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Con paso lento, repartiendo abrazos y sonrisas, así llegó Rafael Ithier, el maestro, el fundador y el espíritu eterno de El Gran Combo de Puerto Rico al último encuentro que tuvo con EL HERALDO. Tenía 95 años, pero la vitalidad con la que saludó a reporteros y técnicos dejaba ver lo que él mismo decía con orgullo: “Nunca he tenido vicios… sé recuperar bien el sueño perdido”.

Había bajado de la tarima a las cuatro de la madrugada y, aun así, a las ocho ya estaba despierto. Vestía una camisa en tonos tierra, jeans y tenis negros. Sin sus lentes oscuros de siempre, sino unos de aumento, el maestro irradiaba serenidad. “En Barranquilla me siento como en Puerto Rico”, dijo nada más para romper el hielo, con la alegría reflejada en el brillo de sus ojos.

Barranquilla, su segunda casa

Durante esa conversación, Ithier recordó su primer encuentro con la capital del Atlántico, allá por 1971, en la caseta La Piragua. “La gente nos acogió con mucha alegría y desde entonces no hemos parado de venir”, dijo mientras evocaba a Gabriel “Rumba” Romero y aquellos días de bohemia.

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Volver a la ciudad después de la pandemia lo recargó. No lo escondió: “Este viaje me recargó las baterías… me hace olvidar lo difícil que ha sido todo por el coronavirus”. Y como si el tiempo jamás lo hubiese tocado, confesó su emoción por interpretar Tilín Tilón: “Siempre quise cantarlo por acá, donde nos quieren mucho”.

El secreto de llegar a 95

Su fórmula para la longevidad parecía sencilla, pero él la vivía con disciplina: arroz y habichuela, arepa de huevo cuando pisaba suelo barranquillero, cero excesos y una rutina diaria de ejercicios al despertar. Nunca he tenido vicios… me pego un trago si hay que pegárselo, pero cuatro o cinco me parece mucho”, decía entre risas.

Y luego soltó, casi como un plan divino: Le pedí a Dios que me permita llegar a los 125 años… vamos por buen camino.

Recordó a su hermano Quique Lucca —que alcanzó los 103 años— con un guiño desafiante: “Yo le voy a ganar.”

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Un maestro inquieto, siempre creando

A pesar de la edad, Ithier seguía entrando al estudio. Su álbum En cuarentena, grabado durante los momentos más difíciles de la pandemia, había sido nominado al Grammy Latino. Nada lo detenía. “Me gusta seguir creando nuevas canciones”, afirmó con serenidad.

En casa, lejos de la tarima, era un hombre sencillo: béisbol, boxeo, baloncesto, fútbol. “Acabo de perder la Serie Mundial porque le iba a Houston”, contó con tono de aficionado fiel. De la música que escuchaba, sorprendió con su franqueza: “Me encanta la música de tríos… Los Panchos, el Trío San Juan, Los Tres Ases. Y sin complejos opinó del reinado del reguetón: “Encontraron el truco para hacer billete y están millonarios”.

El temor por el futuro de la música

Fiel defensor del músico formado, Ithier levantó la voz cuando habló de la industria actual: “Creo que hay que cerrar todas las escuelas de música, porque para hacer lo que hacen los reguetoneros no hay que estudiar.”

Su preocupación no era él; era el futuro de los jóvenes músicos: “Hay un montón de músicos buenos y no están teniendo oportunidades. Todo lo quieren hacer con computadoras… eso frustra.”

Y sin dramatismos, soltó su verdad más pura:“Sería feliz si muero en una tarima.”

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El legado, la familia musical y Andy Montañez

A Ithier se le iluminaba el rostro cuando hablaba de sus hijos musicales. Tenía seis consentidos, pero uno era especial: Andy Montañez. “Le bauticé a su hija mayor, recordó con ternura.

Admitió que el cantante quiso ser solista y que él mismo le aconsejó prudencia: “Le recomendé que debía tener mucho cuidado… me escuchó, porque le ha ido bien.”

El nombre que no llevaba su nombre

Quizás la frase que mejor define su grandeza fue la explicación sobre el origen del nombre de la orquesta: “Lo llamé El Gran Combo y no el Combo de Rafael Ithier porque tenía la convicción de que en siete meses no existiría.”

Y luego concluyó, con la satisfacción de quien vivió para ver su obra convertirse en leyenda: “Ya estamos cerca de cumplir 60 años… la mayor enseñanza que dejo es la organización y disciplina.

Un adiós que llega con gratitud

Hoy, la partida del maestro duele. Pero queda su voz, queda su sonrisa fácil, queda el brillo de sus ojos cuando dijo: “La gente de Barranquilla ya es parte de mi familia.”

Y queda, sobre todo, esa promesa que parecía broma, pero que hoy suena a sentencia poética: Sería feliz si muero en una tarima.”

Rafael Ithier se fue, pero su música —esa que construyó con rigor, cariño y dignidad seguirá sonando 125 años más. Como él quería.