Los encontré allí sentados, unos acomodándose la capa, otros ajustándose el turbante. En el Parque Almendra, varias personas se detenían a mirarlos con atención, convencidas de que en cualquier momento sonaría el tambor y arrancaría un desfile, pero no. No era una tarde de baile, era una cita con la memoria.
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Ese parque fue el punto de encuentro para la entrevista, elegido porque la historia del Congo Grande de Barranquilla comienza a pocas cuadras de allí.
Muy cerca, en el antiguo Callejón de Providencia, lo que hoy conocemos como la carrera 25 con calle España, la actual calle 34, se realizó hace casi 150 años, la primera reunión que dio origen a esta danza, la más antigua del Carnaval. Allí, en una esquina cualquiera del Centro, empezó a escribirse una de las historias más largas y firmes de la fiesta.
Todo comenzó con Joaquín Brachi, un negociante de artesanías de origen italiano que no solo vendía, sino que observaba y leía. Amante de la historia, había visto en Cartagena a los cabildos bailar durante las fiestas de la Virgen de la Candelaria.
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Aquella imagen lo acompañó de regreso a Barranquilla y decidió intentar algo parecido.
El 22 de diciembre de 1875 convocó a artesanos y vendedores del Mercado, gente trabajadora, vecinos del barrio, muchos de ellos conocidos suyos. Allí propuso formar una danza para el Carnaval. Los que dijeron que sí no sabían que estaban dando el primer paso de una tradición que atravesaría generaciones.
Son cuatro de ellas las que han sostenido esta historia y ya van 20 años desde que Adolfo Maury asumió el timón de El Congo Grande. Hoy, a 150 años de la danza y con la responsabilidad y el orgullo de ser el rey Momo del Carnaval de Barranquilla 2026, mira al cielo con gratitud y empieza a repasar la historia.
“Brachi, muy amante de todo este tema de la cultura congolesa, toma como punto de referencia el del Congo y dice: ‘Bueno, vamos a colocarle Congo’, pero había que buscarle un complemento. Se le viene a la cabeza algo que para esa época era muy común, que era el transitar por una fuente de mucha connotación, de mucha importancia desde todo punto de vista en lo económico, que era el río grande de la Magdalena y de ahí nació”.
Desde entonces, la danza empezó a tomar forma evocando a los guerreros africanos. Pero la historia va más atrás, incluso antes de Barranquilla.
“Ellos se preocupaban porque olvidaran sus raíces, por eso los ataviaban con sus vestuarios, con joyas costosas. Inmediatamente se terminaba la misa, ellos quedaban libres de hacer lo que quisieran, y lo que hacían era dar rienda suelta a toda su ancestralidad”.
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De allí nacieron danzas, manifestaciones y símbolos que hoy hacen parte del Carnaval. Por eso, dentro del Congo, los nombres no son por casualidad.
“Al integrante varón se le denomina negro y a la mujer negra, guardando la proporción de todo el tema que tiene que ver con la tradición”.
Incluso el vestuario tiene su mensaje. “Evoca una burla a los traficantes o a la trata de esclavos de la época, a los portugueses y a los españoles”.
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Rivalidades y resistencias
El relato de Adolfo Maury se va llenando de imágenes mientras señala detalles que, para el espectador distraído, pueden pasar desapercibidos en medio del ruido del Carnaval.
“Ustedes pueden observar dentro de nuestra cuadrilla, y cuando hablo de cuadrillas son los dos hombres que van en la cabeza, entrelazados, que desde la creación de las danzas de Congo eran hombres corpulentos, que medían más de un metro ochenta. Esto se hacía con el fin de inspirar respeto y temor a las danzas rivales”.
En esa Barranquilla de finales del siglo XIX ya se escuchaban otros tambores. “Cuando se crea este grupo ya existía otra manifestación en el Carnaval, como la danza del Toro Grande”, recuerda. Y con eso llegó la rivalidad de barrios: Barrio Abajo, cerca de lo que hoy es la Vía 40 y la Casa del Carnaval, y Barrio Arriba, alrededor de San Roque, cuna, según Maury, de muchas expresiones que hoy desfilan en la fiesta.
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Los primeros desfiles no conocieron carrozas ni tarimas. “Todo se hacía a pie. De ahí nace lo que hoy se conoce como el Martes de Conquista. “Este sitio donde estamos ahora, el Parque Almendra, antes la gran plaza 7 de Abril, era el punto donde se congregaban todas las danzas del Congo”, cuenta.
Allí llegaba la reina del Carnaval y desde ahí partían juntos hacia el Teatro Apolo (el antiguo Metro), sede de la reina en ese entonces. Todo culminaba en el Club ABC.
Para Maury, en ese andar está buena parte del aporte del Congo al Carnaval. “Fue pionera en la inclusión de la comunidad LGTB. En el Congo se aceptaba a los travestis que hacían gala de unos vestuarios imponentes, espectaculares”.
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“Viva el Congo Grande”, gritaban todos mientras posaban a la cámara. Y llama la atención el vestuario, como as arandelas que adornan a la mujer, que al danzar evocan aire de libertad, alegría y provocación.
“Hay una cierta similitud, pues, ahí entre la danza del Congo y la cumbia, que son danzas, pues, de coqueteo también, evocando esas épocas donde las amas o los amos ataviaban a sus mujeres para asistir a la fiesta de la celebración de la Virgen de la Candelaria, estos detalles, los aretes, la pintura, el tocado de boca, esos colores de esas joyas que ellos le colocaban en sus en su vestuario”.
El vestuario del negro Congo también tiene su historia. La imponencia del traje, la capa amplia, la pechera y el turbante nace como una burla directa al poder. En tiempos de colonia, esa parafernalia exagerada ridiculizaba a las cortes portuguesas y españolas.
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“El turbante representa la imponencia del guerrero africano, pero también rinde homenaje a la Batalla de Flores, origen del gran desfile del Carnaval de Barranquilla tras la Guerra de los Mil Días. Maury recuerda que, al inicio, no había flores de tela ni papel: eran ramas verdes, hojas tomadas directamente de la naturaleza. Con el tiempo, el colorido se incorporó sin romper la tradición, manteniendo el espíritu de celebración de la vida frente a la sangre derramada”.
Una familia de amor
Durante casi dos décadas, Robert Enrique Zúñiga Rañero ha caminado al ritmo del tambor del Congo Grande de Barranquilla. Diecinueve años lleva en la danza, los suficientes para saber que aquí solo se entra por convicción. “Fue una experiencia chévere, algo que nunca había vivido. Uno va nervioso, pendiente del camino, pero los compañeros le dicen que tranquilo, que van juntos”.
Para Zúñiga, que esta danza siga viva después de más de un siglo, no es por los azares del destino. “Es la perseverancia y la entrega de los integrantes. Siempre habrá alguien dispuesto a levantarlo”.
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Doce años bailando este legado
Concepción Cobas Sarmiento llegó al Congo Grande de la mano de su hija y se quedó por amor. Doce años lleva haciendo parte de la danza.
“Mi hija fue la motivadora y al principio no fue fácil porque sentí muchos nervios, pero al final tuve mucha fuerza porque la heredé de mi abuela, quien también hizo parte de un grupo de la tercera edad. Fue ella quien dejó sembrado el amor por la tradición”.
Hoy, lo que más valora no es solo el baile ni el vestuario, sino la unión. “Somos una sola familia. Esto es hermoso, por eso estoy tan motivada. 150 años no se cumplen todos los días y estoy muy orgullosa de hacer parte de esta danza que nunca morirá”.
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