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En un pequeño local de la calle conocida como ‘la vieja Bocas de Ceniza’, en San Roque, Fredy Peralta entona una canción de Los Diablitos mientras atiende su negocio. 'No sé quién perderá, no sé, el tiempo lo dirá, amor, no sé quién perderá, no sé si tú, no sé si yo…', canta, al tiempo que lija un inodoro blanco rajado, curado con estuco, con apariencia de haber librado ‘mil batallas’.

'Aquí llegan en distintas condiciones. Uno los repara, los pule, desinfecta y quedan como nuevos, listos para la venta', agrega el hombre nacido en Corozal, Sucre, hace 47 años.

Llegó a Barranquilla hace 17 abriles y desde entonces abrió las puertas de La Oportunidad, su negocio de compra y venta de inodoros y baterías sanitarias nuevas y usadas. 'Yo trabajo aquí con otro muchacho, pero me gusta hacer todo a mí –lavo, desinfecto, reparo– porque es la garantía de que voy a entregar un producto de calidad'.

Los Diablitos siguen de fondo con su tema Quién perderá. El sonido sale de un minicomponente azul con gris, acomodado en la misma repisa de madera en la que hay arrumados decenas de inodoros de diversos colores, tamaños y formas. Casi todos tuvieron ya una vida útil, pero hoy esperan ‘reencarnar’ en otros baños.

Con tapabocas y guantes, Fredy se sienta en un bordillo a preparar un inodoro que ya tiene encargado. Se pone manos al lavabo y empieza a raspar el 'grueso' que está pegado en las paredes del retrete con una espátula. Son las huellas acumuladas por años de uso y él sabe muy bien de dónde provienen, pero aquí eso no cuenta, 'todo sale'.

La acera de la carrera 28 con calle 29B es una ‘galería’ al aire libre de inodoros de segunda. En el local La Bendición de Dios, Aida Luz Martínez atiende con una amplia sonrisa a todos los que llegan preguntando por uno. Ella tiene 20 años 'acomodándole' la mercancía al cliente según los requerimientos y el presupuesto. 'La gente sabe que aquí consigue los sanitarios baratos, económicos. El precio varía dependiendo de lo que la persona pida y el dinero que tenga para gastar', dice.

Los inodoros llegan a estos locales desde los edificios abandonados o de las casas 'del norte', que los cambian con regularidad. 'Nosotros casi siempre compramos al por mayor. Por ejemplo, si van a demoler un edificio y hay 20 inodoros, los recibimos. Hay otros que los desechan en buen estado, los dejan en la calle y alguien los trae'.

Los posibles compradores entran y salen, observan con detenimiento y preguntan precios. 'Aquí un inodoro puede costar desde 15 mil hasta 50 mil pesos, dependiendo del cliente, el modelo que quiera y la cantidad que vaya a llevar', explica Liliana Guerrero, una barranquillera que trabaja hace seis meses en La Bendición de Dios. 'Vendemos bastante, al detal y al por mayor'.

En la vía, el flujo de carros no se detiene. El bullicio de comerciantes y clientes es la banda sonora de una mañana soleada en la calle de San Roque en la que se venden inodoros de segunda. En el andén, de espaldas al local, está sentado Iván Castillo con un retrete entre las piernas. Los carros pasan frente a él, pero no se distrae, tiene la misión, como todos los días, de lavar los sanitarios usados que llegaron al local para luego ponerlos a la venta. Con sus manos arrugadas de color verdoso y las uñas negras de manipular el ácido nítrico sin guantes, agarra un cepillo de escoba y lo pasa con fuerza sobre las paredes de la pieza de yeso. Antes ya había rociado la superficie con el compuesto químico.

Poco a poco se desprende el sucio y el agua sale gris. Toma una esponja que flota en un balde plástico lleno de agua con jabón –del que un perro callejero llega a tomar para saciar su sed–, y continúa el procedimiento de desinfección. 'Yo tengo siete hijos: una es contadora, la otra es profesora, hay uno que trabaja en la Triple A, uno maneja un taxi, otro trabaja en una empresa, todos son profesionales', cuenta orgulloso el hombre de 68 años.

'Llegué aquí hace ocho años porque mi hermano tenía una residencia cerca, pero la quitaron. Me quedé trabajando y he levantado a mi familia', dice Castillo, quien no tiene un sueldo fijo. 'Yo gano por lo que trabaje, me llaman de aquí y de allá y me gano la liga. No ‘camello’ con una sola persona, es lo que yo haga'.

En un día, asegura, puede lavar hasta 20 sanitarios. 'Hay veces en las que no se lava nada, pero también hay unos días en los que desinfecto muchos'.

Por la ancha puerta de La Bendición de Dios entra una pareja con los cascos de la moto bajo los brazos, ambos miran alrededor y señalan. '¿Cuánto cuesta?', pregunta el hombre. Del local salen con un inodoro color beige y un lavamanos por los que no pagaron más de 70 mil pesos.

'Uno sabe que aquí el valor se ajusta al dinero que uno tiene y se va con un producto que está en buenas condiciones. Sale económico', recalca Manuel, el comprador.

En promedio, los comerciantes de inodoros usados venden cuatro diarios. 'Hay días muy buenos en los que se pueden llevar hasta ocho sanitarios', agrega Yocse Luis Colina Naranjo, un venezolano que llegó a Barranquilla en busca de un 'futuro mejor'. 'En mi país la cosa está muy dura. Eso se acabó y yo tenía que ver cómo hacía para darles comida y estudio a mis hijos, tengo cinco. Aquí me ha ido muy bien, gracias a Dios todos los días vendo y les mando plata para allá'.

Aunque en apariencia son competencia, estos comerciantes trabajan en equipo. En La Oportunidad, Fredy se encarga de la reparación de los sanitarios que necesitan la cura con estuco y 'una pintada', por eso Aida Luz le pasa los inodoros de su negocio y entre ambos se ayudan con las ventas.

El día de trabajo, que comenzó a las 7 de la mañana, termina a eso de las 6 de la tarde, cuando uno a uno recogen los inodoros del andén y los acomodan en el local para bajar las esteras. Mañana volverán a abrir, todos prestos a venderle un sanitario a un feliz comprador que podrá instalar en su baño un elemento vital al que se le dará una segunda oportunidad.