Compartir:

Al sentarse en la silla giratoria que está en medio de la fresca sala de la peluquería, a la espera de un cambio de look, Álvaro González Prasca dio una vuelta por 47 años de historia, los mismos que lleva funcionando ese negocio en pleno centro de Sincelejo, en el que espera el turno.

Es uno de los clientes fieles de Rafael Vergara Galviz, el dueño de la peluquería Veralviz (la fusión de sus dos apellidos), quien lleva en sus manos y tijeras el paso del tiempo que parece haberse detenido, dando vueltas, en este lugar donde el sofocante andar del reloj no tiene prisa.

Una capa colorida, una mirada a la repisa y todo está listo para ponerse en acción. Manos a la obra: toma la tijera y a peluquear se dijo.

Es un viejo bonachón, lleno de vigor y entusiasmo. A simple vista se le ve. Mientras Vergara motila charla con su joven cliente, con quien habla de todo, incluso de política. Su trayectoria en el arte de la peluquería hace que no se deje echar cuento de cualquiera, por el contrario, él tiene mucho por contar y, sobre todo, cortar.

Toludeño de nacimiento, pero sincelejano de crianza, se rehúsa a dejarse influenciar por el presente. Por eso guarda con recelo las máquinas y cuchillas que lo han acompañado desde años inmemorables cuando recién comenzaba su negocio en Las Majaguas, luego en el Mercado Viejo y ahora, desde 1.972, a una cuadra del Teatro Municipal de Sincelejo.

Y es que tiene 83 años y desde los 17 anda ‘acicalando’ cabellos sin que le tiemble la mano. Es más, aún motila sin gafas y bien que le quedan los cortes, asegura con orgullo.

Un niño espera impaciente en una silla plástica. Mientras tanto observa detenidamente a Rafael haciendo magia con la peinilla y la tijera. Ese pequeño le recuerda cuando él también aprendió observando.

'Este es un talento natural porque en mi familia varios motilaban, entonces yo aprendí. Yo veía a mis tíos y me gustó mucho. Eso era innato, no como ahora que hacen cursos para ser peluquero. Lo mío es de raza. Así mismo tengo doce hijos que algunos saben motilar, pero se dedican a otras cosas', contó.

Como quien dice, el arte ha pasado de generación en generación, aunque ahora en esta se vea amenazado. Aunque no le importa, porque mientras él viva la peluquería estará a salvo, añade.

La silla giratoria, pesada de por sí, cuenta su propia historia. Sobre ella han girado muchos clientes y relatos, porque como es bien sabido las peluquerías se prestan para charlar y la de Vergara no es la excepción.

Entre risas dijo que no ha cortado a nadie porque su trabajo se lo ha tomado muy en serio. Tan en serio es que ahora con el ‘boom’ de las barberías su empeño no ha flaqueado porque supo conservar los clientes y de eso dan fe muchas cabezas.

'El que se motila conmigo la primera vez sigue viniendo. A pesar de que abundan las barberías, conservo mi clientela. Vienen muchos jóvenes buscando cortes extraños como ‘la perra’, ‘la crespa’ y otros que no me acuerdo. Yo lo que recuerdo todavía es de cuando se hacían los cortes normales como ‘la plancha’ y ese estilo. Ahora todo va cambiando, pero yo sigo con mi estilo, ese que le gusta a mucha gente', indicó.

Entre risas reconoció que hay personas que lo ven 'viejo' y por eso no se quieren motilar con él, pero la cosa cambia cuando observan que trabaja 'muy bien'.

'Todo lo hago bien', afirmó sin vacilar. En esa expresión no cabe la frase de que las apariencias engañan porque el cliente sale feliz dando testimonio de que las manos de Rafael Vergara son 'prodigiosas', que saludan con aprecio y motilan con profesionalismo, ese que crece a la par del cabello que él mismo rebaja.

Tira tijerazos en el cabello del cliente y un radio anuncia la hora. Suena un bolero y él lo tararea. Ahí dentro parece que se viviera en un universo paralelo y antiguo en el que todo es apacible.

Al salir al bullicio se pierde la magia del rincón en el que el pasado se quedó dando vueltas mirándose en el espejo del tiempo.