Etiquetar a los jóvenes como la “generación de cristal”, por ser supuestamente incapaces de tolerar la frustración o el fracaso no solo es estigmatizante, también simplifica una cruda realidad de precariedad económica, fragilidad social e incluso exclusión, que a muchos de ellos les impide acceder a formación superior, insertarse en el mercado laboral, iniciar un emprendimiento o independizarse de su familia para conformar la suya en condiciones dignas, con trabajo estable y, en lo posible, vivienda. No es mucho pedir, es una aspiración legítima a la que tienen derecho.
Es increíble que pese a que en Colombia está vigente una emergencia nacional por violencias basadas en género desde mayo de 2023, incorporada además al Plan Nacional de Desarrollo, las rutas de atención en el Atlántico continúen fallando, no se prioricen estrategias de prevención ni se garantice la puesta en marcha de un sistema eficaz de alertas tempranas que proteja tanto a las mujeres como a sus hijos, víctimas de violencia intrafamiliar, y les ofrezcan espacios seguros. Luego nos quejamos de que no denuncian, pero es que no saben ante quién, cómo o en dónde, y, aún peor, cuando lo logran, con demasiada frecuencia, sus llamados de auxilio no son tenidos en cuenta con celeridad ni valorados con enfoque de género, en aras de prevenir trágicos desenlaces.
Pese a que Colombia acudió a la cita olímpica con una delegación histórica compuesta por más mujeres que hombres, 52-37, son numerosas las tareas pendientes para garantizar igualdad plena en el deporte, sobre todo, en los espacios donde se toman decisiones. El recorte de 66 % en el presupuesto de 2025 para la cartera de Luz Cristina López, cuestionada por su falta de ejecución, no es un buen augurio ni le hace justicia a la extraordinaria calidad de nuestros atletas.
A la hora de los balances, siempre es posible ver el vaso medio lleno, es la tarea de la comunicación política, también de los influencers del Gobierno que sin duda están viviendo sabroso, pero el Ejecutivo no puede pasar por alto que en una reciente encuesta menos del 30 % de los consultados piensa que el país va por buen camino. Podría ser que los demás nos equivocáramos, pero estaría bien que consideraran rectificar en asuntos gruesos de la política, la economía o la seguridad para sumar en vez de excluir o menoscabar. Es lo que urge a la mitad de un mandato que hasta ahora ha revelado que la política del cambio progresista-populista ha envejecido más rápido, y sobre todo, mucho peor que la tradicional a la que aspiraba a relevar.
Ese sería un gesto de congruencia política, además de sindéresis ética y moral, que podría mitigar en algo la presión sobre el Ejecutivo, el cual luce a la deriva, en negación, estremecido por un terremoto político colosal del que no tiene cómo salir indemne. Se equivoca Petro cuando trata de relativizar este caso de asqueante corrupción, comparándolo con el también repudiable e indignante entramado criminal de Odebrecht. Presidente, este no es un debate sobre cuál es el episodio de corrupción más perverso de nuestra historia reciente, sino de por qué su Gobierno, el del Cambio, que alcanzó el poder con la bandera de la honestidad o decencia terminó inmerso en semejante podredumbre. Muchos se preguntan hoy: ¿para esto es que querían llegar a gobernar?