Luego de haber realizado múltiples eventos pequeños como foros, encuentros y conversatorios a nivel local desde el diario El Pilón, a partir de los años 2016-2017 en adelante, y luego de haber asistido a otros eventos más importantes a nivel nacional, ya la tenía clara en su cabeza. Juan Carlos Quintero Castro, lopereno formado como abogado y economista, pero más gestor social, cultural y hacedor de eventos que las dos anteriores.
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Sobre esto había identificado la necesidad de hacer un macro evento en torno al libro en la ciudad; «porque el libro es un elemento dinamizador de la cultura, de las artes y la creación», afirma mientras revisa una carpeta plástica llena de documentos y recortes de papeles que contienen memorias, datos, noticias e información íntima sobre la feria, dentro de una oficina del periódico que preside.
Cuando empezó a hablar en varios espacios de la realización de la primera feria del libro de la ciudad nadie creía en su ejecución; mucho menos en su realizador.
El sector público local, que es quien debería apoyar más en esos casos, de manera tímida vio con algo de introversión administrativa la idea de hacer la feria del libro; el sector privado, en medio de la desaceleración de la economía postpandemia, paradójicamente apoyó más.
Y así, con más apoyo de entidades de afuera que las de la misma ciudad, se empezaron a mover las fichas que armarían finalmente el rompecabezas de la feria del libro de Valledupar: la Felva 2023.
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Por allá en el año 2018 empezó todo. En ese año iniciaron todos los procedimientos, empezó a tejerse lo que fue la serie de procesos en la que Juan Carlos, de manera personal y desinteresada, acudía a eventos culturales en distintas ciudades del país, quizá con la intención de ir recogiendo ideas in situ o de encontrarse con las personas indicadas, quienes finalmente le alcahuetearían su capricho sociocultural, su 'propósito misional personal' de organizar la primera feria del libro de una ciudad acostumbrada a la parranda y muy poco o nada a lectura.
En uno de esos eventos culturales, en el Hay Festival de Cartagena, le vino o encontró la idea de hacer la feria en locaciones del Centro Histórico, que por el año 2020 estaba sufriendo unas reparaciones importantes, que lo dejarían listo para cualquier evento de talla nacional. De alguna manera se estaban alineando las gestiones y la logística para que se diera en ese año, pero llegó la pandemia. Si no hubiera sido por la pandemia del coronavirus los valduparenses y foráneos hubiésemos disfrutado de la primera Felva en el año 2020.
Hijo de una familia que siempre amó los libros y los negocios, se mantuvo entre estos hasta que encontró su verdadera vocación: dinamizar y estimular los escenarios culturales, artísticos y sociales de su ciudad natal, un territorio en el que aún cree a pesar de todas las vicisitudes que atraviesa constantemente.
Por eso le apuesta siempre a través de la realización de eventos que puedan cosechar desarrollo integral a partir de iniciativas de impacto. Se considera un político que no participa en política ni elecciones, pero se asemeja a estos en que quiere ser un 'agente de cambio'; quiere 'participar con otros, en un proceso colectivo de cambio, de transformación cultural y social' dice mientras ríe y recuerda que fue gobernador encargado del departamento del Cesar, con 'tan solo veintitantos años'.
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El hombre detrás de la primera feria del libro de Valledupar se ha dedicado a todo en los 61 años que tiene. Ha sido alto consejero presidencial para la Costa Caribe; gerente de varias empresas; ha sido una persona que durante toda su vida se ha considerado con una gran responsabilidad social encomendada, para propiciar cambios positivos en la ciudad: 'el día que todos los vallenatos lean, buena parte de ellos escriba, pues ese día tendré una gran satisfacción' afirma con los ojos brillantes de esperanza mientras bebe un sorbo de café.
Bastó solo una conversación con el escritor valduparense Alonso Sánchez Baute para saber quién podría ayudarlo en esa titánica tarea de organizar una feria del libro en Valledupar: Carlos Marín Calderín, la persona que había estado organizando por varios años la exitosa Feria del Libro de Montería (Un Río de Libros).
