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En los últimos cinco años, los departamentos de Atlántico, Bolívar y Sucre han sido testigos de un renacer verde: más de un millón de plántulas de manglar han sido sembradas a lo largo de sus costas, permitiendo la restauración de más de 250 hectáreas y fortaleciendo la biodiversidad en los ecosistemas marino-costeros del Caribe colombiano.

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El propósito de estas siembras no se limita a la conservación ambiental. Detrás de cada mangle sembrado también hay un esfuerzo por frenar la erosión en las zonas costeras, proteger los cuerpos de agua y, sobre todo, ofrecer nuevas oportunidades económicas y sociales a las comunidades que viven del mar.

En el Atlántico, por ejemplo, se han sembrado 303.000 plántulas que contribuyen a la recuperación del ecosistema de la Ciénaga de Mallorquín. Este proceso ha sido posible gracias al trabajo conjunto de un grupo de pescadores y piscicultores del corregimiento de La Playa, quienes han encontrado en esta actividad una manera de preservar su entorno y, al mismo tiempo, garantizar el sustento de sus familias.

Sergio Pantoja, presidente de la Asociación de Pescadores y Piscicultores del Departamento del Atlántico (Asopedan), integrada por 15 miembros, aseguró que la labor ambiental ha tenido un impacto profundo en la comunidad. “La piscicultura y el cultivo de mangle se complementan —explica— porque el agua que utilizamos en las piscinas sirve como nutriente para las plantas, ayudando a mantenerlas fuertes y saludables”.

La iniciativa ha sido posible gracias al trabajo conjunto con la Fundación Grupo Argos y Grupo Argos, que desde hace algunos años se vinculó para fortalecer los esfuerzos que los pescadores venían realizando de manera artesanal.

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“La articulación con Grupo Argos ha sido de suma importancia. Antes hacíamos todo manualmente, sin herramientas ni recursos, pero con su apoyo logramos construir un vivero comunitario y aumentar nuestra capacidad de siembra”, expresó.

El mangle rojo cumple una función esencial en el equilibrio del ecosistema. Sus raíces se extienden como brazos bajo el agua y sirven de refugio a los alevinos, permitiendo que se desarrollen hasta llegar a su etapa adulta. Además, actúan como una barrera natural frente a la erosión costera.

“El mangle nos protege de los vientos fuertes y evita que el mar avance sobre nuestras costas. Es vida, y por eso debemos seguir cuidándolo”, dijo el también líder comunitario.

Cortesía

Solo en lo que va del año, la Fundación ha sembrado más de 50.000 nuevas plántulas de mangle rojo en la Ciénaga de Mallorquín, cada una monitoreada durante su primer año de crecimiento para garantizar su supervivencia.

Andrés Contreras, coordinador de Educación Ambiental y Ecosistemas Marinos y Costeros de la Fundación Grupo Argos, explicó que la restauración de manglares es solo una parte de un programa mucho más amplio.

“Esto no es solo una siembra. Es un engranaje integral que busca generar ingresos a partir de la conservación. Todo se enmarca dentro del programa Economía Azul, que impulsa un modelo económico basado en la protección de los ecosistemas marinos y costeros”, señaló.

Siembras en la región Caribe

En Bolívar, las siembras se concentran en Barú, donde además avanzan en la restauración de corales, mientras que en Sucre los esfuerzos se enfocan en Rincón del Mar y Boca Cerrada, dos zonas con una rica biodiversidad, pero también con alta vulnerabilidad costera.

En total, se han sembrado 199.000 plántulas en Bolívar y 555.555 en Sucre, alcanzando una tasa de supervivencia superior al 85 %. “Estos resultados demuestran que las acciones realizadas junto a las comunidades están siendo efectivas y sostenibles”, resaltó Contreras.

En el caso del Atlántico, las siembras se desarrollan de la mano de la Corporación Autónoma Regional del Atlántico (CRA), con la que se han definido las zonas de restauración, se han capacitado a los habitantes y se ha involucrado a voluntarios de la compañía y de la misma autoridad ambiental. “En ese sentido, somos un aliado natural en los procesos de conservación”, afirmó.

Por su parte, Ilva Gómez, gerente legal y de sostenibilidad del negocio de desarrollo urbano de Grupo Argos, explicó que este trabajo comprende tanto actividades voluntarias como compensatorias, las cuales se complementan entre sí.

“El trabajo voluntario, que incluye la restauración de más de 250 hectáreas, lo desarrollamos entre la Fundación y el grupo empresarial. Pero dentro de las compensaciones también hay componentes específicos, como los viveros, el libro Historias del Manglar, los cursos de viverismo y el monitoreo permanente de las especies”, detalló.

Este libro —una iniciativa conjunta entre la Fundación Grupo Argos, la CRA y la comunidad— se concibe como una herramienta pedagógica que visibiliza los servicios ecosistémicos y resalta la importancia del manglar. “En sus páginas, los habitantes comparten sus vivencias y su relación con este ecosistema, mostrando cómo el mangle no solo sostiene la vida marina, sino también la vida de quienes habitan sus orillas”, concluyó Gómez.