Cuando se abre la puerta del hogar que habita Rodolfo Miguel Ferrer en el barrio Carrizal, de Barranquilla, se respira el espíritu festivo de un carnavalero apasionado.
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Apenas termina de ponerse el turbante que da vida a la danza de congo se prepara para relatar la historia de su tesoro más preciado, ese que sostiene en sus hombros como un verdadero heredero del folclor.
Sus primeras palabras fueron: 'Soy un barranquillero de pura cepa'. Y sí, aunque sus gafas no dejaban ver sus ojos, su sonrisa evocaba aquella hospitalidad y calidez propias de un currambero. Con machete en mano, estaba listo para seguir defendiendo su legado.
¿Quién le atribuyó la gran responsabilidad de dirigir la danza Congo Carrizaleño? Responder esta pregunta era capaz de cambiar el semblante de Rodolfo. Y es que fue su padre, Miguel Ferrer, el que dejó en sus manos una tradición que este 2024 cumple 40 años de estar participando en el evento magno de la ciudad.
El 28 de julio de 2016, los rincones coloridos de la casa de Rodolfo se tiñeron de negro. Ese día oscuro para la familia vieron partir al creador de la danza a sus 84 años. Prácticamente, la mitad de su vida dedicado a enaltecer con su grupo la riqueza cultural de Barranquilla.
Rodolfo no podía dejar morir la tradición que con casta y esmero había levantado su padre. Esa tribu guerrera a la que hace apología la agrupación debía empezar a cobrar vida.
Entre aguaceros y sonrisas
El patio de su casa era todo un santuario de tradición. Sentados debajo de un palo de mango, la conversación era amena. Los demás integrantes empezaban a ponerse turbantes, pencas y pecheras, mientras Rodolfo les manda a buscar un espejo que les permita empezar a pintarse el rostro de blanco y unos característicos puntos rojos en ambas mejillas.
'55 ruedas' le permiten tener una memoria lúcida. Así que nos transportamos al 12 de octubre de 1984. Ese día caía un fuerte aguacero en este barrio ubicado en la localidad Metropolitana.
Un par de tragos y la inventiva de unos vecinos permitieron crear lo que en aquel tiempo era el Congo La Arenosa.
'Al principio tuvo un nombre que era Congo La Arenosa, pero como había una cumbia llamada La Arenosa, mi papá, que en paz descanse, decidió ponerle el nombre del barrio. Es el mejor legado que me pudo dejar'.
Ese aguacero que vio nacer la danza a veces aparece con toda una tormenta intentando desdibujar la sonrisa de los más de 60 participantes que hoy iluminan este congo. 'No hay para todo', pero la pasión no conoce de límites y ese patio al que nos convocó es testigo de todos los esfuerzos en conjunto para mantener el legado de su padre. 'A veces hay unos tropezones, pero como buen carnavalero es que uno resuelve los problemas, porque esto le gusta a uno. Si no hay dinero por un lado, sale por el otro, pero sabes que esa es la idea de mantener la danza a su nivel, como me lo dijo mi querido padre'.
Entre cuatro paredes humildes, el grito guerrero del congo marca el compás de una resistencia que se manifiesta a través de la expresión artística. Cada detalle es confeccionado con amor y creatividad, reflejando el deseo ferviente de Rodolfo por mantener viva la danza que es parte de su identidad. Con su resiliencia y amor por la tradición, demuestra que el Carnaval de Barranquilla no solo es una fiesta anual, sino un legado que se sostiene con la fuerza de quienes lo llevan en el corazón. Mientras cuenta con amor los elementos que componen su danza, mira a Kiviany, una niña de 4 años que desde el vientre de su madre ya se paseaba la Vía 40. Maquillada con unas flores en la cabeza, se preparaba para lanzar el icónico grito: '¡Qué viva el Congo Carrizaleño!'.
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Alimentando generaciones
Con machetes en mano, símbolos de la defensa férrea de su legado, los danzantes del congo desafían con gracia y determinación el paso del tiempo.
Cada vez son más quienes quieren hacer parte de la agrupación, pero su fundador siempre será el gran representante de un congo que no deja caer su turbante.
Tomamos un vaso de agua y Rodolfo mira a su madre, quien no quiere perder detalle de la conversación. Doña Ana María Moreno, con sus 86 años, ya no siente la misma fuerza para pasearse con ellos en los desfiles, pero sí guarda la misma sonrisa y vitalidad en sus manos para aplaudir cada vez que aparezcan danzando por la televisión.
Su memoria ya no le permite recordar aquellos primeros años en los que batalló con su esposo para darle forma a la danza, pero sí evoca con voz entrecortada las alegrías que le han brindado sus integrantes.
'No tengo cómo pagarles todo lo que hacen para que la danza siga viva. Son muy buenas personas todos y es lindo que nos reconozcan y nos visiten'.
También una barranquillera de pura cepa, doña Ana María tuvo la oportunidad de desfilar por tres años con el Congo Carrizaleño. Recuerda los aplausos de los espectadores y todos aquellos que la detenían para posar con ella en una foto.
'Eran lindos tiempos. Yo solo estuve tres años porque sentí que ya no me daba para recorrerme todo el desfile, pero la gente siempre es muy querida y hasta que me muera estaré agradecida con todos los que estuvieron aquí desde el primer día'.
Con turbantes de colores que ondean al compás de sus movimientos, los danzantes del congo irrumpen en la escena con una presencia imponente. Cada pisada resonante es un eco de las tribus guerreras de África, un recordatorio de la fuerza y la tenacidad que caracteriza a esta manifestación cultural.
'El Congo Carrizaleño se distingue por el vestuario, que es la bola azul, siempre de tradición, digamos, la bola azul es el reconocimiento de la danza, y los turbantes de puras flores, floridos, con logotipos de Carnaval', dice Rodolfo, quien ya botando gotas de sudor recuerda que en menos de un mes les espera el largo trayecto de la Vía 40 en pleno sol del mediodía.
Los machetes no son armas de guerra, sino extensiones de la historia que los danzantes llevan consigo. Con destreza los giran y mueven en coreografías que narran la lucha por preservar la esencia de su identidad.
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La mayor estatuilla
Cuando el Congo Carrizaleño se toma las calles, el sonido de sus pisadas fuertes resuena como un himno de determinación. Es una marcha que trasciende el tiempo, una declaración visual y sonora que proclama la fortaleza de una comunidad comprometida con la preservación de sus raíces.
Orgulloso de que un congo sea la máxima estatuilla del Carnaval de Barranquilla, Rodolfo es consciente de que su padre eligió la manifestación ideal. 'Nos da mucho entusiasmo porque sabemos que hay danzas que han desaparecido, pero nos mantenemos firmes porque contamos con el apoyo de nuestros vecinos, la familia, el estímulo de Carnaval, y mientras eso exista tengan por seguro de que cumpliremos otros 40 años más'.
En sus palabras se percibe el amor por la cultura barranquillera y la responsabilidad de transmitirla intacta a las generaciones venideras. Ve con atención la manera en la que sus integrantes se disponen a danzar para la foto. Es consciente de que ha hecho un buen trabajo y de que ellos serán los próximos guardianes.
'Sé que esto que dejó mi padre va a trascender por muchos años más. Tenemos un semillero y unas personas muy comprometidas. Estos días son difíciles por la cantidad de eventos a los que tenemos que ir, pero asumimos todo con felicidad porque estamos dejando en alto el mejor Carnaval del mundo y este 2024 esperamos que sea exitoso. Daremos lo mejor para brindar un buen espectáculo'. El grito se oyó con fuerza: ¡Qué viva el Congo Carrizaleño'.




















