Celia de la Caridad Cruz Alfonso vio la luz de este mundo el 21 de octubre de 1925. Un siglo ha pasado desde que esa negra despampanante de un vozarrón único llegara al barrio Santos Suárez, de La Habana, para traer azúcar, son y sabor.
Desde entonces, la historia de la música popular latinoamericana se partió en dos: antes y después de Celia. Su voz trascendió los géneros, su sonrisa venció el exilio y su nombre se convirtió en sinónimo de gozo, fuerza y resistencia.
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Celia no solo cantó salsa: la reinventó. Convirtió el dolor en fiesta, la nostalgia en bandera y la negritud en orgullo. Donde otros vieron ritmo, ella vio identidad; donde otros oyeron percusión, ella escuchó raíz. En cada escenario encarnó la alegría del Caribe como un acto de fe. Por eso, a cien años de su natalicio, su voz sigue sonando en el aire tibio de las fiestas, en el carnaval y en los barrios.
Celia fue el eco de una isla y la herencia de todo un continente. No hubo frontera que su voz no cruzara, ni tristeza que su carcajada no derritiera. Desde Nueva York hasta Barranquilla, su legado se sostiene como una antorcha que ilumina a nuevas generaciones de artistas, hombres y mujeres, que aún encuentran en ella un referente de autenticidad y sobre todo de libertad.
“Creo que Celia Cruz fue y sigue siendo una figura que irrumpió en la música interpretando géneros que habían sido dominados por hombres como el bolero, son y guaracha, con el calor de la calle, el ímpetu que solo dan la fuerza negra y el ser una rumbera. Celia tiene una voz atemporal, que brilló y sigue brillando por lo genuino y versátil que fue, destacando en las agrupaciones más importantes de la música del Caribe como La Sonora Matancera y La Fania All Star”, explica a EL HERALDO Dyekman Rangel, investigador musical y director de la fundación Sonido Periférico.
Sin fecha de vencimiento
Para Víctor Buelvas, ‘el Terror’, melómano y programador musical, Celia Cruz no solo fue la voz más importante de la salsa, sino la primera en dar forma a su sonido. “Celia grabó las primeras canciones que se les podía llamar salsa. Lo que grabó con Memo Salamanca —Te solté la rienda— y lo que hizo con Tito Puente —Sabor gitano— fueron las primeras salsas que se escucharon en Nueva York”, explica.
Su aporte fue decisivo pues ayudó a cristalizar un género que, hasta entonces, no tenía nombre. Y lo hizo desde una autenticidad tan poderosa que sus canciones siguen vivas, bailadas y tarareadas por nuevas generaciones. “La música de Celia Cruz sigue sonando porque fue música sin fecha de vencimiento”, agrega Buelvas.

En Barranquilla, Celia sigue siendo eterna. En las verbenas, en las emisoras y en los barrios, donde se respira tambor y alegría, su voz no ha dejado de retumbar. “Hay una canción que está de moda en Barranquilla de Celia Cruz: Te solté la rienda, la que grabó con Memo Salamanca. También siguen sonando Usted abusó, con Willy Colón, y Sé que tú, con Johnny Pacheco. Esas tres canciones siguen pegadas en la actualidad”, dice.
Pero su vínculo con la ciudad va más allá de los discos. Buelvas recuerda el día en que la ‘Reina de la Salsa’ pisó el estadio Romelio Martínez durante el primer Festival de Salsa de Barranquilla, en agosto de 1986. “Cantó La dicha mía, que para esos días estaba pegada en la ciudad. Lució esplendorosa, con su risa, su carcajada, su alegría. Celia Cruz eso fue lo que dejó en Barranquilla: mucha alegría”.
Le grabó a un barranquillero
La conexión entre Celia Cruz y Barranquilla no solo se reduce a sus visitas o conciertos en la ciudad. La ‘Guarachera de Cuba’ también tendió un puente musical con uno de los grandes compositores del Caribe colombiano: Adolfo Echeverría, autor de himnos como Las cuatro fiestas y Amaneciendo.
De esa unión nació Salsa de tomate, una canción incluida en el disco Alma con alma, grabado por Celia junto al legendario Tito Puente en 1970.

Fito Echeverría, actual vocalista del Grupo Niche e hijo del maestro Adolfo, rememora con orgullo aquella historia que selló un capítulo inolvidable entre Cuba y Barranquilla. “Mi padre siempre fue admirador de Celia Cruz desde su época con La Sonora Matancera”, relata. “Fue en una de las venidas de Celia Cruz a Barranquilla donde mi papá tuvo un acercamiento con ella. En ese tiempo se manejaban los casetes, las canciones escritas mandadas a correo. Luego, en uno de los viajes que hizo a Estados Unidos, en una gira que alternaron, precisamente llevando su música, la cumbia colombiana, hubo la forma de entregarle la canción y, para la gloria de Dios, fue concedida esa petición. Fue revisada y grabada”.
Para Fito, el hecho de que Celia haya interpretado una composición de su padre es motivo de eterno agradecimiento. “Hasta el día de hoy me siento superorgulloso. Es un privilegio que un ícono mundial, una representante de la salsa como Celia Cruz, le haya grabado esta gran obra al maestro Adolfo Echeverría”.
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Por todo esto y más, Colombia no se olvida de la mujer más relevante de la música afrolatina.