En las áridas calles de Suan, en medio de una tierra mayormente campesina, rodeada de las aguas del río grande de la Magdalena y el Canal del Dique, nació quizá el guayacán más fuerte de todos.
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Uno que no es árbol, pero es tan resistente como si lo fuera. Una voz portentosa. Un genio al alcance de pocos, que hoy a sus 71 años sigue haciendo alarde de todas sus cualidades de poeta, juglar, cuentero y decimero.
Eduardo Dalmiro Guerrero Tapias es su nombre de pila o simplemente ‘El Guayacán de la décima’. Este hombre nacido el 30 de mayo de 1953 en Suan de la Trinidad, hijo del telegrafista del pueblo, y el segundo de 11 hermanos, conoció el arte de la décima por allá a finales de los años 60 y comienzos de los 70.
Fue gracias a que su padre, Julio, era un amante de las letras. Siempre estaba leyendo. Y, aprovechando su posición como telegrafista y que conocía a todos y cada uno de los habitantes de Suan, entre esos Diego De León.
De León, sin saberlo Eduardo, era decimero. Hacía décimas en todo momento, y su padre Julio era un ávido lector de estas. Las leía y se las devolvía. Un día cualquiera de trabajo, cuando el sol ya caía, no regresó la décima escrita perfectamente en una hoja, sino que la llevó a la casa.
Allí, un pequeño Eduardo Dalmiro de unos 14 años, la encontró. Y parecía que la magia que sucedía ante sus ojos hacía clic. Él no sabía que estaba leyendo, solo reconocía su fascinación.
“Me quedé viendo esa manera tan perfecta cómo estaba escrita. Yo decía ‘esto es una rima bonita. Y esta rima con esta’. Pero yo no sabía cómo se cuadraba, solo lo cantaba”.
Pasados unos diez días y casi como un llamado del destino vio a un campesino que conocía, en medio del furor de los tragos después de una larga jornada, cantar lo que él suponía que eran unas décimas.
“José Quintero salió a la esquina y comenzó a cantarle a muchacha. Y yo decía ‘eso se parece a lo que está acá’. Volvía a cantar y yo comparaba. Como el viejo era mi amigo al día siguiente fui allá y le pregunté y le dije que me enseñara”.
Allí, maestro y alumno se iban al campo. Eduardo hacía el trabajo de campesino mientras ‘Joselito’ le enseñaba. Y todo empezó. No hubo vuelta atrás. Nadie imaginaría que ese adolescente guayacán se convertiría en uno de los más grandes decimeros del Atlántico, nombrado Tesoro Vivo del departamento, Gran Maestro de la Décima y ganador de los más grandes festivales como San Jacinto, Campo de la Cruz, Malambo y más.

Gran baluarte del repentismo
En su esencia está ser repentista. Tomar lo que hay a su alrededor y hacerlo décima. Y eso fue algo que siempre tuvo, aunque no lo sabía. Eduardo Guerrero era de esos que agotaba la rima en esa tradicional mamadera de gallo pueblerina.
“Yo paso de décima escrita al repentismo casi enseguida. En el Colegio Bachillerato de Campo de la Cruz, en las fiestas que hacen en los colegios, Día del Maestro, Día de la madre, comencé yo a salir con mis vainas repentistas y empezaron a aplaudirme”, comenta e inmediatamente confiesa que “a la hora de la verdad” su hermano Ignacio, es “más decimero que yo”.
“Él hace una décima mucho mejor que yo, pero como no es repentista, no ha salido. Inclusive es el presidente de la Asociación Nacional de Decimeros, pero no figura en ninguna parte porque le hace falta ese repentismo”.
Entonces, haciendo gala de esa velocidad mental y agilidad que aún posee a sus 71 años dice que el repentista es capaz de aprovechar hasta lo más mínimo y pone el ejemplo que cuando está en la tarima y ve que alguien levanta un sombrero ahí empieza y repentiza:
“Allá levantó el sombrero
en medio de toda la gente
y un verso de mi mente
yo les tiro de primero
yo soy Eduardo Guerrero
siempre tengo mi respaldo
y en la mente tengo un saldo
para tirarlo a la vista
y cantarlo en la entrevista
que me hacen en EL HERALDO”.
“Entonces eso sale así, ¡pum! Eso me va saliendo”, dice mientras ríe, para luego explicar que esa capacidad se puede ir desarrollando pero “los buenos buenos” son los que nacen con esa chispa, que la han tenido siempre.

El juglar de Suan
En el Caribe, a veces pareciera que el término juglar estuviera reservado únicamente para los juglares vallenatos, pero, en la definición más pura de la palabra Eduardo Guerrero hace parte de esos poetas que han narrado los acontecimientos de sus pueblos a través del arte, yendo de lugar en lugar.
Y él mismo se da el lugar que merece. “Sí, me considero un juglar, porque he transmitido mi conocimiento de pueblo en pueblo, y me he dado a conocer, y voy, llevo mis historias, sea cuento, porque también soy cuentero, o décima, y llevo las anécdotas, y todo lo llevo de ciudad en ciudad”.
No dice su segundo nombre
Fueron dos décadas que Eduardo Guerrero hizo dupla con, quizá, el decimero más grande: Gabriel Segura, de Soledad. Se acompañaban a todos los lugares. Donde iba uno, iba el otro. “Nosotros hicimos lo que se hace en Cuba, que los decimeros se asocian”.
Y en los 20 años que hizo dupla con el gran Gabriel Segura, Eduardo Guerrero aprendió algo: a nunca decir su segundo nombre, y no por algo malo, pena ni nada de ese estilo, sino que en medio de la piqueria podía ser un punto débil para el fuerte guayacán.
Y la razón de ser es que estando en Sahagún, trepados en la tarima el de Suan y el de Soledad, decidieron hacer una décima en la modalidad de 2 con 2, en la que cada poeta decía 2 versos, hasta completar los 10.
Pero, el fuerte vendaval que azotaba la sabana cordobesa, amenazaba con terminar el evento. Arriesgados ellos, fueron pa’ lante y Eduardo inició la décima: “Yo soy Eduardo Dalmiro, poeta nativo de Suan”. Lo dijo. Reveló su segundo nombre.
Ni corto ni perezoso Gabriel Segura, un genio del repentismo, siguió por ahí: “Y como siga el huracán, no te queda ni el suspiro”.

‘El Guayacán’
Una de las modalidades de la décima es la piqueria, ese momento en el que con sus versos intentan ganarle a su oponente y ahí Eduardo sacaba todo su repertorio y justamente fue gracias a esa robusta manera de ganar que se hizo merecedor de su apodo.
“Me volví duro, me tenían miedo. En la piqueria era contundente porque llegaba a los festivales a ver cómo venía vestido el otro, cómo caminaba. Entonces les ganaba, y Gustavo Lara de Malambo me puso ‘el Guayacán’ porque decía que era difícil de tumbar”.
¿Qué es una décima?
La décima es una composición poética que consta de 10 versos octosílabos los cuales riman de la siguiente manera: El primer verso rima con el cuarto y con el quinto, el segundo con el tercero, el sexto rima con séptimo y décimo y el octavo rima con el noveno.
Y esta regla, de acuerdo con Eduardo Guerrero se debe mantener en el repentismo y en todas las modalidades. El oriundo de Suan explica esto y muestra sus décimas en su libro, publicado en 2021, ‘La obra del Guerrero’ en el que hace un repaso por sus mejores décimas y por la historia de la misma, así como los grandes baluartes.





















