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Entre los pétalos de plástico, donde las abejas arriman ilusionadas buscando el néctar, una mano sacude el polvo que acoge a los que descansan sobre la tierra. El ruido al tocar el portón de acero y rejas negras, sobre el que reza la leyenda Cementerio Comunal de La Inmaculada Concepción de Siape, los despertará del sueño eterno.

Una gata recostada debajo de una silla Rimax alza la mirada hacia su dueño, quien desde el fondo del corredor acude al llamado de los familiares que llegan a la visita dominical del Día de los Difuntos, unos de negro o de blanco llevando a cuestas su luto.

Vienen y van, mientras que Carlos Díaz se queda aquí. Podando la maleza que salvajemente se apoderaba del campo santo cuando no estaba embaldosada de rojo hace tres años y las culebras se hacían un festín mordiendo los perros cuidanderos.

Con la tierra en las manos al inhumar y darle cristiana sepultara a un fallecido, o exhumarlo después de un tiempo para depositar sus restos en un nicho. O tal vez trayendo el balde con el agua para el cemento, porque a alguien le tocó el turno de mudarse al cementerio.

Josefina Villarreal

Así como él, a diferencia que ha sido en vida, al casarse hace 28 años con Marycruz Viloria, hija del matrimonio anterior que se encontraba al frente del cuidado y la preservación del cementerio comunal durante 30 años.

Lo que se hereda no se hurta; Marycruz carga con el bastión de cuidar a aquellos que de recuerdo solo queda un nombre en una lápida. Aún sabiendo que el viacrucis ha sido un largo recorrido que parece no tener fin.

A su corta edad de 3 años, se mudó junto a su madre y sus hermanos al interior del cementerio, a vivir en la casa esquinera como gratitud del administrador por el servicio de su padre Jairo Viloria. Él falleció hace 10 años y desde entonces la familia a cargo es ahora la suya, un destino que pareciera pactado.

Sus hijos Marylin, Karla, Pedro, Sharon y Jesús, se han criado en el jardín. Entre la humedad de las bóvedas, el viento de los árboles y las palomas blancas que se posan a acompañar a Mary mientras barre con su escoba de varita las hojas secas que caen buscando alivio en la tierra. Así como aquellos que ya no están.

A veces su nieto, el hijo de su hija mayor viene a visitarla. Juega de rincón en rincón, encontrando la magia que recorre el lugar que a simple vista solo es fúnebre. Ha sido un hogar para ellos, bajo un techo en el que pulso a pulso, y con la labor diligente que realizan con tradición y devoción, les ha permitido educar a sus hijos.

Desde la mañana hasta la noche, al pie del cañón, siendo los guardianes del cementerio. De los 365 días del año solamente descansan 4, el 3 y 4 de noviembre, el 25 de diciembre y el 1 de enero.

En el Día de los Difuntos su labor es incansable; “Normalmente se abre a las 8:00 am. Se cierra a las 5 de la tarde, pero mañana como es un día especial se abre a las siete de la mañana y se cierra a las siete de la noche; se llena después que no haya eventualidades, a veces hasta con el aguacero, porque normalmente los días de los muertos siempre llueve, pero se celebra una celebración. Vamos a tener unas carpas también preparadas para montar la misa”, expresó.

Antes el cementerio estaba ubicado en el sector de Las Canteras. Ahora está dándole la vuelta al parque.

Es un cementerio comunitario porque se ha apropiado la gente del barrio por su cuidado, y a través de la acción comunal su mantenimiento. Es la voluntad de quienes han encontrado esperanza en la muerte. Huele a fresco en la recién pintada estatua de la virgen, ella ampara el cementerio de Siape, y a la familia Díaz Viloria hasta que sus últimos días sean confinados también aquí.