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Hay amistades resistentes como robles o como el acero de una compuerta blindada. Otras, añejas como un buen trago, soportan grandes pruebas y desafíos. Las relaciones humanas, tan sencillas que son complicadas, tienen no solo diferentes comienzos y alegrías, sino también finales y amarguras, como la de Mario y Gloria, que caducó en la Inspección número 1 de Barranquilla.

Ambos, mayores de 50 años, se dieron cita en el despacho ubicado en el barrio San Felipe para ponerle fin a una situación en la que hubo insultos y amenazas. Mario, mototaxista, se conoció con Gloria gracias a su expareja, quien era el vínculo en su relación de amistad. Los protagonistas de esta historia, cuyos nombres fueron cambiados para proteger su identidad, acudieron a conciliar a las 10:00 de la mañana, cuando la Inspección Número 1 de Policía Urbana estaba atiborrada de actividad.

El hombre, vestido con una camiseta negra, ingresó al despacho en compañía de la mujer, que desprendía colores con su blusa de puntos. Justo en frente, atenta, observaba analítica a través de sus lentes la inspectora Bibiana Ortiz, quien saludó formalmente a los citados y los invitó a sentarse para poder dar inicio a la audiencia.

Uno al lado del otro, con la vista en frente, Mario y Gloria se sentaron en silencio. La sala de audiencias, una habitación rectangular de paredes blancas, aguardaba impoluta el comienzo de los descargos, cuando los dos explicaran los motivos que los trajeron a este despacho. La inspectora Bibiana Ortiz les dio la palabra.

—Este hombre que está aquí al lado es un irrespetuoso, un patán. A mí me amenazó y me insultó, mucha gente lo escuchó tratarme como lo hizo —dijo Gloria, al mismo tiempo que se acomodaba en el asiento.

La mujer, de piel trigueña y cabello oscuro, parecía a punto de perder el control, como si se estuviera obligando a mantener la calma. A su lado, Mario, permanecía completamente quieto, mientras escuchaba la versión de Gloria.

—A la puerta de mi trabajo llegó —continuó Gloria con voz llorosa— y me dijo que yo era una perra y un montón de cosas más. Fue horrible, todo el mundo lo escuchó.

Luego agregó: —¡Que me diga con qué macho me ha visto como para que me trate de semejante forma en público!

A solo unos pocos minutos del comienzo de la audiencia, Gloria, que entró calmada y con paso seguro al despacho, lucía bastante alterada y ofuscada, por lo que la inspectora tuvo que pedirle que se tranquilizara.

—Señora Gloria, necesito que se tranquilice un poco para que siga contando su versión...

—¡Es que yo ni siquiera iba a venir! —gritó la mujer—. Pero es que mi vecina desde la panadería escuchó las cosas que este tipo me dijo y las amenazas que me lanzó. —Esto no se puede quedar así —me dijo. Hasta mi jefe, que también presenció todo, me pidió que viniera. Yo no quiero que este señor se me acerque más.

—¿Y por qué llegaron a este punto? —preguntó la inspectora.

—Permítame le cuento... —dijo el hombre, quien, por primera vez, tomó la palabra.

Infidelidad. Según contó, él había descubierto que su novia le era infiel con un cobradiario que visitaba la casa de ella todos los días. Despechado y enojado, confesó, acudió a Gloria, una de las mejores amigas de su expareja, para desahogar lo que —hasta ese entonces— era un secreto entre los dos.

Gloria, que lo había visto preocupado en los últimos días, lo llamó a su casa para saber qué le pasaba. Durante tres horas —dijo Mario— habló con ella sobre los problemas de su relación e hizo énfasis en la infidelidad que la llevó a su fin. Al día siguiente, contó el hombre, varias personas se habían enterado de la historia de su expareja con el cobradiario, lo que terminó de sacarlo de casillas.

—Yo, como hacen los amigos, deposité mi confianza en esta mujer —dijo Mario alterado, mientras señalaba a Gloria con el dedo índice —Ella me traicionó. Mi exnovia y varia gente en el barrio se enteró de lo sucedido... ¡y yo solo le había contado a ella!