La cual ha sido reconocida como un evento de proyección nacional e internacional, posicionándose junto a la Feria del Libro de Barranquilla como uno de los eventos culturales más importantes de la costa atlántica luego ya de su séptima edición.
Con ese contacto en la mano, todo estaba listo. Se hicieron las gestiones, las reuniones pertinentes, las visitas necesarias, los recorridos a los posibles lugares, auditorios, centros comerciales, etc.; Carlos Marín también la tenía clara: sin protagonismo alguno indicó el camino que se debía seguir para organizar la Felva.
La Feria del Libro de Valledupar entonces fue una iniciativa particular, del orden personal de Juan Carlos, quien reconoce que en Valledupar y el departamento hay en general un 'déficit o ausencia de librerías y niveles de lectura muy bajos' que según él mantienen a los habitantes de la ciudad en un estado de hándicap cultural total que les impide acceder a otros tipos de capitales, como el económico, el social, el simbólico e incluso el mismo capital cultural; si lo vemos desde la óptica del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
El equipo organizador prácticamente en su mayoría eran periodistas y trabajadores del diario El Pilón; cuando le pregunto sobre la dificultad que tuvo la organización, responde satisfecho: 'estábamos acostumbrados a hacer un foro, de golpe hacer una feria que dura dos días, el caso de la Feria Gastronómica; pero nunca habíamos hecho un evento de cuatro días, donde además existían eventos dentro del evento, era un multievento'; por lo que resultó más difícil de lo previsto en términos logísticos y de gestión.
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La Felva se hizo contra todo pronóstico. Dentro de su visión de la feria, también tenía claro lo que había que realizar con el evento. No debería realizarse en los cómodos centros comerciales de la ciudad (donde se acostumbran a realizar ese tipo de eventos), donde la lluvia y la inseguridad (por ejemplo) no acudirían.
Es por ello que se optó por hacerla en el centro histórico, aun sabiendo que podría pasar cualquier cosa o peor: que la gente no acudiera a mansalva. Le pregunto sobre el tema y me responde: 'muchas ferias se hacen en sitios en los cuales hay afluencia de público asegurado, hay condiciones climáticas estables, condiciones de seguridad, facilidades de tránsito y parqueo; como en un centro comercial. Para nosotros era más fácil hacerlo en un centro comercial; pero decidimos hacerlo en el centro histórico para desarrollar ciudad; para eso son los centros históricos de las ciudades', dijo.
Y no está equivocado. A través de estos eventos de impacto se crea ciudad, se desarrolla la misma en torno a estas iniciativas que disponen y hacen útiles estos espacios tradicionales, y los ponen al servicio de la comunidad, en un entorno mágico y lleno de mística la cual facilita el acceso al arte en general: a la música, a las letras, a la pintura, al cine, etc.
Todas las obras y espacios arquitectónicos de acuerdo con Walter Benjamín tienen su 'aura'; así las cosas, el centro histórico de Valledupar con su aura logró cautivar, en tiempo y espacio, a los visitantes que se deleitaron con las estrechas calles atiborradas de adoquines, con el arcoíris de las trinitarias multicolores, con el mítico palo de mango y con toda la idiosincrasia y la historia contenida en las áreas contiguas a la Plaza Alfonso López, adornada con su inefable monumento a la Revolución en Marcha.
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Con terquedad insiste que la ciudad aún es un territorio virgen para muchas iniciativas culturales de impacto. Si bien la feria se hace cada año, es consciente que hay que realizar eventos intermedios que sean preparatorios y que mantengan a la gente dinámica, en la movida cultural.
Baja su cabeza, su cabello blanco parece brillar con las luces blancas que reverberan en él y vuelve a decir con ahínco: 'hay que desarrollar ciudad; si bien la primera feria del libro se hizo en el centro histórico, la segunda se mantendrá ahí, pero habrá extensiones, unas especies de satélites en la ciudad, donde haya eventos regados, para que todo el territorio de Valledupar pueda movilizarse en torno a la feria', afirma.
