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Los programas para estudiantes superdotados han sido promovidos durante décadas como una oportunidad de oro para potenciar el talento infantil.

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Sin embargo, cada vez más voces, como la de Nudson, quien compartió su experiencia con HuffPost, están cuestionando el impacto real de estas iniciativas en la salud emocional y el desarrollo personal de quienes forman parte de ellas.

Nudson relató cómo fue trasladada a una clase de quinto grado cuando apenas cursaba primero. Aquello marcó el inicio de una trayectoria educativa distinta. Aunque al principio disfrutó de la estimulación intelectual, con el tiempo la etiqueta de “superdotada” se convirtió en una fuente constante de ansiedad.

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“Aprendí a tenerle miedo al fracaso. Sentía que debía sobresalir en todo, incluso en lo que no entendía. Si no sacaba una A, me venía abajo”, afirma. La presión por cumplir con las expectativas afectó su autoestima, al punto de evitar pedir ayuda para no parecer menos capaz.

“Me hubiera gustado que alguien me dijera que no necesitaba ser perfecta todo el tiempo”, dijo Nudson.

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Programas como Gifted & Talented (G/T) se popularizaron en Estados Unidos en los años 90 tras el impulso de la National Association for Gifted Children (NAGC), que buscaba una atención especializada para alumnos con alto rendimiento académico. Sin embargo, estudios recientes han evidenciado que la selección de estudiantes no es neutral.

Un análisis publicado en 2016 en el American Educational Research Journal reveló que los estudiantes afroamericanos tienen un 50% menos de posibilidades de ser identificados como superdotados en comparación con sus compañeros blancos, aun obteniendo los mismos resultados. La brecha aumenta si el maestro encargado de la evaluación no pertenece a la misma minoría étnica que el alumno.

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Además, las niñas, estudiantes de bajos recursos y quienes aprenden inglés como segunda lengua suelen quedar fuera del sistema, según explica la doctora Jenny Grant Rankin en su libro Engaging and Challenging Gifted Students.

Señaló que más allá de los logros académicos, los efectos de estos programas sobre la salud mental son poco estudiados. Nudson lo vivió al llegar a la universidad, donde dejó de ser “la más inteligente” y comenzó a enfrentarse con calificaciones comunes. Fue entonces cuando surgieron las dudas sobre su valor personal sin el constante refuerzo de las notas.

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Una investigación de Grissom y Redding (2021) concluyó que los beneficios de estos programas son modestos y desiguales, favorecen principalmente a estudiantes blancos de clase media y alta, sin mejorar significativamente su compromiso escolar ni abordar su bienestar emocional.