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El hurto es una de las modalidades más comunes de crimen en el área Metropolitana de Barranquilla. Solo en abril se registraron 498 casos de este delito. Las historias de Abel y Farid González hacen parte de esas estadísticas y dan cuenta de la realidad que vive un ciudadano durante el angustioso trance de un atraco. Ambos comparten la misma noción del tiempo.

'Me demoro horas contando lo que sucedió en minutos', dijo Abel. Sus reacciones se adaptaron a las circunstancias de lo que experimentaron: fueron atacados antes de que pudieran entregar sus pertenencias por delincuentes 'nerviosos'.

Lucharon en contra de sus agresores y llegaron al borde de la muerte por esto: Abel recibió cuatro disparos, Farid una puñalada. Hoy, cuando se recuperan, tanto mental como físicamente de las secuelas de estos encuentros, cuentan su historia.

'Primero me apuñaló y después me pidió el celular'.

Farid González Gómez tiene dos cicatrices en el costado izquierdo de su torso. Una a la altura del pectoral, donde lo insertaron un tubo para ayudarlo a respirar. La segunda está en la región de las costillas, donde lo apuñaló un ladrón que pretendía robarle el celular. Eran las 4:30 del 1 de abril cuando se bajó de un taxi al que le pidió llevarlo hasta un evento en un supermercado en el barrio La Paz.

El conductor lo dejó en la Circunvalar y le cobró menos pues no quería entrar al barrio. Caminó tres cuadras hasta la carrera 13 con calle 109A cuando recibió la llamada de la amiga que lo esperaba.

Apenas terminó vio a su agresor enfrente. El delincuente lo tomó de la camisa con un brazo y con el otro le intentó arrebatar el teléfono de las manos. Farid trató de huir pero el hombre lo apretó más fuerte y desenfundó una navaja. Las primeras dos cortadas las recibió el maletín que llevaba, la tercera se asestó en su torso. Al atracador se le cayó el arma cortopunzante ante la vista de personas que transitaban el sector quienes corrieron al auxilio del joven de 22 años. El ratero huyó sin quitarle ninguna pertenencia. Farid no se dio cuenta siquiera que estaba herido sino hasta que una señora le señaló la mancha de sangre que tenía en la camiseta. Fue llevado al camino de El Pueblito por un hombre en motocicleta. La cortada le perforó un vaso que le llenó la pleura, bolsa que cubre el pulmón, de sangre.

Esto causó que se colapsara el órgano y le impidiera la respiración. Fue remitido al Hospital Barranquilla en donde lo intervinieron. Lo operaron con anestesia local, por lo que Farid recuerda el momento en que abrieron la herida y cántaros de sangre brotaron de su costado. 'Por fin pude respirar pero cada vez que exhalaba salía más sangre', recontó el estudiante de artes plásticas de la Universidad del Atlántico. Le queda menos de un mes de los tres que le pronosticaron para que terminara la cicatrización. De los 15 días que le ordenaron permanecer en silencio, solo pudo cumplir 5.

Hasta el día de hoy todavía piensa dos veces antes de bostezar. Esta experiencia le hizo sentir miedos que no conocía. 'Ya no contesto el celular en la calle y cuando veo a la gente haciéndolo les advierto', recalcó Farid.

'Le quité el revólver al atracador y no fui capaz de dispararle'

'Ahí se va el paramédico, llegó la enfermera, voy a entrar en una camilla al Hospital Barranquilla'. Abel González Gamarra narraba en su cabeza las cosas que le pasaban para sentirse vivo y no perder la consciencia.

Horas antes, a las 8:45 de la noche del martes 18 de abril, el joven nacido en Palermo, Magdalena volvía de la Universidad del Atlántico donde hacía las diligencias para graduarse de licenciado en biología y química.

El bus lo dejó en la avenida Circunvalar con carrera 27. Caminó por esta carrera para llegar a su casa en el barrio Me Quejo.

Cuando se acercó a un estadero un grupo de seis jóvenes se le acercó. Uno de ellos se colocó frente a él y le preguntó que 'si iba a pagar peaje'. Abel se negó.

Las palabras 'que no te vaya a pasar nada allá adelante' todavía resuenan en su mente.

Siguió su rumbo hasta llegar a la cancha del barrio, en la carrera 27 con calle 83B.

Allí no escuchó la moto que se parqueo detrás, solo pudo distinguir el sonido del ladrón pidiéndole su celular y el frío del cañón tocando su espalda baja.

Abel le mostró las manos. Acostumbraba a guardar su celular en la cadera, entre su ropa interior y su piel. Lentamente movía su mano hacia donde estaba su móvil cuando escuchó la detonación del arma. No sintió dolor, sino rabia.

En ese momento, Abel giró su cuerpo hacia el atracador. 'Como que le dio miedo que lo viera y se me lanzó a pegarme', recordó desde la sala de la casa en la que está viviendo, alejado del barrio por miedo a que los delincuentes vengan a terminar su trabajo.

El ladrón lo golpeó con la empuñadura del revólver en la cabeza en seis ocasiones. Todavía le queda un hueco donde no le crece el pelo debido a uno de los ‘cachazos’ de los que fue víctima.

'Me pegaba y me seguía pidiendo el celular, era como un disco rayado', relata Abel, que cuando era golpeado forcejeaba con el delincuente por el arma.

En medio de la disputa sentía un líquido caliente que le bajaba por la cintura hasta las muslos.

Finalmente, Abel alcanzó a arrebatarle a su victimario el revólver. Pensó en dispararle pero decidió que era mejor botar el arma a una zona enmontada cercana. Alzó su mano derecha con el revólver y cuando se disponía a arrojarlo el criminal lo agarró.

