Aunque muchas personas asocian el paso del tiempo con una mayor estabilidad emocional, diversos estudios sugieren que la felicidad no sigue una línea ascendente constante.
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Según una investigación del National Bureau of Economic Research, el bienestar subjetivo comienza a disminuir desde los 18 años y alcanza uno de sus puntos más bajos alrededor de los 47.
Durante esta etapa, que suele ubicarse en plena adultez, el bienestar puede caer entre un 5 % y un 10 %, según estimaciones del estudio. A diferencia de los estigmas que rodean a la adolescencia o la vejez, este periodo intermedio suele ser una “zona gris” poco visible, marcada por múltiples tensiones como la presión laboral, responsabilidades familiares, dudas existenciales, entre otras.

Aunque socialmente se considera que estos años representan el apogeo de la vida adulta, también pueden ocultar un desgaste emocional silencioso. Lo interesante, sin embargo, es que esta caída en la felicidad no es permanente.
A partir de los 50 años, muchos reportan un aumento progresivo en su bienestar, y al llegar a los 60, una sensación renovada de paz, sabiduría y satisfacción. Este cambio se atribuye, en gran parte, a una reevaluación de las prioridades vitales.
Con los años, las personas suelen volverse más comprensivas consigo mismas, disminuyen las autoexigencias y adoptan una perspectiva más serena de la vida. Este fenómeno no es exclusivo de una cultura o región.
“La caída en la felicidad no se debe únicamente al estrés externo, sino también a una transformación interna”, aseveraron los investigadores.

El patrón se ha observado en distintos contextos socioculturales y económicos, desde América y Europa hasta Asia, lo que refuerza la solidez del hallazgo. A pesar de las variaciones individuales, se ha identificado un denominador común como lo es la inteligencia emocional que tiende a fortalecerse con la edad, lo que ayuda a enfrentar los desafíos con mayor resiliencia.