El Heraldo
Los pequeños se integran diariamente en un espacio que se encuentra aislado de las celdas de las madres. Jesús Rico
Barranquilla

Los hijos de la cárcel

En El Buen Pastor, ocho niños crecen con sus madres tras las rejas. Sus vidas transcurren entre las celdas y un nuevo jardín infantil.

En la única cárcel para mujeres del Atlántico hay 8 niños entre los 0 y 3 años que crecen con sus madres tras las rejas. Son unos habitantes más del centro penitenciario El Buen Pastor. Pero en medio de las restricciones y lo duro de su ‘hogar’ actual, un jardín infantil les abre una ventana a la libertad.

Katerine Cecilia Del Toro tiene 29 años y desde marzo está recluida en el pabellón número uno del centro carcelario. Confiesa que tiene una condena de cuatro años por porte ilegal de arma de fuego, pero, aclara, que no cayó por cometer un delito. Un antiguo jefe le dio a guardar un revólver calibre 32 sin papeles y ella decidió acudir a la Policía para entregarlo. Hoy insiste en que aquel acto fue una estupidez.

Su hija tiene dos años y es uno de los ocho pequeños que juguetean entre barrotes y candados. Hace seis meses con la entrada en funcionamiento del Centro de Desarrollo Infantil (CDI) al interior de la cárcel, la vida le cambió. Este es uno de los 80 jardines que administra la Alcaldía Distrital a través de la Secretaría de Gestión Social.

‘De Cero a Siempre’ es una estrategia nacional dirigida a promover y garantizar el desarrollo infantil temprano en primera infancia y, de acuerdo con el Gobierno, este también cobija a los hijos de las mujeres que están tras las rejas sindicadas y condenadas. Según la normatividad penitenciaria colombiana, la Ley 65 de 1993, estos pequeños solo pueden permanecer con ellas, al interior de las cárceles, hasta los tres años de edad.

En Colombia hay 109 niños que viven con sus madres en prisión, incluyendo los de El Buen Pastor de Barranquilla. Aunque está a punto de recibir la detención domiciliaria por ser madre cabeza de hogar, Katerine reconoce que su pequeña crece en un mundo que no le pertenece. Paga una ‘condena’ que no es su responsabilidad.

La mujer cuenta que la experiencia con el nuevo jardín infantil ha sido gratificante. Su pequeña–dice- ha conseguido evolucionar de manera progresiva. “Sabe las vocales, los colores, qué son las verduras y además ha aprendido a comerlas. Mi niña juega con sus amiguitos de la cárcel, ya no pelea, me avisa cuando va para el baño y todo (...)”.

Una opción

Dentro del jardín, los niños tienen el espacio suficiente para desarrollar actividades de aprendizaje, según la directora del penal. (Ver galería)

“¿Qué mejor opción hay en ese tiempo que la mamá está en prisión, que un niño asista a la escuela y tenga atención integral?”, pregunta Laura De Andreis, que dirige El Buen Pastor desde hace seis años.

Mientras recorre el espacio donde los pequeños son atendidos de lunes a viernes, entre 8 de la mañana y 2 de la tarde, se responde: “No hay más, esto es una maravilla”.

Según De Andreis, desde que inició labores la guardería los pequeños tienen una mejor “calidad de vida”, y eso se refleja en el comportamiento.

“Antes, cuando solo los niños estaban con sus mamás en los pabellones, se notaba que no tenían ningún tipo de aprendizaje. No se expresaban. Se portaban groseros, pero ahora hablan, saludan, son cariñosos y entendidos”, señala la directora del penal de mínima seguridad.

Entre las paredes y rejas que separan a las 140 internas del Buen Pastor también hay espacio para cuentos infantiles, sillitas de colores y gran material didáctico, elementos que pertenecen al lugar con capacidad para 20 estudiantes. Es una forma de salir del encierro.

El jardín funciona en la zona contigua a las oficinas de la cárcel y hasta allí acuden religiosamente los pequeños para aprender bajo la batuta de tres orientadores. Sus madres los dejan en una reja que divide el patio del recinto con el área administrativa y son recogidos por los tutores. Las reclusas no tienen acceso al sitio de aprendizaje.

Los menores aprenden con los tutores a través de lecturas prácticas y didácticas. 

La otra rutina

Elia Pinillos Lombo es una de las encargadas del cuidado de los niños. Es licenciada de la Universidad del Atlántico y está vinculada al jardín desde hace tres meses. Está de acuerdo con la directora del penal en que los niños han tenido un cambio de “180 grados” y, aunque lleva poco tiempo junto a ellos, dice que han cambiado su actitud.

“Todos son bastantes avezados ahora. Cambiaron su vocabulario. Antes no saludaban, se mordían, no eran amables. Y hoy han cambiado bastante”, sostiene Pinillos.

Cada día inicia con una “asamblea”. Los niños son bienvenidos y les preguntan qué tal la pasaron la noche anterior. Desayunan —continúa Elia— y de ahí pasan a la enseñanza de hábitos saludables: lavado de manos y cepillado de dientes. Las clases inician oficialmente con las “experiencias”, en las que los niños aprenden jugando.

“Hay cinco rincones en el jardín: de ciencias, escritura y arte, roles, música y construcción”, dice la docente. El día transcurre, los menores almuerzan y después de tomar una merienda regresan a las celdas  con sus madres. “A sus pequeños apartamentos”, dice la profe Pinillos

Aunque para algunas es muy fuerte aceptar que los niños deben vivir allí encerrados, tenerlos a su lado también otorga ‘bendiciones’ adicionales. Katerine dice que las que viven con sus hijos allí son respetadas por la otras internas, incluso por las de alta peligrosidad. Son ángeles de la guarda en medio de los conflictos.

Hace menos de dos meses, por ejemplo, hubo un motín en el centro carcelario, en el que las protagonistas fueron 12 reclusas pertenecientes a bandas criminales. Katerine cuenta que con las únicas con quienes no se metieron fueron las madres y sus hijos. “Ese día los niños estaban en clase y ni siquiera se acercaron al jardín”, recuerda.

Lo único con lo que la interna no está de acuerdo en el penal es que la guardería a la que asiste su niña no tiene nombre. Un error para ella. Sugiere que se llame ‘Mi Sueño’, un lugar donde los niños tienen la libertad para aprender. Para volar lejos.

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