupa que la seguridad de los afiliados a Undeco esté en peligro; entre los callejones siguen merodeando los extorsionistas, que ante tantos problemas resultan ser la estocada final a los negocios.
“Eso ha seguido, ha continuado la extorsión; es un fenómeno difícil de acabar, porque hasta al vendedor de tinto le están cobrando, le cobran al que vende el aguacate y el que vende las piñas le tiene que aportar algo a la extorsión”, describió.
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La impotencia desde su escritorio lo estremece: “Por ejemplo, aquí al lado de Undeco cerraron cuatro tiendas”. Y hace un reclamo puntual: “Nosotros lo que necesitamos es la presencia de la Policía; en una época las tiendas no tenían rejas y en los años ochenta para acá empezaron a ponerse rejas en todas las tiendas y ahora usted va a los barrios del sur y las encuentra todas con rejas. Esa franja de la carrera 38 a la carrera 46, de la calle 30 a la calle 45, es lo más importante que tiene la ciudad de Barranquilla, el centro histórico; no se puede morir, no se puede acabar”, clamó.
Los días siguen pasando y el encuentro de la soledad con el centro es, como en el bolero, uno más. Mientras experimenta esa agonía callada, los días de las aceras vibrantes se van perdiendo en el tiempo, dejando la pregunta en el ambiente: ¿Cómo se van a recuperar?

















