El Heraldo
Alejandro Oviedo Meriño, habitante de Chengue, uno de los testigos y sobreviviente de la masacre muestra el estado del corregimiento. Ernesto Benavides
Sucre

Chengue reconstruye su memoria para sanar el dolor de su masacre

Víctimas en este corregimiento de Ovejas, en Sucre, llevan 18 años esperando la reparación colectiva del Estado  Gobierno hace presencia con talleres de formación.

Al llegar enero, el dolor retorna a las entrañas del corregimiento de Chengue y no entra en burro ni a caballo. Se siente en el aire denso que envuelve al pequeño poblado, en el que el lamento se suspira bajito, comiendo aguacate y haciendo llorar a una gaita que canta triste su tonada.

Aunque el paisaje emula al verde de la esperanza, las fiestas de fin y bienvenida de año nuevo no son las mismas a las de hace 18 años, antes de que el 17 de enero de 2001 la masacre de 27 personas dividiera en dos la historia de este corregimiento de Ovejas, en los Montes de María.

El pueblo está esperando la importancia que merece para aliviar, así sea de a poco, la nostalgia que les ha tocado sudar. La violencia se ensañó contra Chengue, poniéndole arriba de su cruz un estigma que al cumplirse la mayoría de edad de esa cruel irrupción no ha sanado por mucho que se cuente y cante.

A la par de la sanación construyen el libro de la memoria histórica en el que estarán consignados los desniveles que ha tenido el proceso de reparación colectiva que aún no llega y también el relato de aquellos que han floreteado la agonía de ser víctimas.

“Ahí estará todo lo relacionado con lo que pasó aquí. Es un libro que tiene que ver con los altos, bajos y medios de lo que le pasó a Chengue con esa masacre de lesa humanidad que dividió a la comunidad”, dijo Alejandro Oviedo Meriño, quien resume el libro de esa manera, pero el objetivo del voluminoso registro  traspasa las montañas de los Montes de María.

Desde que fue testigo y sobreviviente de aquella madrugada del horror que no teme recordar, siente que tiene el alma perforada como el cardón que usan para fabricar las gaitas que abundan en la región. Le mataron familiares, amigos y vecinos, pero no pudieron arrancarlo de la tierra a la que le rinde tributo.

“Lo que sucedió no es cosa de juego. Exigimos que no nos tengan como niños dándonos pocas cosas, somos víctimas”.
Habitantes han dejado mensajes en varias de las paredes de las casas que fueron atacadas en 2001.

“Yo estoy despierto a esa hora y siento que hay algo raro. Siempre se decía que por la zona había Ejército, paramilitares y guerrilla, pero nunca pensamos que nosotros pagaríamos las consecuencias. Azael López alertó al pueblo y él murió en el acto. ‘¡Pueblo, huyan!’, exclamó cuando supo que eran los paramilitares que se habían metido a las 4:00 de la madrugada. Esas palabras de cierta forma lograron salvar al pueblo porque muchos pudieron huir”, relató.

Oviedo dijo sin reparos que el daño principal fue haber perdido las  personas. “Si usted mira esos nombres se da cuenta que toda esa gente era buena. La guerrilla vivía en la zona, por eso nos estigmatizaron”, aseguró.

En marzo de ese mismo año el aguacate, producto base de la economía chenguera, impulsó a los habitantes que tenían finca a que regresaran a levantar el pueblo. Pocos lo hicieron, pero junto a los resistentes que no huyeron, volvieron a poblar los terrenos con ese fruto.

“En estos años se ha vivido de la esperanza que es lo último que se pierde. En todo este tiempo solo han entregado diez viviendas y unos proyectos productivos que nos han aliviado, pero falta mucho más. Muchísimo”, advirtió este hombre de 75 años.

A Chengue lo conformaban 64 casas en las que vivían unas 83 familias y unas 600 personas, según los recuerdos de Oviedo. Luego de la masacre, perpetrada por 60 hombres bajo el mando del exjefe paramilitar Rodrigo Mercado Peluffo, alias Cadena, y comandados por Úber Banquet, ‘Juancho Dique’, quemaron 32 viviendas y la gente tuvo que huir. Los 27 mártires fueron asesinados a punta de mona, machete y rula.

Fue perpetrada en el marco de la denominada operación ‘Rastrillo’, que también incluyó las masacres de Macayepo y El Salao, en el departamento de Bolívar.

La única escuela en funcionamiento es pública para toda población.

Un fallo del Tribunal Administrativo de Sucre concluyó que la Policía y la Armada Nacional sabían de la “presencia de grupos al margen de la Ley cerca del lugar donde ocurrieron los hechos y nada hicieron para evitar su incursión”.

Edwin Pérez Oviedo tiene 48 años, un pasado triste y la fe intacta. Cuando la Unidad de Víctimas llegó ofreciendo programas para resarcir el daño, que dejaron los violentos a Chengue, fue uno de los que imaginó que la reparación llegaría pronto, pero no ha sido así.

Ven pasar el tiempo, que en ocasiones adversas parece detenerse, y la reparación colectiva sin aparecer. Cuando recuerdan que no han logrado lo que anhelan dicen que se sienten revictimizados, pues no están pidiendo un favor sino exigiendo un derecho que les corresponde por ley.

“Cuando regresamos desplazados de Sincelejo, a donde nos fuimos por la violencia, nos hicieron las cartas y nosotros pensamos que en ese momento llegaría el cambio de vida, pero no ha sido así. Aquí lo que sucedió no es cosa de juego. Exigimos que no nos tengan como niños dándonos pocas cosas, sino como víctimas, que es lo que somos”, dijo Pérez Oviedo.

Una cancha sin arcos en el centro del corregimiento de Chengue.

Antes observaban entrar más de tres camiones diarios a sacar la cosecha de aguacate, ahora entra un par cada cierto tiempo. También recuerdan las grandes pérdidas en la siembra que hubo por culpa de una fumigación contra los cultivos ilícitos hace unos diez años. Una plaga más en el absurdo apocalipsis que les ha tocado padecer.

El resarcimiento conjunto está a la espera, mientras la presencia del Gobierno sigue enfocada en orientaciones, talleres y capacitaciones que tienen su aporte en el camino de la reconciliación, tal como lo señalan los mismos habitantes.

Los talleres de acercamiento han enseñado a reconciliarse, a recuperar el tejido social para que no se pierda la confianza. Ahora se valoran unos más a los otros y están más fuertes, como el cuero del tambor que usan para conmemorar año tras año la partida de los suyos, exhalando un compendio de sentidas melodías.

Edwin Pérez Oviedo.
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