Un iceberg de trapos usados pone a prueba el olfato de un buen comprador. Brigith Quintero, una estudiante de cine de 20 años, husmea entre los pulgueros de ropa de segunda mano en busca de la última pinta del año. Con un poco –o mucha– suerte podría dar con una prenda Versace, Chanel o Dior a menos del precio de un almuerzo ‘corrientazo’.
Sobre la calle 30 entre carreras 38 y 40, en el sector conocido como Barranquillita, los cazadores de promociones encuentran maremágnum de ropa a costo de pasaje de bus. Camisetas desde $2.000, shorts a 4.000, abrigos de invierno de $7.000 y jeans de hasta $25.000. Pregunte por lo que no vea. Hay vestidos de baños, de novias, pijamas, medias y hasta sensuales babydolls, a la venta.
'Esta camiseta que llevo puesta la conseguí hace unas semanas a $3.000, pero su precio real en Internet es de $120.000', cuenta la joven cineasta, mientras se mira el pecho. Lleva una pieza original de Mr. Doodle, un artista británico reconocido por sus obras obsesivas compulsivas, hechas a punta de garabatos.
¿Cómo llegaría esa prenda a las pacas de Barranquilla? Pedro Luis Villegas, propietario de la mayoría de locales dedicados al negocio de ropa usada en el Centro, explica que hay productos cuyo origen es nacional, que vienen de las colmenas de Medellín, y otros de Estados Unidos, Miami o Canadá.
'Esto es una locura, aquí han encontrado hasta camisetas deportivas firmadas por importantes jugadores, ropa de marca Reebok, Nike, Adidas, y diseños únicos de épocas pasadas a un precio de maravilla', asegura Villegas, más conocido como Don Pedro, el dueño de Oscar de la Treinta.
Es ese el local más popular de una cuadra atiborrada de estilos vintage, noventeros, ochenteros y demás. Cómo no serlo, si su nombre es la versión barranquillera de la reconocida compañía del diseñador dominicano Óscar de la Renta.
Pero aquí la ropa no se encuentra exhibida como obra de arte, no está en vitrinas visibles y admirables al público, ni tampoco disponible en diferentes tallas. Hay que rebuscar entre harapos revueltos, escarbar entre montañas y, de conseguir algo al gusto, cruzar los dedos porque sea la talla adecuada, pues solo hay esa.
Que no se le olvide a nadie revisar que las prendas no tengan manchas de blanqueador, rotos o desgastes, pues no hay cambios. No insista, dice un letrero en la pared.
'Hay que saber buscar y tener mucha paciencia. Mirando poco a poco puedes encontrar prendas muy bonitas y en buen estado. Muchas no son usadas sino que es ropa donada. Yo he encontrado vestidos que me sirven para fiestas', revela Brenda Villegas, sobrina y colaboradora de don Pedro.
Cada ocho días, indica el impulsor de este negocio, arriban a las pacas entre 8.000 y 10.000 piezas de ropa usada. Otro gran porcentaje de las piezas que no son usadas llegan desde Juan de Acosta, municipio cuyo desarrollo textil crece cada año.
Con menos de $40.000 Ruby Ariza, una madre cabeza de familia, arma las dos pintas de la fiesta de fin de año de su pequeño hijo, quien estrenará este 24 y 31 de diciembre una camisa roja y bermuda beige, y una camiseta de rayas amarillo y gris con un jean.
'Uno viene a la calle 30 porque sabe que con poco dinero uno puede conseguir ropa linda y estar bien presentado', asegura Ariza, mientras revuelve la ropa guindada en El Baulcito, establecimiento especializado en ropa para niños.
Según expresa, cada dos o tres meses visita los pulgueros de ropa de segunda para 'ver qué se encuentra'.
La compra que hace, sin embargo, no tiene huella alguna que haya sido usada por alguien. Quizás esa sea la magia de comprar en las pacas del Centro, a donde arriban clientes de todos los estratos, donde se estrena ropa que no es tan nueva, pero que guarda una historia plagada en su tela.




















