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El anuncio de Corea del Norte de retornar los cuerpos de los soldados estadounidenses que cayeron en combate entre 1950 y 1953 por la Guerra de Corea generó como reacción en Colombia la solicitud del Presidente de la República, Juan Manuel Santos, de que los 60 cuerpos colombianos sean devueltos a su país.

'Pediré que se adelante la gestión para que sus cuerpos sean enviados al país y que sus familiares puedan despedir a estos héroes', anunció el mandatario saliente, quien recordó la guerra de Corea como un 'hecho doloroso' para la Nación.

El enfrentamiento bélico se originó el 25 de junio de 1950, cuando las Fuerzas Armadas de Corea del Norte cruzaron el paralelo 38 y atacaron en Corea del Sur. Este hecho provocó que Estados Unidos pidiera a las Naciones Unidas apoyo para Surcorea.

Tras su aprobación, 20 naciones, incluida Colombia, se aliaron con EE.UU para repeler la invasión dirigida por el Gobierno del General Kim II Sung.

Tres años después de los enfrentamientos, Corea del Norte y el país norteamericano firmaron el acuerdo del armisticio, precisamente el 27 de julio de 1953. Por parte de Colombia, se dispuso de un Batallón de Infantería y tres fragatas en el que participaron 4.314 soldados, 213 fallecieron y 438 resultaron heridos en acción, según se detalla en el monumento de la Brigada de Institutos Militares, con sede en Bogotá.

De acuerdo con cifras de la Presidencia, 60 cuerpos colombianos desaparecieron. Y seis décadas y media después, las secuelas de la guerra siguen causando sensibilidad entre quienes sobrevivieron a ella y los familiares de las víctimas, quienes guardan la esperanza de recibir los restos tras el anuncio del pasado viernes de Juan Manuel Santos.

Mientras tanto, en la calle 68 con carrera 50, del barrio El Prado, de Barranquilla, habita Luis Guillermo Peláez Isaza, un finquero de 98 años que seis décadas atrás ofició como Teniente del Batallón Colombia en el enfrentamiento.

El avance del tiempo, si bien pudo hacer mella en el rostro de Peláez, no afectó su memoria y mucho menos lo hizo olvidar de los siete días que tardó viajando en el barco ‘Victory’ con otros 1.400 hombres colombianos enviados en la primera tropa desde su país, haciendo escala en Hawái (Estados Unidos) y Busan (Corea del Sur), donde defendió el campo ‘Old Baldy’.

'Entrando al puerto de Busan, donde nos preparamos para el combate, nos encontramos con frases como ‘entre más sudor menos sangre’ y ‘soldado prevenido no muere en combate’, que no estaban alejadas a la realidad que nos rodeaba', manifiesta el veterano de la guerra mientras se movía impacientemente en su mecedora de mimbre.

Un muerto viviente

Luis Guillermo tampoco olvida la cantidad de muertos, el hambre, el frío, el barro, el olor a muerte y la pólvora. Además del trato fuerte de los oficiales para mantenerlos en guardia, teniendo en cuenta que al frente tenían a sus contrincantes de Corea del Norte, China y la Unión Soviética. 'Eran 150 mil hombres de tropa con armamento de largo alcance', dice.

En su asiento, Luis Guillermo acomoda su postura para seguir contando anécdotas que el paso del tiempo le permite contar, mientras intenta compartir otras que no les son de fácil recordación, como cuando sus 10 nietos se acercan a él para pedirle que cuente una y otra vez sus experiencias en combates.

Entonces trae a colación la vez que, en el momento álgido de los enfrentamientos, lo declararon como muerto cuando no respondía los llamados que los superiores le hacían con insistencia desde la base, tras un combate.

'En uno de esos combates a las 2:00 de la madrugada me dañaron la radio de pila que llevaba en la espalda, tras ser impactado por un tiro de fusil. No pude tener comunicación con las tropas mías y me declararon como muerto, rotando la noticia por los medios de comunicación colombianos', relata el teniente en ese entonces, quien agrega que al día siguiente se reportó, desestimando así la primera versión.

Cuenta que era consciente que la muerte lo acompañaba a su lado constantemente, mientras estuviese metido en los campos de batalla. Los aviones de combate que los apoyaban disparaban al rival, pero las vainillas alcanzaban a caer sobre ellos sin causarle daños por los cascos que portaban.

'Los chinos atacaban con bombas, cuyas armas parecían bastones que boleaban. Uno de esos cayó detrás de nosotros y me alcanzó a herir en la espalda, boté mucha sangre y me tuvieron que sacar', describe.

Peláez Isaza agrega que caminaba entre cadáveres, los cuales no podía ni siquiera tocar porque podían explotar. 'No se podían dejar los cuerpos allí, ya que se corría el peligro que estallara debido a que los chinos acostumbraban a meterle bomba a los cadáveres. Yo acostumbraba a arrastrarlos con una cuerda y otro compañero los sacaba gateando, pero había que hacerlo como sea', explica y concluye con una risa tímida.

