Afuera todo parece perfecto. Sonrisas, viajes, cuerpos esculpidos y rutinas productivas. Desde la pantalla, la vida ajena brilla con una intensidad casi inalcanzable, pero del otro lado, hay una comparación constante en la que cada “like” que no llega e historias que parecen más emocionantes que la propia, despiertan esta cruel pregunta: ¿Soy lo suficientemente bueno?
Un estudio reciente del Centro Colombiano de Bienestar Integral Mente & Alma reveló que el 69 % de los jóvenes entre 15 y 28 años en el país presenta síntomas del síndrome del impostor, una condición psicológica que disminuye la autoconfianza y hace que quienes la padecen sientan que no merecen sus logros, que todo lo que han alcanzado es fruto de la suerte o de un engaño, y que en cualquier momento serán “descubiertos” como un fraude.
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El dato, por sí solo, preocupa, pero más inquietante aún es el factor detrás de ese número: las redes sociales. El mismo estudio afirma que la comparación constante con los estilos de vida que se ven en plataformas como Instagram, TikTok o YouTube puede aumentar en un 40 % la aparición de episodios de ansiedad. Es decir, lo que muchos jóvenes consumen para entretenerse o inspirarse está actuando, de manera silenciosa pero efectiva, como un detonante emocional.
Pero, ¿por qué sucede esto? La psicóloga Isabella Monterroza explica que la constante exposición a estas plataformas puede tener un impacto profundo en la autopercepción, sobre todo en personas con alta autoexigencia o inseguridad personal.
“Las redes tienden a mostrar una versión curada y altamente idealizada de la vida de los demás como éxitos profesionales, logros académicos, viajes, relaciones perfectas o rutinas altamente productivas”.
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Según Monterroza, cuando una persona que ya duda de su propio valor se enfrenta a estas imágenes idealizadas, se activan pensamientos negativos automáticos: “Se empiezan a decir frases como: Yo no soy suficiente, todos están mejor que yo, debo estar fingiendo mi competencia”.
Valeria Benavides solía decirse esas frases. Es diseñadora gráfica, tiene 28 años y el año pasado consiguió un buen empleo, pero cuando recibía felicitaciones sentía que no lo merecía.
Todo comenzó durante su último semestre de universidad. En un intento por “impulsar su marca personal”, Valeria abrió una cuenta en Instagram donde publicaba sus diseños y seguía a otros creativos.
“Todos parecían tener vidas tan increíbles, diseñaban desde Nueva York, comían en lugares lindos, ganaban premios, hablaban de clientes importantes. Una vez subí un diseño del que me sentía orgullosa. Recibió 200 likes. Luego vi uno parecido con más de mil y me sentí una copia de mala calidad”.
Un día, leyó un artículo sobre el síndrome del impostor. “Sentí que alguien me estaba leyendo la mente. Busqué de inmediato ayuda y, aunque no ha sido un camino fácil, cada día estoy tratando de no dejarme llevar por la vida ‘perfecta’ de las redes sociales”.
Y es que, aunque este concepto no es nuevo, las redes sociales han intensificado su aparición.
“La sensación de insuficiencia puede ser profundamente dañina a nivel emocional, mental y hasta física. Puede generar ansiedad, depresión, baja autoestima y afectar el rendimiento académico o laboral”, dijo la psicóloga Tatiana Martínez.
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Espejos ajenos
Medirse con espejos ajenos parece ser la tendencia de hoy. La autenticidad pasa a un segundo plano cuando obtener validación se convierte en lo más importante.
“La comparación es una forma primitiva de medir si estamos bien. Antes lo hacíamos con nuestros vecinos o compañeros de trabajo. Ahora lo hacemos con millones de personas a la vez. Hay una especie de ansiedad por saber si estoy “al nivel”, si valgo, si soy atractivo, productivo, exitoso, “digno de ser visto”. Y las redes se vuelven el espejo constante, pero es un espejo deformado, amplificado y muchas veces falso. Aun así, volvemos a él, porque nos hemos acostumbrado a medirnos desde afuera”.
Pero, ¿qué papel juega el “síndrome del impostor” en este proceso? “Se dispara cuando nos comparamos con la vida de los demás en redes. He visto estudiantes becados que creen que no merecen estar en su universidad. Madres que crían con amor, pero sienten que fallan porque no hacen “actividades Pinterest” con sus hijos. Creativos que ganan premios, pero piensan que los demás son más talentosos porque tienen más likes”.
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Además, a veces las personas pueden conocer que lo que se ve en estas plataformas puede estar editado y aun así, hacer caso omiso. “El cerebro no distingue entre lo que racionalmente comprendemos y lo que emocionalmente sentimos. Tú puedes saber que una imagen está retocada, que un video tiene diez tomas antes de salir bien, que esa pareja también discute, pero igual te hace sentir menos. La comparación emocional no pasa por el filtro lógico, por eso es bueno desintoxicar nuestras redes”.