El Heraldo
Yomaira Guerrero tiene archivados todos los objetos que guarda de su antigua vivienda en el barrio Don Bosco, en una pared de su actual hogar. John Robledo
Barranquilla

“Para el pobre, una tabla es una bendición”

Pese a las necesidades de un asentamiento subnormal, los habitantes de este barrio defienden la ‘fortuna’ de tener un hogar.

La entrada a La Bendición de Dios está demarcada a ambos lados por un línea de basuras sin recoger. Esa calle sin pavimentar es la carrera 50, o así la denomina la nomenclatura, hecha con carboncillo, que está colgada en la entrada de las 5 casas que componen la primera cuadra.

Todas las viviendas son improvisadas, hechas de madera coloreada en diferentes tonos y cartón en las paredes. Los techos están hechos de plástico o zinc; se cubren con bolsas de basura negras y se amarran con cordeles de pita a cada extremo. 

La tercera casa, la de la mitad, está pintada con de verde helecho. En la entrada se congregan los vecinos alrededor de Nelley Pérez, quien tiene sobre su muslo el pie de Edilberto Solano. 

“Esta mujer es la que me hace llorar a mí”, dice Solano, tapando ambos ojos con la mano derecha. En un solo movimiento que no tiene ni rastro de duda, Nelley corta la uña del señor justo cuando este termina la frase.

La entrada del barrio tiene basura sin recoger. La queman cuando se acumulan en grandes cantidades. John Robledo

Esta escena se ha repetido por 7 años, tiempo que lleva Nelley viviendo en el barrio La Bendición de Dios. En aquel entonces llegó junto a su esposo Feder Guerrero desde Rebolo porque quería “tener algo propio, un lugar que fuera mío”.

Tal y como ella, los vecinos de las cinco casas que componen la casa concuerdan con esta noción. Y esas ganas los llevaron a convertir lo que era “monte, culebra y mosquito”, en más de 450 casas con cocinas, salas y cuartos.  

“Los que llegamos acá no sabíamos cómo hacer casas, pero nos ayudamos y entre todos las íbamos armando”, explica la manicurista mientras termina el otro pie de su cliente.

Estos desperdicios que las empresas dejaban, que la empresa recolectora de basura no busca, encierran los tesoros de quienes viven en el barrio. 

Pérez, acostumbrada al ejercicio de cortar uñas y continuar hablando, evoca recoger pedazos de troncos del piso que dejaban como desperdicios empresas e ir armando su casa. Con cada uno de sus cuatro hijos ampliaba la vivienda, adecuando cuartos con sabanas sostenidas por varillas.  

Adelaida Ortega, la vecina de la esquina, se identifica con esta experiencia. Recuerda 12 años atrás, cuando llegó del sur del Bolívar luego de ser desplazada por el fuego cruzado entre las AUC y las guerrillas. En aquel entonces armó su casa y con paciencia, poco a poco, recogió los pedazos de baldosa rotos que hoy arman el piso de su casa y de su iglesia Senda de Santidad. 

Desde hace tres años se desempeña como pastora desde su casa, uno de los seis templos que se encuentran en el barrio. Los domingos a las 10 de la mañana, estos lugares se atiborran de los creyentes. “Así como hay muertos y droga, también hay gente que vive acá y es devota al señor”, explica Ortega.

La reunión de vecinos concuerda con esta noción. “El que no se mete con nadie vive sabroso”, dice Yomaira Guerrero. Y el que se mete con alguien, puede terminar decapitado, como le sucedió a Rody Alberto Campo Guerrero el pasado 16 de marzo. 

Justifica los hechos que suceden por la situación especial que se vive en el barrio. “La verdad es que no pagamos servicios, entonces no tenemos nada de qué quejarnos”, comenta la señora, quien llegó hace tres años desde Don Bosco. 

Su casa queda dentro de un callejón al lado de la manicurista. Allí vive con su esposo, Emeth Acuña, sus dos hijos y un nieto en un espacio de un cuarto. En este espacio están todos sus utensilios de cocina, un televisor de 14 pulgadas, un ventilador, dos camas y el resto de objetos que en su antiguo hogar tenían espacio, pero que ahora se hallan arrinconados uno encima del otro. 

Emmeth Acuña camina por el callejón que conduce hacia su casa, donde vive con su esposa, dos hijos y un nieto. John Robledo

La Relocalización. Yomaira hizo parte del conteo que llevó a cabo Edubar, la Empresa de Desarrollo Regional y Urbano de Barranquilla, pero le preocupa que vivirá en una situación de hacinamiento similar en el proyecto ‘Lluvia de Oro’. Por eso le pide al Distrito que también le entregue una vivienda nueva para sus hijos

Esta nueva urbanización de 712 casas está ubicado en inmediaciones de la prolongación de la Murillo, cerca a la Gran Central de Abastos. Allí el Distrito se encuentra construyendo el lugar en donde pretende relocalizar a los habitantes de este barrio. 

Esta reubicación obedece a la necesidad  de construir la rotonda vial que conectará el Corredor Portuario con la Avenida del Río y la prolongación de la carrera 46, que a su vez se comunica con la Vía 40.

Aun cuando ya han sido movidas 100 familias, personas siguen llegando a engrosar las filas de esta invasión. Mi hijo puede construir su casa aquí, pero si nos mudamos para allá no se si nos va tocar vivir a los cinco en una sola casa”, argumenta la mujer. 

Según Jaime Vides, gerente de Edubar, las 712 servirán para reubicar a “todas las familias que residen en el barrio y que califiquen de acuerdo al censo que se hizo hace tres años”. 

Cada casa tendrá 90 metros cuadrados, un patio propio y todos los servicios regulados, incluyendo aquel que más extrañan los vecinos, el alcantarillado. 

“El que va con la bolsita negra lleva su guardado”, dice Divina Henao, de 21 años, 13 de ellos vividos en este barrio. 

Los habitantes acostumbran a hacer sus necesidades dentro de bolsas y botarlas, durante la noche, en el río. “Uno se programa”, agrega la auxiliar contable con una sonrisa con tintes de pena. 

A Divina le gustan estas cosas del barrio en que creció, la camaradería y sensación de unión que hay entre sus habitantes que nace según ella desde el nombre del barrio. “Cuando usted no tiene nada y consigue algo, así sea una tabla de madera, eso es una bendición de Dios”. 

Al fondo se escuchan los gritos de niños del barrio que juegan fútbol en la cancha arenosa.“Amen”, responden los vecinos en una sola voz.

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