El Heraldo
Paredilla del colegio Evaristo Sourdis por la que se trepan algunos jóvenes del sector, marcada por los K-3. Rafael Polo
Judicial

“Hey, profe, usted es de allá o es de acá”: amenaza a docente

Las barreras invisibles afectan a estudiantes y maestros de algunos colegios en Barranquilla. El tema de infraestructura también perjudica a las instituciones en materia de seguridad.

Una pared deteriorada divide la cancha de arena La Bombonera y el colegio Evaristo Sourdis en el barrio Los Olivos. En la parte de afuera, la paredilla mediana sirve de escalón para que algunos jóvenes del sector se suban a “molestar a alumnos y profesores”, y a su lado, en un muro amarillo, los símbolos ‘K-3 BSK’ determinan que el lugar es “reclamado” por una pandilla de la zona. “Como publiques esa foto hacemos todo para subirnos, hijue...”, le gritaron ayer dos adolescentes enjutos, desde la parte de atrás de uno de los árboles que rodean el terreno, al reportero gráfico de EL HERALDO.

Adentro, los alumnos están regados en los tres pisos del plantel educativo. A unos ya los han atacado, como al estudiante de 12 años que el viernes pasado recibió un puño en el rostro por negarse a darle 200 pesos a uno de los “coleticos” que consume en la cancha. “El problema se presenta más en la jornada de la tarde. Cuando baja el sol ellos se suben en la paredilla a molestar. Lanzan bolsas llenas de arena, orín y hasta animales muertos. De hecho, desde hace tres años no tenemos psicorientadora porque en un acto cívico ella los enfrentó y la amenazaron. Le tocó irse y la Secretaría de Educación no ha mandado otra”, dice Crisanto Gutiérrez, profesor de filosofía de la institución.

Para él, la problemática de inseguridad radica en que la pared que encierra el colegio está semidestruida. “Todo empieza por ahí, porque ellos hasta se vuelan y entran al colegio. Hemos enviado un sinnúmero de cartas a la Secretaría de Educación para que nos ayuden a mejorar el muro, que está así desde hace dos años. La anterior Secretaria vino y puso un vigilante, pero él solo cuidó dos días y después no volvió”.

En el Evaristo Sourdis no hay celadores, este servicio lo presta un vecino que cuida sin ningún elemento de seguridad. “Él está pendiente aquí, pero no tiene ningún implemento para cumplir con su trabajo. Lo otro que nos preocupa es que tenemos una subestación de Policía cerca, pero aquí no aportan. Los años anteriores han venido una o dos veces y de ahí no lo hacen más. No realizan patrullaje ni vigilan en las horas ‘pico’, y cuando los llamamos no se presentan, como el viernes del altercado, que no llegó nadie”.

El colegio no hace parte de las cuarenta instituciones priorizadas por el Distrito en cuanto a seguridad. “Aquí no entregaron avanteles y eso que estamos en un sector peligroso”, agregan los docentes.

“A los alumnos y a los profesores de la tarde les piden dinero cuando llegan. Ellos les dan plata para que no los molesten, y los estudiantes les pasan lo que les piden, incluso algunos les dan sus meriendas con tal de evitar problemas”.

En el Ferry

Lilian Jiménez trabaja en el colegio Luis Carlos Galán Sarmiento (sede 3) hace 18 años, y desde que llegó a la institución evidencia el problema de los alumnos por las fronteras invisibles. “En los años anteriores, cuando los alumnos terminaban primaria e iban a pasar al bachillerato en la sede de La Luz, había muchos inconvenientes porque sus familias no pueden cruzar. Nosotros mismos como docentes también tenemos temor de ir a las otras sedes”, agrega la maestra.

En la institución hay sospechas de microtráfico por el comportamiento que muestran algunos de los estudiantes. “Venimos haciendo seguimiento a unos muchachos en particular porque su actuar no es normal, también tenemos registro de que algunos jóvenes de sexto y séptimo traen navajas y se ponen alias, imitando a los líderes de los grupos que han escuchado, para infundir terror en sus compañeros”, denuncia Jiménez.

No obstante, el colegio, que tiene 537 estudiantes de los grados preescolar hasta séptimo –cursos de bachillerato que se institucionalizaron por la evidente problemática–, hace parte de las instituciones priorizadas por el Distrito con el programa de entornos seguros, lo que ha “mejorado la calidad de la seguridad en el sector”.

“Aquí sí contamos con la vigilancia de la Policía, sin embargo, en la sede de La Luz la inseguridad es un agravante para los profesores. Allá varias compañeras han sido víctimas de atracos y se han presentado enfrentamientos entre los grupos del barrio, afectando a los alumnos. Afuera hay una cancha que se presta para el consumo de droga”.

Jiménez señala que el temor no desaparece, y aunque en El Ferry la comunidad es consciente del beneficio que significa el colegio, en La Luz todo es más difícil. “En la sede 1 hay miles de problemas porque está el bachillerato completo. Un día que llegaba a ese colegio un joven me preguntó: ‘¿Profe, usted es de allá o es de acá?’, le dije que de La Luz, porque ahí vivo, pero ellos saben que trabajo en El Ferry, entonces me respondió que no todo el tiempo iba a estar él por ahí. Desde ese día trato de no ir mucho a esa sede”.

“Hasta el momento está controlada la situación de los niños que aumentan de curso y pasan al bachillerato, sin embargo, cuando los que hoy están en séptimo terminen el año escolar y deban seguir a octavo, ¿qué va a pasar? Esperamos que la Administración nos ayude a seguir aumentando los cursos en este mismo plantel”, pide.

“No callar”

José Ignacio Jiménez, presidente de Adeba, insiste en las denuncias que han hecho algunos de los profesores pertenecientes al sindicato y que hoy evaden afirmando “que todo está bien”. “Esta es una de las problemáticas más graves que tenemos, que a las partes administrativas de algunos colegios les da miedo denunciar, nosotros no nos estamos inventando estas situaciones, la inseguridad es un hecho. Pedimos a la Secretaría de Educación que invite a las juntas no solo a los rectores sino a los profesores, que son los que viven directamente la problemática. No podemos quedarnos callados”, afirma el presidente de Adeba.

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