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Cada día, o noche en realidad, salen del horno de la rotativa los miles de ejemplares del periódico líder en la Costa Caribe colombiana. De las grandes máquinas impresoras, de las potentes consolas y tinteros se pueden obtener hasta 50.000 diarios por hora, toda vez que los cuatro motores de 125 caballos de fuerza marchen a su máxima velocidad, como si compitieran en la Fórmula 1 de papeles. El resultado final: noticias frescas a la espera de lectores ‘hambrientos’.

'¡Listos, que salen nuevos paquetes de EL HERALDO!', se escucha al final del despacho gris, entre el rojo vivo y azul menta que pintan el cerebro de la rotativa.

Claro que tanto trabajo no es tan 'automático', ni todo es producto de la mágica Goss modelo Urbanite. La estocada final es tan orgánica y manual, que se da con las manos de unas 15 madres, muchas de ellas cabeza de hogar.

Juanita Bornacelli, una morena de 42 años, explica su oficio de la siguiente forma: 'Cuando a usted le llega el periódico a su casa y en medio de las páginas ve alguna revista o publicidad… pues bueno, yo inserté eso allí', dice sonriente.

Se refiere a que, literalmente, Bornacelli introduce lo que puede ser un clasificado, revista tipo Miércoles o Latitud, o algún folleto anexado al diario, entre el producto informativo tamaño universal. Es decir, coger el ejemplar, buscar por las pestañas la mitad, agarrar el inserto, agregarlo y luego cerrar.

Mientras se lee esa última frase, la que describe el proceso milimétrico de las insertadoras, pueden correr ocho segundos. En la práctica, ellas tardan un segundo por cada periódico. Son entre 40 y 60 paquetes los que deben completar cada noche y hasta la madrugada. Insertan, cierran, insertan, cierran. Cada paquete son 50 periódicos. Eso quiere decir que, mujeres como Bornacelli, insertan hasta 3.000 ejemplares.

'Uno termina tonificando los brazos', bromea Yaneth Piamba, otra de las madres trabajadoras. Esa profesión y esa palabra, ‘insertadora’, no existe en el diccionario, pero sí en el mundo de EL HERALDO, un viejo de alma joven, de 84 años.

Una noche

La jornada para las insertadoras empieza desde las 8, 9 o 10 de la noche, luego de que el periódico regional –el primero en imprimir– esté listo. Giovanny Cabarcas, un señor calvo y delgado cuya experiencia en el despacho supera los 25 años, es quien coordina el oficio silencioso de los que ‘empaginan’ cada noche.

Con voz medio ronca y medio gruesa, informa el número de paquetes y entrega los insertos que cada uno de los empleados debe acomodar. Como si se tratara de un bebé de seis meses, Sugey Brochero arropa con sus brazos los siete kilos de periódico y los acomoda en una mesa larga y metalizada.

'Todo es cuestión de práctica. Al principio uno es muy lento, pero después aprende a mecanizar cada insertada', dice Brochero, de 42 años. El proceso lo efectúa tan rápido, que podría aprovechar la habilidad para sorprender con trucos de magia o malabares en su hogar.

Algo parecido a eso último se convierte en su tarea principal, luego de insertar plegables, labor que ejerce desde hace cinco años. Después de finalizar su misión en EL HERALDO, a las 2:30 de la madrugada, Brochero toma un taxi con sus compañeras para trasladarse hasta su casa, en el barrio Simón Bolívar. Allí ya no deberá cargar y manipular páginas en una mesa, sino preparar alimentos en el mesón. Alcanza a dormir unas dos horas antes de que se cumpla el plazo para tener un desayuno servido, despertar y ayudar a alistar a sus tres hijos, quienes cada mañana madrugan para asistir al jardín infantil, colegio y universidad, respectivamente.

'A veces ha pasado que hay mucho trabajo y entonces no terminamos a las 2:30 a.m. sino que nos cogen las 10:00 a.m. Yo pienso que en mi casa, aunque no esté, todos siguen su curso normal, pero nada.

Cuando llego encuentro a todos dormidos y nadie fue al colegio', narra Brochero entre risas, pero algo preocupada.

Sonríe porque le es agradable sentirse importante e imprescindible en su hogar. Los nervios, explica, son por las consecuencias que podría traerle.

Lo anterior también aplica para el despacho de EL HERALDO. Brochero sabe que, sin los contenidos insertados, las pérdidas económicas y comerciales para el periódico serían incalculables. Su oficio silencioso sería entonces parecido al de barrer vidrios en la casa. Sabes que lo has hecho bien cuando nadie lo nota, pero si algo falla, alguien podría cortarse.

Resultado final

Rafael Morón, supervisor de transporte, observa con ciudado el producto final de EL HERALDO, luego de una larga jornada. Por lo general, un ejemplar del periódico tiene unas 32 páginas.

Una labor silenciosa

Hace más de 20 años, según recuerda Giovanny Cabarcas, coordinador de los insertadores, la actividad de situar pegables entre las páginas del periódico hacía parte de las funciones de los voceadores, aquellas personas que comercializan los ejemplares a través del voz a voz. 'Dicen que, mucho tiempo atrás, se trasnochaban los funcionarios del área comercial'.