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Política

La ley del Montes | ¿Será Gaviria?

¿Qué posibilidades de éxito tendría una campaña presidencial de Alejandro Gaviria?

Sin que haya dicho que sí, Alejandro Gaviria empezó a tomar mucha fuerza como posible candidato a la Presidencia de la República en 2022. Quienes promueven su candidatura se aferran al hecho de que si bien es cierto que no ha dicho que si, tampoco ha dicho que no. Y en política –como en la vida misma– cuenta tanto lo que se dice como lo que se calla. De manera que mientras no descarte esa posibilidad su nombre será incluido en la baraja de posibles sucesores de Iván Duque en la Casa de Nariño.

Cuando le han preguntado sobre el espinoso asunto, el ex ministro de Salud y actual rector de la universidad de Los Andes ha optado por declaraciones estratégicas que sirven para alimentar las ilusiones de quienes creen que serviría no solo para refrescar la política de hoy en Colombia, sino también para poner fin a una polarización que se ha vuelto insoportable y costosa en términos políticos y democráticos.

En su más reciente declaración a Daniel Coronell para el portal Los Danieles, Alejandro Gaviria no solo no cerró la puerta de una eventual candidatura presidencial, sino que dejó abierta la posibilidad de que –a petición del público– podría lanzarse por la Presidencia en el 2022.

“No tengo una respuesta definitiva –contestó Gaviria a Coronell, cuando el periodista indagó por su futuro político electoral– sino una especie de ambivalencia”.

Los más entusiasmados con una eventual candidatura presidencial de Gaviria son los militantes y dirigentes del Partido Liberal, empezando por su presidente César Gaviria Trujillo, quien está metido de cabeza en la misión de volver al ex ministro de Salud aspirante presidencial.

Y aunque en Colombia hay más liberalismo que Partido Liberal, así como hay más conservatismo que Partido Conservador, lo cierto es que esa colectividad le podría ofrecer al futuro candidato una estructura nacional con sedes en casi todos los municipios del país –así como un significativo respaldo parlamentario– del que carece en estos momentos. Un zorro de la política como Gaviria –César– tiene muy claro que sin logística y sin apoyo popular no se ganan elecciones. Se requiere aceitar y mover la maquinaria el “Día D”, es decir el domingo de elecciones. Gaviria

–César– es de los políticos que no se indigesta con una lechona en Pitalito, ni se le revientan los tímpanos de los oídos escuchando una banda papayera en Cereté. Y pretende que a Gaviria –Alejandro– le pase exactamente lo mismo.

De manera que con casi todo el liberalismo en el bolsillo, incluyendo a muchos jóvenes entusiastas, Alejandro Gaviria debe ampliar su espectro electoral y por eso desde la alianza “Partido verde, centro izquierda”, muchos le están haciendo ojitos, tanto que el coqueteo está a punto de volverse acoso.

Una eventual candidatura presidencial de Alejandro Gaviria le ofrece a la política nacional una serie de elementos muy valiosos de los que hoy carece. El primero es el de la novedad, que sirve para enganchar a nuevos electores. La política en Colombia ya no se hace en la plaza pública, sino en las redes sociales. El discurso “veintejuliero” de verbo encendido de décadas pasadas dio paso a las “tendencias” de Twitter, capaces de posicionar una idea o una frase en solo cuestión de minutos. La candidatura de Gaviria –con 54 años y un enorme prestigio intelectual y académico– responde a estos nuevos tiempos.

¿Y los peros de un candidato con tantas virtudes, dónde están? Aunque es bien cierto que Colombia ha avanzado en nuevos derechos y ya no es el país confesional de décadas pasadas, como constaba en la Constitución Nacional, todavía conserva creencias, costumbres y tradiciones que están muy arraigadas en el alma nacional.

Ese “país profundo” se resiste –por ejemplo– a aceptar el ateísmo como opción de vida o como doctrina filosófica. Es esa Colombia de misa dominical de 5 de la tarde y de confesión semanal, que no cree en quienes “no creen” como Gaviria. Es la misma Colombia que se resiste a la legalización de la droga y al aborto, pero en cambio ve con buenos ojos la aspersión con glifosato.

Pero –además– en política también se requiere el reconocimiento para ser querido o para ser odiado. Se ama o se odia a quien se conoce y Alejandro Gaviria no es conocido por una gran cantidad de colombianos. Y ello –que podría verse como una debilidad– podría ser –bien manejada– una fortaleza electoral. Iván Duque llegó a la Presidencia sin tener reconocimiento nacional, le bastó con el apadrinamiento de Álvaro Uribe.