Curiosidades

De acuerdo con Luis Guillermo, las guitarras y las flautas eran muy utilizadas en medio de la guerra, durante las batallas y en los días de descanso. El instrumento de cuerda era interpretado por los soldados amenizando reuniones festivas con ritmos de Boyacá. Mientras que el segundo instrumento era usado para emitir sonidos que despistaran al contrincante.

El oriundo de San Roque (Antioquia) sostiene que descansaban una vez cada trimestre, por lo que salían a Tokyo (Japón), pero sin herramientas de comunicaciones que le permitieran al enemigo interceptar llamadas.

Tras el final de la guerra, el teniente regresó a Colombia con la intención de retirarse de los servicios militares. Quiso dedicarse a su familia e intentar olvidar lo vivido en territorio coreano. Su entorno más cercano 'desapareció cualquier rastro que podía quedar de eso, como algún retrato, uniformes o piezas de la indumentaria que utilicé allá', manifiesta.

Ahora, está radicado en una casona tradicional del barrio El Prado, cuyo patio está adornado con vegetación que se asemeja a su finca en Codazzi (Cesar), donde tiene siembra de algodón y crías de ganado que visita de vez en cuando.

Y sobre la posibilidad de repatriar los cuerpos, Luis Guillermo Peláez señala que sería muy bueno que se diera, aunque el proceso de identificación de los cuerpos es lo más complejo por el paso del tiempo. 'Cada uno de nosotros teníamos un collar con la identificación, en el que había un número de matrícula y el tipo de sangre'.

'Me aumenté tres años por ir a la guerra'

En la carrera 57 con 85 está residenciado otro sobreviviente de la guerra de Corea de los 13 que quedan en el Atlántico. Su nombre es Álvaro Segundo Munárriz Bula, quizás uno de los más jóvenes que asistió a los enfrentamientos en el Batallón Colombia, debido a que 'me aumenté tres años para poder ir a la guerra'.

'Yo tenía exactamente 17 años cumplidos. En aquella época, el mayor de edad era de 21 y con 17 no me iban a aceptar en el Batallón. Pero como en ese tiempo no existía el registro civil ni cédula, dije que había nacido en 1932. Una completa locura', destaca el hombre mientras se sonroja.

Álvaro Segundo estuvo en el último año antes de que se firmara el acuerdo del armisticio. Y todos esos recuerdos los inmortalizó en un libro de 26 páginas que tituló ‘Corea y antecedentes de la guerra’, apoyado por el comando de la Base Naval A.R.C. Barranquilla, según consta en la introducción.

En el texto destaca que el clima 'es muy severo, frío en el invierno, muy caliente en el verano y un régimen de lluvia muy variable. En la parte norte el invierno es más largo y frío. El otoño y la primavera son las estaciones más agradables, especialmente en la parte sur (donde batalló durante 12 meses)', escribió Munárriz.

Reconoce que su memoria ya no le da para recordar con detalle las experiencias que tuvo en el conflicto y, previniendo elolvido que lo iba a invadir con el pasar del tiempo, en ese libro las dejó. Cada que uno de sus siete nietos le pide recordar una anécdota, hace uso de su texto empastado para relatar pormenores.

En uno de esos relatos, trajo a su memoria una de esas batallas en las que participó como comandante de la tercera pieza de la Compañía de Armas Pesadas, en el que los disparos pasaban a centímetros de su integridad. 'Se sentían las ráfagas, pasaban los misiles muy cerca de los cuerpos', reitera.

Munárriz detiene su relato y pide parar la entrevista con EL HERALDO porque los recuerdos le provocan alta sensibilidad. Sin embargo, uno de sus nietos le lleva hasta sus piernas el casco verde de acero que utilizó en aquella guerra y su reacción es un silencio profundo que intercambia con sollozos. 'No…', expresa y se tapa la cara con ambas manos.

Regreso fallido

Hace tres años, Álvaro Segundo vio 'de cerca a la muerte' como hace 65 años cuando estaba batallando entre las colinas. Pero esta vez fue entre las paredes de su hogar, al sufrir un infarto que, por fortuna, no pasó a mayores.

Al año siguiente, en medio de los reconocimientos por ser excombatiente de la guerra, fue invitado por el Gobierno de Corea a visitar el territorio asiático. Sin embargo, su médico de confianza le sugirió no hacerlo por la misma sensibilidad y el clima frío.

'Nunca le he tenido miedo a la muerte, soy consciente de que todos vamos a morir', sostiene con seguridad.

Al regresar a Colombia, tras la guerra, siguió estudiando en la Escuela Naval de Cadetes y se formó como economista. Ahora descansa en casa al lado de Ivonne Chagüi, con quien tiene 59 años de casado, tres hijos y siete nietos.

Ante el caso de los cuerpos desaparecidos de colombianos en Corea, Munárriz admite que desconoce el número de soldados en esta situación, pero se alegra por la posibilidad de traerlos. 'Sí es posible repatriarlos', admite.