Entre los muchos obstáculos que naturalmente iba a tener la realización de un evento inédito como este, surgió de forma lógica el tema del dinero. Las alianzas y los convenios no lograban consumarse cuando el equipo organizador liderado por Quintero y Marín debió tomar la decisión apresurada de comprar los tiquetes de avión (que estaban costosos por la temporada de vacaciones) de varios escritores invitados, sabiendo que aún estaba por cuadrarse la logística del hospedaje para los mismos y, que además, otras diligencias menores estaban aún sin hacerse.
Así, sin tener ni siquiera donde poner a dormir a los protagonistas de esta odisea vallenata, inició la cuenta regresiva de la feria que se confirmaba con la cifra explosiva que habían costado los boletos de avión a última hora. Cuando tuvieron todos los pasajes comprados dijo para todos con entusiasmo furibundo: 'tenemos feria del libro'. El resto podría solucionarse en la marcha.
Luego de una pausa en la conversación, como queriendo buscar en su memoria todos los recuerdos importantes de todos esos años de organización, gestión y disposición personal para dicha empresa, reflexiona y esboza con un tono entre la decepción y la no sorpresa: 'lamento a pesar de que se intentaba ambiciosamente hacer ciudad, hacer región, la escasa participación del sector público de nuestro terruño, no alcanzó a financiar ni una décima del costo del multievento'.
Claro, es apenas natural: los gobernantes que tenemos en su mayoría nunca tuvieron acceso al arte, a la cultura, a pesar de tener privilegios en su proceso de formación profesional; o si lo tuvieron no reconocieron la importancia: por ese motivo considero que a nuestros gobernantes poco o nada les interesa ese ámbito: no leen, no se ven una película, no van a teatro, no asisten a nada que no sea parrandas.
Su visión estuvo clara desde el comienzo: organizar el segundo evento en importancia nacional e internacional desde el ámbito cultural en la ciudad, después del Festival de la Leyenda Vallenata.
*Por Andrés Cuadro
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Además de todo el trabajo realizado de manera personal, de sus viajes y reuniones aquí y allá, Juan Carlos Quintero, el hombre detrás de la primera feria del libro, tuvo que poner dinero de su patrimonio para que esta pudiera darse. Es un evento que costó varios cientos de millones de pesos y donde el dinero estaba más resbaloso que un pescado enjabonado.
A última hora, cuando ya vieron que el evento era una realidad varias entidades quisieron sumarse, entre esas el Ministerio de Cultura. El apoyo llegó de forma tardía, pero llegó. Pareció confirmarse aquella popular frase que dice que Dios tarda pero no olvida.
Afortunadamente el público respondió de la forma en como se esperaba, pero no como esperaban dentro del equipo organizador. Si bien había un ambiente de escepticismo general en cuanto a las expectativas del evento, la realidad demostró que se quedaron cortos.
Juan Carlos reconoce haciendo un ejercicio de autocrítica que al equipo organizador 'nos faltó hacer más eventos en la Plaza Alfonso López: hubiéramos tenido siempre eventos musicales en la tarima, eventos de poesía, de declamación; no lo hicimos puesto que teníamos el temor que la gente no fuese ni siquiera a los auditorios' indicaba impotente, pero motivado para la segunda edición, porque sabe que la primera fue un éxito arrollador. Algunos dicen que el piloto de la feria parecía en su sexta edición.
El protagonista de la feria fue el público. Las personas cuestionaban, indagaban, en algunos momentos fue polémico. La gente preguntando todo el tiempo sorprendió a la mayoría de los escritores que asistieron. Carolina Sanín, por ejemplo, quedó tan sorprendida que le recordó a Juan Carlos la condición parlanchina de los vallenatos, casi un mes después de la Felva.
Cuando se vieron en otro evento en Bogotá: la cachaca no creía que en Valledupar la gente fuera tan habladora, preguntona, increpante. Acá el que no canta o toca acordeón, es un charlatán de tiempo completo. Parafraseando y alterando un poco lo que diría el escritor César González: en Valledupar todos podemos y queremos ser leyendas.




















