Se sabe que los últimos “tic tac” del 2025 empiezan a resonar en comerciantes y clientes cuando al lugar más caótico de la ciudad lo invade el humo del incienso y cuando las carretillas atiborradas de uvas –de distintos colores, sabores y presentaciones– se abren paso entre la multitud. La misma que se lanza al caos para obtener, a como dé lugar, los insumos para preparar sus agüeros.
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Todo nace de la esperanza de que el 2026 sea un mejor año para todos. Y esta misma esperanza les llena los bolsillos a los vendedores del Centro de la capital del Atlántico, quienes afirmaron a EL HERALDO que las ventas han ido “viento en popa”, a pesar de que algunas de estas tradiciones han ido desapareciendo.
Por herencia
La ruda, el laurel, el romero, la albahaca, la hierbabuena y la abre caminos son algunas de las plantas que más ha vendido Sandra Ruiz, quien se ubica en la carrera 43, entre calle 33 y 34, y durante años ha comercializado los baños para la buena suerte.
Las plantas son energía, por eso, la yerbatera recomienda hacer estos rituales con estas plántulas para empezar con pie derecho el nuevo año.
Por ejemplo, afirmó que la ruda saca las malas energías, limpia el alma y purifica el ambiente. El romero, por su lado, atrae abundancia y prosperidad; mientras que la hierbabuena y la albahaca neutraliza y atrae las buenas energías.

“Siempre hay gente que aún tiene la creencia, la cual viene por herencia. Pero está bien, porque las plantas tienen energía y hacen limpiar el aura de uno y el aura de la casa también”, expresó.
Dijo que las ventas van excelentes, por lo que espera que sus ingresos superen el millón de pesos antes de finalizar el año.
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Muy bien lo afirmó Ruiz al decir que estas creencias vienen de generación en generación. Los abuelos de la barranquillera Marta Pérez le inculcaron la creencia por el poder de las yerbas. Estuvo más de 20 minutos eligiendo cuidadosamente las plantas en el puesto de Sandra, y finalmente se llevó romero, albahaca, ruda, canela y hierbabuena, con la intención de atraer buenas energías, suerte y bienestar.
Confesó que no sabe si el ritual sigue marcando una diferencia, pero continúa realizándolo como un acto simbólico a las tradiciones que tenían sus ancestros.
Pero la herencia no viene solo de los clientes, sino que también se refleja en los vendedores. Ricardo José Santana, un barranquillero de 28 años, se dedica a la venta de sahumerios durante los últimos días de diciembre como una tradición heredada de sus abuelos.
Vende canela, incienso, palito santo y espigas para atraer la abundancia y que no falte el alimento en los hogares. Si se despoja esta práctica de cualquier prejuicio social o de fines capitalistas, terminan quedando intenciones muy puras de querer hacerle un bien a la gente. Es ese el aprendizaje que obtuvo Ricardo de sus abuelos.
“La espiga sirve para que en todo el año no le falte lo que es la lenteja y el arroz. El sahumerio también es para la buena suerte, para que reciba un año en abundancia. Usted toma un potecito, se le echa un poquito de carbón, se prende y se pasa por la sala y por los cuartos, para que el humito le dé la buena suerte y la abundancia”, explicó.
A pesar de ser una labor heredada, reconoce que debe mantenerse, por lo que espera también, como Sandra, alcanzar por lo menos más de un millón en ingresos para estas fechas.
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No es lo mismo
El joven José Fuentes Castillo, de 18 años, vende una fruta indispensable que decora las mesas los 31 de diciembre: las uvas. Puede hacerse hasta tres millones esta temporada; sin embargo, las ventas de antes no son como las de ahora, aunque siguen siendo significativas.
“Este año han subido más las ventas. Lo que fue el 24 y 25 se vendió; pero ya no es lo mismo que antes. Mi tío, que vendía hace años, me dice que antes se vendían hasta cinco millones en uvas. Ya no es lo mismo; ya la gente está comprando menos”, expresó Fuentes.
Sin embargo, no solo las ventas de este tipo de agüeros han bajado, pues otras tradiciones se han ido apagando lentamente bajo la mirada de quienes recorrían las calles del Centro coleccionando agüeros en los bolsillos.
El ritual ardiente del muñeco de año viejo —el cual cobraba vida durante décadas en los barrios populares de Barranquilla como purificación de todo lo malo durante el año— ahora sobrevive de otras maneras, un poco más íntima y privada desde puertas para adentro reflejando los cambios en la cultura y las costumbres de las nuevas generaciones.
