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Jesús Rico
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La fotografía análoga, un arte que aún se dispara

El embate tecnológico  del Siglo XXI revolucionó el campo de la fotografía. La mayoría migró a lo digital, mientras que unos pocos trabajan procesos manuales por encargos. 

Una caja de fósforos no es más que un empaque. Esa misma caja con un orificio hecho por un alfiler podría convertirse en una cámara. 

La respuesta es más simple de lo que parece. La cámara es un cuarto oscuro al que le entra una cantidad mínima de luz por una abertura y la imagen del exterior se proyecta en la pared opuesta de ese cuarto. Basta solo papel fotográfico para eternizar un instante. 

Este sencillo dispositivo para capturar imágenes sin lente tiene el nombre de cámara estenopéica. 

 En medio de la revolución de los teléfonos celulares, las tecnologías y las cámaras digitales, un habitante de Puerto Colombia se dedica a tomar fotografías con este y otros métodos analógicos. 

Juan Camilo Segura confirma ese dicho difundido en el gremio de la fotografía: “lo más importante no es la cámara, sino quien está detrás de ella”.

Su casa es su hogar y su trabajo. Un lugar con una decoración excéntrica y  un penetrante olor a químicos, los mismos que usa para revelar sus creaciones fotográficas. 

Cuando observa los negativos la sala adquiere un tono carmín por un pequeño bombillo infrarrojo ubicado al costado de una gran mesa sobre la que reposa su trabajo.

Segura es, posiblemente, el único fotógrafo en la ciudad que aún vive de la fotografía análoga, pues la mayoría de sus colegas hace muchos años migraron a lo digital.

Eder Torres, un fotógrafo con 35 años de experiencia que toma fotos con rollo por pedidos especiales. Jesús Rico

“Exploro diferentes formas de fotografía análoga con técnicas como el cianotipo, las fotografías efímeras con pigmentos de remolacha o de espinaca”. Esta última técnica, explica, se hace con jugos muy saturados que luego en el papel se desaparecen poco a poco por ser sensibles a la luz. 

Segura es un bogotano que se vino para el Atlántico hace 18 años huyéndole  a la agitada vida capitalina. Se estableció en Puerto porque como el mismo lo dice quiere estar cerca del mar “como todo cachaco”. 

“Desde mi balcón puedo escuchar el sonido de las olas. Esto me causa mucha tranquilidad. Viví en Barranquilla, pero también decidí partir porque hoy es como Bogotá hace 18 años”, dijo. 

Su proyecto lo define como un arte. Sus obras son comercializadas a editoriales a quienes también les hace trabajos por encargos y otros proyectos no convencionales. 

“Preferí el arreglo”

 No hay en el gremio de la fotografía alguien que no conozca a Víctor Torres, un técnico de cámaras fotográficas que cuenta con un  pequeño local en el centro.  

Tiene alma de fotógrafo, un oficio que fue su profesión desde 1970 hasta que decidió retirarse por el embate tecnológico cerca de los 90.

“Entré en este oficio cuando las fotos aún eran a blanco y negro. En el 74 la fotografía empezó a salir a color y tocaba revelar en Bogotá porque aquí no existían esos  laboratorios. Era una época muy buena  porque el fotógrafo era una persona importante. La tecnología cambio muchas cosas, mejoró unas y acabó otras.  Ahora la fotografía es inmediata, la gente la toma y  enseguida las monta en las redes. Antes la gente no tenía la cámara, ese poder lo teníamos los fotógrafos”, manifestó. 

Materiales escasos

  Marco Molinares es otro de los fotógrafos formados en los 70. Para él uno de los grandes obstáculos que enfrenta quien quiere practicar la fotografía análoga en la actualidad es la consecución de los insumos. 

“Conseguir los papeles y químicos no es fácil”, dice Marco, pues el valor de cada rollo asciende a los 15 mil pesos y le toca pedirlos a colegas en Bogotá. 

“La época de la fotografía análoga fue mágica. Ver aparecer en un papel en blanco una imagen a medida que se agitaba dentro de un líquido era como ver aparecer un conejo dentro de un sombrero. Uno ponía  un negativo en la ampliadora y proyectaba la imagen en la base, cuadraba su ubicación la apagaba y ponía el papel fotográfico, manteniéndolo un tiempo debajo de la luz. El papel no tenía ninguna imagen, esta salía al introducirlo en el revelador. Cuando la imagen ya estaba revelada pasábamos al químico detenedor y luego sí al fijador. Así se capturaba una fotografía”, explicó.

Eder Torres tiene 35 años trabajando como fotógrafo. Recuerda cuando revelaba en un laboratorio llamado Foto Leo, ubicado en la calle 30 y “le sacaba 35 fotos a un rollo”. 

Para él la rentabilidad del negocio ha cambiado puesto que en la actualidad las personas no quieren comprar muchas fotos.

Juan Camilo Segura se dedica a la fotografía artística con procedimientos análogos. Jesús Rico

“Te contratan en un bautizo para dos fotos, una cuando le estén echando el agua al niño y otra cuando el padre da la bendición, nada más”, contó. 

El grueso de las fotografías de Torres las hace a través de las cámaras digitales, sin embargo, algunos clientes, en ocasiones, lo buscan para tomar fotografías de rollos como pedidos especiales. 

“Las fotos tomadas en rollo son esporádicas, a veces para trabajos artísticos o por pedidos. Me tocó pasarme a lo digital para sobrevivir en este negocio, pero si me lo preguntan, el antes de la fotografía fueron años dorados”.

Mientras tanto, en Pradomar, Juan Camilo Segura montaba y desmontaba su laboratorio, según sus necesidades. Algunas veces debe usar la mesa para comer y otras para revelar sus imágenes, unas cotidianas, otras extrañas y surreales. 

Con orgullo muestra una reliquia, su cámara Linhof que todavía utiliza de vez en cuando para tomar fotografías, pero con mucho cuidado.

Pegada en la nevera tiene la imagen de Santa Lucía, que, según él, es “la patrona de los fotógrafos”. De sus paredes sobresalen unas 10 fotos de máscaras de animales hechas por artesanos de Galapa. 

Cerca de las máscaras cuelgan de una cuerda varios negativos que congelan paisajes, objetos y una mujer sonriente. 

“Para mí la fotografía es más que un arte. Es la prolongación de los mejores instantes”, dijo con nostalgia. Acercándose a su pequeño balcón sostuvo con sus dos manos una foto que vio con la luz que venía de afuera. Sabe como nadie lo que le costó capturar esa imagen y esa, en tiempos digitales, es su mayor satisfacción.

Víctor Torres arregla todo tipo de cámaras en un local ubicado cerca al Paseo Bolívar. Jesús Rico
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