Durante un cuarto de siglo, que se dice fácil pero no hay nada más alejado de la realidad, Barranquilla ha sido una sala de cine a cielo abierto, por cuenta de amantes a las historias contadas a 24 cuadros por segundo como lo es el Festival Internacional de Cortometrajes Cine a la Calle, FICICA.
25 años. 240 meses. 1043 semanas. 7305 días es lo que lleva este festival trayendo historias contadas en pocos minutos a la Puerta de Oro. Sin embargo, el devenir de la vida y las complejidades de seguir creando espacios de cultura hacen que ese tiempo esté en vilo. Que peligre otro festival más.
“Esta edición es especial porque no solo marca un hito temporal, sino también emocional: 25 años no se cumplen todos los días. Por eso diseñamos un festival que celebre lo mejor de nuestro pasado y abrace lo nuevo, en medio de un panorama económico complejo”, explica a EL HERALDO, Harold Ospina, director del festival.
Este evento, surgió con el naciente siglo XXI, en 2001, como una iniciativa pionera en Barranquilla, liderada por jóvenes universitarios y apoyada en ese momento por la Universidad Autónoma del Caribe y el Instituto Distrital de Cultura.
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Surgió como un sueño colectivo y una idea poderosa: transformar la ciudad en una gran sala de cine abierta, gratuita e inclusiva, donde plazas, parques, colegios, universidades y espacios no convencionales se convirtieran en escenarios de proyección y formación audiovisual a través del cortometraje.
Y aunque año a año reciben entre 800 y 1.000 cortometrajes de más de 50 países, de los cuales exhiben más de 100 obras y el promedio de asistencia ronda los 7.000 espectadores por versión, reafirmando el alcance y la relevancia de esta propuesta cultural, ahora viven momentos de compleja reflexión.
¿Qué pasa con FICICA?
Harold Ospina detalla que al mirarse como organización enfrentan retos enormes de sostenibilidad, y quienes hacen parte del ecosistema cultural coinciden en las dificultades estructurales que históricamente han afectado al sector cultural y audiovisual en Colombia y en Barranquilla.
“La falta de financiación constante, las coyunturas políticas, las limitadas líneas de inversión regional, la precariedad laboral de los gestores, el desinterés del sector privado y la ausencia de políticas sólidas de apoyo a los procesos culturales independientes”.
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El director añade: “Este año, además, no fuimos beneficiarios del Plan Nacional de Concertación Cultural del Ministerio de Cultura, y tampoco logramos participar en la convocatoria de la Gobernación del Atlántico por no haber estar caracterizados en el censo realizado por ellos en 2024, lo que sin duda impacta directamente la viabilidad del festival”.
En ese sentido, pese al reconocimiento que FICICA tiene a nivel nacional e internacional, muchas veces han tenido que remar contra la corriente para garantizar que las proyecciones lleguen a los barrios, centros culturales, penitenciarios, colegios, universidades, etc. Así como sostener la formación y los espacios académicos y que el acceso siga siendo gratuito, y que los nuevos realizadores —locales, nacionales e internacionales— tengan una ventana donde mostrar sus obras con respeto hacia su creatividad y propuesta narrativa.
“Creer en lo que somos ha sido fundamental para seguir. No somos un festival de alfombra roja. Seguimos adelante porque creemos en el cine como derecho, como herramienta de transformación. Porque la calle sigue siendo nuestro escenario natural y la gente, nuestra mayor motivación”.
Un festival de peso
A pesar de los momentos complicados que vive este evento cinematográfico, el más antiguo en este estilo del país, la realidad es que el mundo del cine reconoce su importancia. Tanto es así que el FICICA es uno de los cuatro festivales que puede postular cortometrajes para ser considerados en los Premios Macondo.
Asimismo, por las salas descentralizadas del evento han pasado títulos como Historia de un Oso, de Gabriel Osorio (Chile), ganador del Óscar en 2016; Leidi, de Simón Mesa (Colombia), ganador de la Palma de Oro en Cannes; La perra, de Carla Melo Gamper (Colombia), primera animación colombiana en competir en el Festival de Cannes.
O en el contexto local, Un pájaro voló, de Leinad Pájaro (Barranquilla), o Flores del otro patio, de Jorge Cadena (Barranquilla), que demuestran su valía para los realizadores. “Nos llena de orgullo haber abierto espacios de formación como los talleres de cine comunitario. También nos emociona haber logrado que el festival llegue a todas las localidades de Barranquilla y su área metropolitana, convirtiéndose en un verdadero evento de ciudad. Estas son cosas que no tienen precio: ver a familias completas, jóvenes, niños, vecinos —algunos que nunca han estado en una sala de cine—, sentados en una calle, en una cancha o en un parque, viviendo juntos una experiencia cinematográfica”.
No hay que dejarlo morir
El FICICA es un festival de los barranquilleros. De todo el público depende que este evento no muera, que siga contando historias.
“El llamado es a que la ciudadanía barranquillera apoye, asista, y participe de eventos culturales que hemos construido colectivamente. Este festival no solo es una vitrina para el cine y las artes, sino también un escenario para encontrarnos, reflexionar, inspirarnos y transformar nuestra ciudad desde la cultura”, agrega Ospina.
Finalmente, el director del festival subraya que invitan a las empresas, a los entes territoriales y a las organizaciones locales a reconocer el valor de estos procesos artísticos que vienen gestando desde distintos sectores, y a respaldarlos con compromiso y visión de futuro. “Porque sin apoyo estructural, la cultura no se fortalece”.