'En ese momento se me bajó toda la adrenalina', contó.

El delincuente le disparó las cinco balas que quedaban en las recámaras del revólver. Dos de ellas se asestaron en el estómago de Abel, mientras que una más le traspasó el fémur.

Luego se montó en la moto donde lo esperaba su cómplice, que según Abel, ni siquiera se movió durante la disputa, y huyó. No le quitó ninguna pertenencia.

'Me tocaba la cara y veía mis manos llenas de sangre, pero no me sentía nada', recuerda la víctima del atraco.

Solo cuando corrió a la esquina se dio cuenta que tenía el fémur herido.

Las personas que habían presenciado el atraco, gritaron 'está herido' cuando lo vieron llegar a la esquina de la carrera 27 con calle 83.

Se subió la camisa y vio los orificios que tenía en el estomago. 'Eran como dos chichones, estaban inflados', anota.

Un venezolano llegó en su moto y le dijo: 'Pana, súbete que estás herido'.

Por el camino, la sangre se escurría por su pantalón, bajaba por su zapato y dejaba un rastro en la vía al centro asistencial en La Manga.

Le entró un sueño profundo, y recuerda las palabras de su conductor, 'si te duermes, te mueres'.

No sentía dolor, solo un hormigueo, 'como si me hubieran puesto anestesia'.

Cuando llegó al camino La Manga ya no tenía fuerzas para hablar. Sentía escalofríos y lo único que veía era sangre, la que le brotaba por la cabeza, por el estomago, por la pelvis y la pierna. Recuerda quitarse los pantalones y acostarse en una camilla.

'Estaba transparente, tenía los labios y los pies morados', describe Marlene Gamarra, su tía quien fue la primera familiar en llegar a su auxilio.

Le colocaron unas pinzas en la pierna para hacerle un torniquete en el muslo, mientras esperaban a la ambulancia que lo remitiría al Hospital Barranquilla.

Marlene recuerda esos 45 minutos de espera. Abel agarró su mano y le dijo, 'tía, no me dejes morir'. Intentó cargarlo y llevárselo en un taxi hasta que fue detenida por el personal de centro asistencial.

Cuando llegó la ambulancia fue urgido al Hospital. En su apuro, los paramédicos olvidaron amarrarlo.

Con una mano en el estomago y otra en la pared de la camioneta, sentía rabia. 'Pensarán que soy un hampón', pensó Abel en ese momento. Con cada hueco en la vía que pasaba la camioneta la ira aumentaba, 'hasta que me acordé que me estaba muriendo y que no podía mover los pies', anota.

Cuando llegó al Hospital Barranquilla fue trasladado a urgencias, un pabellón en una zona destechada. Mirando el cielo de la noche, se preguntaba que pasaría si comenzaba a llover en ese momento.

A las 10:15 p.m. de ese martes entró a la sala de cirugía. A las 4:45 de la madrugada del siguiente día terminó la intervención quirúrgica. Las balas le habían afectado el intestino grueso y delgado en cuatro partes diferentes. En la operación, removieron estos pedazos y suturaron los restos.

A las pocas horas fue remitido a la Clínica La Misericordia para continuar con la intervención en la arteria femoral, de la cual solo habían parado el sangrado.

Al día siguiente fue examinado. Descubrieron que las heridas no habían cicatrizado correctamente y había una filtración en una vena que causaba goteado hacia el estomago. Fue intervenido nuevamente, esta vez sacaron 3 litros de sangre de su estomago.

Abel necesitaba transfusiones de O+. Gracias a la difusión de la noticia en medios, Marlene recibió varias llamadas de personas que querían donar sangre para su sobrino.

'Me acuerdo que a la media hora me llamó un señor que me dijo: voy en el bus para el trabajo, voy a llegar antes a donar'.

Abel necesitaba 10 pintas; personas que no conocía donaron 70.

'Al hospital se le acabaron las bolsas para donar sangre de tanta gente que llegó', anotó Marlene quien junto a Abel recalcaron el agradecimiento que sienten ante las muestras de apoyo que recibieron.

Abel despertó cuatro días después de esta cirugia. Permaneció sedado hasta ese sábado, sin embargo no estaba del todo inconsciente.

'Solo tenía los ojos cerrados; las lágrimas se me salían cada vez que oía la voz de cualquiera que me visitaba', recapitula Abel, con su mano izquierda en los 24 puntos que tiene en el estomago, la derecha descansa en el muslo derecho, donde no están los 19 suturas.

Las primeras palabras que dijo, nueve días después del incidente fueron, 'tía, yo me gradúo ¿qué ha pasado en la universidad?'.

Ese mismo día lo sacaron de cuidados intensivos. Estaba en un cuarto en el sexto piso y su ventana tenía vista hacía la calle. '¿Qué tal que se meta por la ventana y me remate?', meditaba en aquellos días de recuperación.

Salió del hospital dos semanas después. Un médico lo visita todos los días y dos veces a la semana debe volver a la clínica La Misericordia a ser valorado. Ya ha pasado más de un mes y aún los 43 puntos que tiene en el cuerpo no han sido retirados.

De vez en cuando revive esos momentos y reflexiona sobre qué hizo mal. 'Yo sentí que estaba más calmado que él. Quizás el error fue meterme la mano para sacar el celular y no dejarlo que él me lo quitara. No entiendo porque destruirme tanto para irse sin nada', se pregunta con la familiaridad de quien ha repetido la frase varias veces.

'¿Qué perdí? Una camisa, un pantalón, los zapatos solamente quedaron sucios', dice sonriente.

'Ah, y la vida, casi', concluye.