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'Vivir aquí es vivir como reyes'. Así respondió Aníbal Bastidas cuando le preguntaron qué tal es vivir en el tajamar de Bocas de Ceniza. Y tiene razón. Llegar a ese lugar, uno de los más representativos de Barranquilla, es alejarse por un momento del bullicio y el caos de la ciudad para sumergirse en la magia de la naturaleza.

La casa de Aníbal tal vez es una de las más organizadas. Al pasar por allí, llama la atención el olor a leña que sale del pequeño rancho, y es inevitable no sentir curiosidad por entrar a conocerla. Tiene dos niveles. En el primero, está la cocina, donde resalta un fogón de leña y estantes donde reposan algunos vasos y otros utensilios de cocina.

En ese momento, en un caldero estaba fritando unas lisas que acababa de pescar del lado del mar, y en otro, tajadas de guineo verde. Ese sería el almuerzo de él y su compañero que desde tempranas horas en la mañana comenzaron la labor de pesca frente al rancho.

El sonido de las olas del mar golpeando las enormes rocas, la brisa que por estos días arremete con fuerza y el sol inclemente durante el día son la compañía que tienen los pescadores que pasan la mayoría de sus días en las pequeñas casas construidas con tablas y plástico a cada lado del tajamar.

La tranquilidad de los lugareños se ve interrumpida por los cientos de turistas que llegan a visitar este lugar durante los primeros días del año, provenientes en su mayoría del interior del país.

Para ellos, el mar lo es todo. De allí obtienen trabajo y alimentos, lo suficiente para ellos sostener a sus familias, que viven en diferentes sectores de Barranquilla, y ser felices. Han podido darle estudios a sus hijos y estabilidad a sus hogares gracias a la actividad pesquera.

Algunos de los pescadores llevan toda una vida viviendo en ese lugar, como es el caso de Guillermo Blanco Freite, quien en el año 1968 llegó al tajamar para quedarse 'hasta el final de mis días'. En ese entonces tenía escasos 17 años. Por temporadas trabajaba en talleres de latonería y reparación de carros, pero siempre volvía al tajamar, porque la pesca es una actividad de la que en cualquier época del año obtiene ganancias y que siempre ha disfrutado hacer.

En su casa de tabla, adornada en un costado por una palmera, y en una de sus ventanas por un cartel que avisa que allí venden cometas y anzuelos, una de las principales materias primas para desarrollar la labor de pesca en el lugar, Guillermo recordó que una de sus pocas malas vivencias en el tajamar ocurrió en 1982, cuando un fuerte viento arrasó con los ranchos que habían levantado los pescadores para vivir.

'Estos ranchos que están aquí son nuevos. Ese año tuvimos que correr con los ‘motetes’ en sacos. Doy gracias que a quienes vinieron después no les ha sucedido lo que nos tocó vivir a los pescadores viejos', contó. Hay 20 casas aproximadamente y las labores de pesca las realizan 135 pescadores.

En Bocas de Ceniza, los pescadores sacan a diario especies de peces como el chivo, jurel, lisa, sábalo, robalo, pargo e incluso el mero, aunque está en vía de extinción.

Casi llegando al final del tajamar está el rancho de Julio Núñez, donde hay espacio para tres hamacas con vista directa al mar, y a espaldas del río Magdalena.

El momposino de 73 años llegó a Barranquilla cuando tenía 19. Trabajó durante años en varios concesionarios de la ciudad y en sus ratos libres, iba a Bocas de Ceniza a pescar. Se enamoró tanto del lugar y de la pesca, que en 1988 se mudó a la playa de Puerto Mocho, e hizo de la pesca su labor principal. Recuerda que cuando llegó le impresionaba ver tiburones que llegaban a comer en la punta del tajamar y que 'llegaban como 10, y si llegaban bastantes era porque había buena carnada ahí'.

Bajo la luz del sol o de la luna, los pescadores realizan su faena diaria. Para ello, utilizan fondos, atarrayas, y lo más novedoso es la pesca con cometas. Lo hacen poniendo carnadas de peces pequeños, camarones o pedazos de pescado en los anzuelos.

Los huracanes son el único motivo que los obliga a salir por el peligro que representan para sus vidas, sin embargo, todos vuelven a la tranquilidad que les da vivir sobre el tajamar.