Coronavirus: uno de los mayores desafíos del próximo gobierno

El azar quiso que por cuenta de la pandemia del coronavirus, el nombre de un ex ministro de Salud hiciera parte de la lista de posibles aspirantes a la Casa de Nariño. Y eso en las actuales circunstancias no es un asunto menor. El coronavirus es uno de los grandes retos que tendrán que resolver tanto el gobierno de Iván Duque como el de su sucesor. La pandemia es también el mayor desafío que tienen todos los gobiernos del mundo. En el caso colombiano tanto la obtención de las vacunas, como la aplicación de las mismas, han sido objeto de todo tipo de cuestionamientos, hasta el punto de que mientras varios países de América Latina ya están ejecutando un plan de vacunación masivo, en Colombia no hay claridad ni certeza sobre fechas, ni tipos, ni población a vacunar. Es de suponer que quien ha ocupado la cartera de Salud en tiempos recientes, cuenta con el conocimiento y la experticia suficientes para llevar a cabo con éxito empresas tan ambiciosas como sería la vacunación de todos los colombianos. Hay cargos en los que “las horas de vuelo acumuladas” son necesarias para hacer una buena gestión y la Presidencia de la República es uno de ellos. En el caso de Gaviria, su paso por los sectores público y privado, así como por la academia, le brindan gran solidez y formación. Su experiencia personal –al enfrentar y superar un cáncer– es también prueba fehaciente de su disciplina y tenacidad.

¿Plena autonomía regional para cuándo?

Así como la novedad cuenta mucho en materia electoral, en el caso colombiano, el componente regional es cada día más determinante. El centralismo bogotano ha dejado graves secuelas en las regiones del país. Sin desconocer prácticas perversas y antidemocráticas que se dan en algunas regiones -relacionadas con modelos de corrupción impunes que deben ser combatidos de forma implacable- el atraso de algunas regiones está relacionado con el diseño centralista nacional. La corrupción es un fenómeno nacional que incluye, por supuesto, a Bogotá. No es un asunto meramente regional. La llamada Ley de Regiones –aprobada por el Congreso y sancionada por el presidente Duque con bombos y platillos– no resuelve el asunto de fondo que genera inconformidad en todas las regiones del país: la falta de autonomía política y administrativa, que atenta contra su desarrollo. Ello va mucho más allá de la creación de Regiones Administrativas y de Planificación (RAP) y del paso siguiente, que sería su conversión en Regiones Entidades Territoriales (RET). De lo que se trata es de la imposición de un modelo de país desde Bogotá, que ignora y desconoce expresiones autónomas regionales. ¿Cuál es el modelo de país que tiene en la cabeza el candidato Alejandro Gaviria, en caso de que decida aspirar a la Presidencia de la República? Esa es una pregunta de fondo que tendría que responder.

La gran pregunta: ¿con cuántos votos cuenta Alejandro Gaviria?

Aunque las encuestas indican que hoy por hoy la segunda vuelta presidencial podría darse entre Gustavo Petro y Sergio Fajardo, lo cierto es que a esta tela todavía le falta mucho por cortar. Punto. Ambas candidaturas no solo comienzan a mostrar una especie de “fatiga de metal”, producto de permanecer por mucho tiempo en el escenario político nacional, sino que deben resolver asuntos complejos de pura mecánica electoral en cada uno de sus partidos o movimientos políticos, entre ellos las consultas internas, que nadie sabe cómo se harán, ni con quiénes se harán. Tanto la “toxicidad” de Petro, como la “tibieza” de Fajardo han terminado por afectar su credibilidad en un amplio sector de votantes que están alejados de los extremos. En este escenario una candidatura fresca, novedosa y con muy poca resistencia política, como la de Gaviria, podría encontrar tierra fértil. Aunque en este escenario el rector de la Universidad de Los Andes también tiene un gran signo de interrogación: su nula medición electoral. Tanto Petro como Fajardo saben con cuántos votos podrían contar, por cuenta de haberse contado en varias elecciones, en cambio Gaviria no sabe cuál podría ser su caudal electoral. Y eso a la hora de tomar decisiones para futuras campañas políticas pesa mucho.

Hora de gobernantes respetuosos y garantistas

Después del paso devastador de Donald Trump por la presidencia de Estados Unidos, en términos de irrespeto a las minorías, agresión a quienes piensan diferente y cinismo para justificar todo tipo de abusos, el mundo empieza a vivir una especie de “oleada ética en el ejercicio de la política”. Los nuevos tiempos exigen mandatarios que tengan muy claro que no todo vale en la obtención del triunfo. El mundo –y Colombia, por supuesto– requiere gobernantes comprometidos con el respeto de los valores democráticos, con todo lo que ello significa. Gobernantes que entiendan que la democracia no es sólo el triunfo de las mayorías, sino –sobre todo– el respeto de las minorías. La oposición debe saber que su pensamiento será respetado por quien ostenta el poder y por quienes lo respaldan. Alejandro Gaviria se ajusta a este comportamiento respetuoso y garantista que deben tener los nuevos gobernantes. Su presencia en la Casa de Nariño no asustaría a quienes desde distintos sectores productivos generan empleo y producen riqueza. En otras palabras: Gaviria no mete miedo a quienes han construido por décadas un capital, al tiempo que han contribuido a generar miles de puestos de trabajo y con ello han mejorado las condiciones de vida de millones de colombianos. Alejandro Gaviria carece de motivaciones revanchistas, ni promueve enfrentamientos de odio entre ricos y pobres.

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