—¡Yo le advertí a mi amiga que tú podías hacerle un daño! Que le diga, doctora, las cosas que me dijo que le iba a hacer. Yo estaba preocupada por ella.

—Esas cosas las dije por la rabia del momento... son amenazas que nunca cumplí ni pienso hacer, pero esta vieja de aquí al lado traicionó mi amistad. Por eso le dije esas cosas que ella dice.

—Este señor que está aquí sentado —dijo Gloria— se hace llamar cristiano. Si supiera usted que ya lo echaron de la primera iglesia...

—Atengámonos a los hechos del caso, doña Gloria —la interrumpió la inspectora—, por favor.

Los ánimos estaban caldeados cuando la inspectora y uno de los abogados del despacho, José Camacho, tuvieron que calmar a los implicados que intentaban apoderarse de la palabra y la atención de la doctora Ortiz.

—Yo soy un hombre cristiano, y si usted me quiere señalar... bien... no importa —dijo Mario, retomando la compostura—.

—Que te quede esto como experiencia: no traiciones la confianza de la gente.

—¡Yo no dije las cosas que él está diciendo! —irrumpió Gloria.

—Que ella me traicionara —repitió Mario— fue lo que me alteró, por eso dije todas esas cosas. Aunque no aceptes lo que te voy a decir: yo te perdono en el nombre de Dios, que es el único juez que existe y que le da justicia a quien la tiene.

—Amén —dijo la mujer— así es.

Disculpas. En ese momento, cuando todo parecía que iba en camino a solucionarse, Gloria tomó la palabra nuevamente y negó que ella le hubiera contado a la expareja de Mario y a la gente del barrio la historia que él le había dicho.

Más calmada, Gloria manifestó que lo único que le dijo a su amiga fue que 'tuviera cuidado porque Mario le iba a romper la puerta de la casa'. 'Yo les evité un problema', expresó Gloria, quien contó que esa noche había llegado a su residencia tarde en la noche y por eso no pudo decirle más nada a su amiga.

—Lo único que yo pido es respeto —recalcó la mujer—. Que este hombre no vuelva a decirme más nada ni a insultarme.

—Y así va a ser... —dijo la inspectora Ortiz—.

—Tienen que firmar esta acta en la que los dos se comprometen a no agredirse de ninguna forma. Esta situación se acaba hoy.

Cuando hubo calma entre los protagonistas la inspectora salió de su oficina en búsqueda del acta oficial que entregaría a los implicados. En la sala de audiencias, durante su ausencia, quedó el abogado Camacho, quien intercedió para calmar —aún más— las aguas.

El acta. El abogado, un hombre calvo y de voz seria, felicitó a Mario y a Gloria por haber acudido a la Inspección, en donde atienden de lunes a viernes varios casos parecidos. Además, les recordó que lo importante en una conciliación es respetar al otro, aún más en un escenario como este en el que los dos son vecinos.

—¿Tiene algo que decir para finalizar, Mario?

—Ella traicionó mi confianza —reiteró el hombre—.

—Ella no tuvo que decirle a nadie lo que nosotros hablamos.

—Deberías darme las gracias —dijo Gloria— por mí te evitaste todas esas cosas. Qué tal que yo no hubiera dicho nada...

—Aquí lo importante es que él está arrepentido y no va a incurrir en esos actos que dijo —intervino el abogado—. ¿Cierto, Mario?

—Sí señor. Vamos a firmar el acta. Ella sigue con su vida y yo sigo con la mía.

Cuando la inspectora regresó al despacho le entregó el documento al abogado Camacho, quien fue el que se lo expuso a los implicados para que estos lo firmaran. En el acta de compromiso, Mario y Gloria juraron cesar toda actividad violenta, lo que atestiguaron con su firma plasmada bajo el número de su documento de identidad.

En el momento en que el reloj marcó las 10:30 de la mañana y los protagonistas abandonaron la escena, una pareja ingresó al despacho de la Inspección Urbana Número 1 de Barranquilla. Otra audiencia estaba por empezar. Bibiana Ortiz y José Camacho estaban listos para atender otro caso, uno de los muchos que llegan a su oficina.