Año nuevo, muñeco viejo
A través de Don Cuquin, un proyecto creado en 2021 por Yanelis Ortiz a partir de una experiencia familiar, el espíritu de esta tradición navideña sigue vivo desde la intimidad de los hogares, como un llama que ilumina los buenos deseos para el próximo año.
“Mi hijo y yo estábamos en otra ciudad y vio que el muñeco de año viejo se estaba quemando preguntando el por qué no se hacía en Barranquilla. Yo le dije que la tradición se había perdido un poco por el tema de la inseguridad, la pólvora y demás. Entonces ese día con mi esposo hicimos un muñequito chiquitito para mostrarle cómo era la tradición. Frente a eso nos surgió la idea de hacerlo acá en Barranquilla con mis hermanos”, dijo.
Las costuras de Ortiz unen parches de colores y crean un vestuario festivo, lo que es una adaptación del muñeco viejo tradicional que se veía usualmente sentando en una silla rimax con un camiseta del Junior y una botella de ron vacía.

“Las costuras son los diferentes remiendos de la ropa. La gente tenía una camiseta, otro le ponía un pantalón. Iban agregando como partes entre los vecinos”, explicó Ortiz sus diseños.
Estos mismos tienen un formato más pequeño por razones de seguridad, pero con la misma intención de reunir comunidad: “Era la forma de poder llegar a muchos hogares; no es lo mismo un muñeco grande con pólvora que uno pensado para el interior de las casas”.
A su vez, resaltó que el uso del color y la apariencia del muñeco representan más que todo los colores representativos de Barranquilla. Mientras que el aspecto envejecido, con su pelo y el biogte gris característicos de los últimos años de la vida responde a su significado simbólico.
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Resistencia al olvido
A pesar de esta ser una respuesta contra el olvido y el paso del tiempo haciendo estragos sobre las costumbres, Ortiz considera que la tradición empezó a debilitarse por varios factores, entre ellos el uso excesivo de pólvora y el relevo generacional. “Con la pólvora tradicionalmente se quemaba el muñeco. Yo recuerdo que en mi niñez uno le metía un papelito donde colocaba las cosas que uno quería dejar atrás”.
Y precisamente uno de los elementos centrales de Don Cuquín son las tarjetas simbólicas que acompañan al muñeco de algodón. Sobre el sentido de “dejar atrás”, se refiere a “eliminar todo aquello malo, todo aquello que nos pasó durante el año que vamos a dejar atrás”.
En contraste, la tarjeta destinada a los deseos cumple una función distinta, “básicamente es declarar lo que queremos o anhelamos para el año nuevo”.
Finalmente, indicó que la propuesta ha tenido una buena recepción. Según explicó la co-creadora, Don Cuquín ha logrado conectar especialmente con niños y jóvenes, quienes se han convertido en aliados para mantener viva la tradición comenzando por hogares.
“Ha sido bien recibido por la comunidad y no solo en Barranquilla, también en otras ciudades”, comentó, al destacar el alcance que ha tomado la iniciativa en los últimos años para preservar la chispa sobre el muñeco de año viejo.
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De la calle a una tradición íntima: ¿por qué se han ido apagando estas tradiciones en los barrios?
Según Leonardo Latorre Iglesias, profesor de Sociología de la Uniatlántico, la tradición del muñeco de año viejo tiene un significado simbólico, ya que “antropológicamente esto se entiende como un ritual de purificación, quemar lo malo que se ha tenido durante el año”.
Sin embargo, esta tradición comenzó a perder presencia en la vida de la calle. Para Latorre, el cambio responde a varios factores: el envejecimiento de la población, en contra de la disminución de la tasa de natalidad; las restricciones al uso de pólvora, y especialmente el impacto de las redes sociales en los jóvenes.
“La fiesta pública, del barrio, de la comunidad, se ha trasladado al interior de la casa. Si tú entras hoy a TikTok, Instagram Facebook, vas a encontrar miles de rituales para recibir el año nuevo. Velas aromáticas, con quema de papeles, con la quema de los deseos, con la decretación. Paulatinamente todos estos nuevos rituales que son performativos, en el marco de la hiperexponencialidad de la comunicación en las redes sociales han matado los rituales colectivos. Entonces los rituales ahora son más privados”, dijo el experto a EL HERALDO.
Aun así, persisten prácticas heredadas de los abuelos que se rehúsan a convertirse en una memoria perdida: el agüero de comer las 12 uvas, guardar lentejas en los bolsillos y la billetera, dar la vuelta a la manzana con la maleta o usar ropa interior amarilla.
“Las tradiciones no desaparecen, se transforman y cuando dejan de ser colectivas pierden fuerza social”, afirmó el docente universitario.
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