La muerte de una mascota suele dejar un vacío difícil de explicar. Aunque para millones de personas esos animales son parte de la familia, su ausencia todavía no se reconoce socialmente con la misma legitimidad que la pérdida de un ser humano. A esa falta de comprensión se enfrentan muchos dolientes que, además del duelo, deben cargar con la idea de que su tristeza “no es para tanto”.
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Ese es el punto de partida de Tu huella en mi vida, el nuevo libro de la tanatóloga mexicana Gaby Pérez Islas, quien decidió dedicar una obra completa a este tema al notar que el material disponible era escaso y en su mayoría dirigido a niños.
“Tenía que ser yo, tenía que ser mi voz la que hablara de este tema”, explica la autora. En su trabajo con pacientes, observó la fuerza del vínculo entre ellos y sus animales y las barreras que enfrentan incluso en momentos críticos.
“Me doy cuenta de que este vínculo es tan estrecho que cuando una persona está hospitalizada no dejan entrar a las mascotas por el tema de la higiene y se experimenta dolor”, comenta, y añade que también ha visto cómo en casa la familia puede impedir ese último encuentro por ideas de higiene o comodidad. Para ella, es claro que la compañía de un animal querido es parte esencial del bienestar emocional.
Dolor invalidado
Pérez Islas insiste en que la sociedad sigue negando este tipo de duelo por una razón simple.
“Competimos. Nos sentimos muy amenazados de que alguien pueda querer más a su perro o a su gato que a un familiar”.
Sin embargo, considera que no se trata de comparar afectos ni de medir cuál es “más válido”.
“Si el amor es real, el dolor es real al perderlos”, afirma. La autora recuerda que tampoco todos los duelos humanos se reconocen con la misma empatía pues la pérdida de un embarazo o un divorcio, por ejemplo, suelen enfrentarse con frases que desestiman el impacto emocional.
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Bajo esa lógica, la muerte de un animal de compañía termina relegada a la categoría de “tristeza pasajera”, cuando en realidad puede desbaratar rutinas, silencios y vínculos.
En el libro, la tanatóloga ofrece herramientas prácticas para acompañar ese proceso. Parte de la premisa de que cerrarse al dolor solo lo prolonga. “El peor error en el duelo es cerrarme. Yo quiero que pienses y sientas lo que te pasó, que llores lo que tienes que llorar”, explica.
Además, desmonta la idea de que evitar volver a tener una mascota nos “protege” de sufrir otra vez. Para ilustrarlo, compara ese instinto de huida con la vida en pandemia: “Hay que entender que el precio del amor es el dolor de la ausencia, y se paga”.

Distintas miradas
El proceso de escritura de Tu huella en mi vida fue, según cuenta, un camino que la sorprendió por la falta de referentes. “Mi sorpresa enorme fue que no había literatura sobre el tema”, recuerda.
La poca información existente se movía entre testimonios personales, textos veterinarios o materiales infantiles. Ante ese panorama, decidió construir un libro que integrara tres frentes: su experiencia como tanatóloga, una investigación amplia sobre el comportamiento emocional de animales y humanos ante la pérdida, y una serie de testimonios de dolientes.
El resultado es una obra que combina esas miradas. La autora incluyó pequeñas cápsulas informativas sobre rituales de muerte en distintas especies, desde hormigas hasta elefantes.
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“Descubrí cosas maravillosas que quería compartir porque no podía quedármelas sola”, explica. También reunió historias de lectores y pacientes que habían perdido a sus mascotas, incluidas fotografías, lo que convirtió este libro en el primero de su carrera con imágenes.
En el tramo final comparte un episodio personal: la separación de su perro, un San Bernardo geriátrico que, por razones de salud y edad, no pudo acompañarla en su reciente mudanza a España. “Me vulneré y abro esta historia en la que abro mi corazón”, dice.
Además, el libro recibió un gesto simbólico que para ella se volvió significativo. La fundación Elizabeth Kübler-Ross cedió una fotografía en la que aparece la reconocida tanatóloga con su propio perro, también un San Bernardo.
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