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Al barrio El Castillo lo rodea un mito, una historia legendaria que ha pasado de generación en generación y que nadie, hasta hoy día, ha podido comprobar. Esta pequeña zona residencial en el norte de Barranquilla tiene apenas siete carreras y cuatro cuadras, en donde viven, como en una comarca, sus cerca de 300 residentes.

Aunque El Castillo quizás suene a murallas, batallas antiguas y altos torreones, este barrio está lleno de casas pequeñas cuyas únicas defensas son las rejas y los barrotes. Algunos negocios –tiendas, barberías y restaurantes– limitan con las residencias pequeñas, apiladas entre las callejuelas frescas y angostas.

Como si de una aldea feudal se tratase, este barrio está protegido por un arroyo –el de la calle 84– y un puente, el puesto fronterizo entre el barrio San Salvador y El Castillo. Quizá sin saberlo, muchos de los vecinos caminan entre sectores al cruzar de una calle a otra, atravesando sin visado ni peajes de un reino a otro, como transeúntes de un mundo libre. Y es que El Castillo es tan pequeño que ni sus propios habitantes saben a ciencia cierta de dónde viene el nombre.

Para algunos de los vecinos, el nombre viene de los antiguos cultivos de hortalizas de los orientales que vivían en esa zona de Barranquilla. Según dicta la tradición oral de la ciudad, los chinos cultivaban ahí, en la finca llamada El Castillo, las verduras que luego vendían en el centro o en sus restaurantes.

Era una época en que esas tierras eran verdes y abundaban los pastizales, cuando Barranquilla apenas se perfilaba como un Distrito portuario y comercial. Hoy en día, sobre las calles de El Castillo se levanta un barrio, en el que sus habitantes 'se conocen de toda la vida'. Muchos de ellos crecieron bajo sus techos de tejas rojas, protegidos por la sombra de los árboles frondosos de los andenes.

Esta es la historia en la que creen Jorge Jaramillo y su esposa Míriam Suárez, quienes llevan más de 40 años refugiados en la tranquilidad de El Castillo. Para ellos, cuando Barranquilla empezó a crecer hacia el norte, los chinos tuvieron que empezar a vender las haciendas y es por eso que el barrio recibió ese nombre.

Sentados en la comodidad de su sala, con el aroma del almuerzo saliendo como aire fresco por las ventanas, Jorge y Miriam, dos ancianos, reposan cuando el reloj marca las 12:00 del mediodía. 'Hoy ha sido un día tranquilo, como todos acá en El Castillo', dicen. 'No tenemos problemas, solo algunas veces la inseguridad, pero eso pasa en todos lados. Esta es una comunidad muy unida'.

'Como llevamos mucho tiempo viviendo acá ya conocemos a los vecinos, que también llegaron acá cuando eran muy jóvenes. Realmente todos los que viven acá lo hacen desde hace bastante tiempo, por eso somos una comunidad tan unida y no hay mayores problemas', dijo Miriam en uno de sus recesos de sus tareas culinarias.

La pareja recuerda que cuando se mudaron al barrio, a finales de los años 60, todavía había muchos terrenos baldíos y las construcciones eran pocas. Cuando se empezó a poblar Paraíso, el hermano grande del barrio, varios de los nuevos colonos llegaron también a esta zona.'En ese entonces solo estaban las primeras bodegas de las empresas que luego se establecieron por la zona', contó Jorge.

El Castillo es apenas unas cuantas calles en la frontera entre Paraíso, San Salvador y La Concepción. Muchas veces, si alguien quiere llegar al sector, se refiere a este como uno de los otros barrios, pero pocos saben su verdadero nombre. 'Como es un barrio pequeño mucha gente no lo ubica. Creen que esta zona es Paraíso porque es el más grande, pero esto acá es El Castillo', dijo orgulloso Jorge.

Perdidos en su historia, Jorge y Miriam tardaron unos segundos en percatarse de la mujer que los llamaba desde la calle. La vendedora de frutas, conocida en toda la zona, había llegado a ofrecerles piñas, bananos y mangos. 'Buenas tardes señor Jorge, ¿qué le dejo hoy?', le preguntó.

Liliana Puentes, la vendedora de frutas, es una mujer morena que recorre el sector y los barrios cercanos junto a su esposo. Con el camión cargado de frutas y verduras salen desde las 7:00 de la mañana, visitando a los clientes de siempre como Jorge y Miriam.

Desde la acera de en frente, como si hubiera esperado horas, un hombre llamó a Liliana pidiéndole patillas. Apoyado en los barrotes de la ventana, el hombre esperaba junto a su madre, una anciana de pelo blanco con una batola que le llegaba a los tobillos.

Álvaro e Ismenia Lubo viven hace 43 años en El Castillo, 'un barrio sabroso', según contaron. La mujer llegó al sector a pocos meses del parto de su hijo, que nació y se crió en la misma casa en la que hoy reside. 'Llevo toda la vida viviendo en El Castillo', dijo entre risas. 'Esto por aquí no ha cambiado mucho, se mantiene muy tranquilo, pero Barranquilla sí ha evolucionado bastante'.

Para él y su madre la historia del nombre del barrio es más literal, pues hace referencia a una fortaleza que hace muchos años se levantaba en esos terrenos. 'Este barrio se llama así por el castillo Rondón, esa historia la conoce todo el mundo', dijo.

'Hace muchos años por acá había un castillo, el tal castillo Rondón. No sabemos qué pasó con la estructura, pero dicen que quedaba por Paraíso y de ahí salió el nombre de este barrio', contaron. 'Desde niño me han dicho la misma historia, por eso sé que es verdad. Tiene mucho sentido', indicó Álvaro.

A pesar de que su explicación fuera diferente a la de Jorge y Miriam, Álvaro reconoció que también había escuchado sobre los cultivos de los asiáticos en la zona. 'Quizás el castillo estaba rodeado por los cultivos', dijo entre risas. 'A lo mejor la fortaleza la construyeron hace muchos años y luego sembraron las hortalizas'.

Hoy en día el barrio está dividido entre las empresas y las residencias. A pocas cuadras de las casas de Jorge, Miriam y Álvaro están ubicadas las sedes de varias de las empresas más grandes de Barranquilla. Incluso, el Hospital Niño Jesús, uno de los más populares de la ciudad, está a pocos kilómetros de la zona.

'Yo aún recuerdo el olor a jabón de algunas empresas o el crecimiento de la zona, en todo eso que está ahí cerca a la Vía 40. El barrio ha crecido, igual que Barranquilla en estos últimos años', concluyó Jorge Jaramillo, quien se recostó en su mecedora.

Esta era una de sus últimas tardes en El Castillo, pues junto a su esposa se mudará a otra zona de la ciudad. Al final de esta etapa, nostálgico, Jorge le agradece a toda la comunidad del barrio, quienes lo acompañaron durante un largo tramo de su vida.

'Pronto nos vamos del barrio, luego de tantos años. Estamos tristes, pero así es la vida. Ojalá El Castillo se mantenga así de tranquilo, es una comunidad muy linda y unida'.